“Princesa”

     “Princesa”

Salvador Hernández.

La besé, como a todas las mujeres que se atravesaban por los pasillos, incluso, me ponía a bailar con ellas, cuando me sonreían.
A Teresa tampoco le molestaba, pero un mes después, me reclamó que “era el único que la besaba en la mejilla”; que no volviera a decirle “princesa”, y que no le escribiera poemas “románticos” -en realidad eran eróticos.
María del Sagrado Corazón de Jesús o Mary Chuy como se hacía llamar, terminó la prepa en una escuela privada, su familia vivía en un exclusivo fraccionamiento de la ciudad de México. Había caído en las drogas, como los zancudos en las raquetas eléctricas.
Cuando salí del psiquiátrico, no me despedí de nadie, ni de Teresa o Mary Chuy.
Un brother que estuvo en el psiquiátrico y ahora es un flamante político, me escribió un mensaje, donde me relataba que la princesita estaba cada día más deteriorada, sobre todo, los domingos por las tardes.
Que lee mis poemas, “y se limpia las mejillas con sus pequeñas manos de burguesita”.
 Dejo mi celular a un lado, mientras le doy un sorbo a mi Ruso Blanco, el día se desvanece y el mar se torna rojizo, avergonzado de besar el cielo.
 Tomo el vaso old fashion y miro a su interior.  Con el viento salitroso impregnado en mi rostro, me pregunto si esta quietud ¿no será mi verdadero despertar espiritual?

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