Carmen Báez
México, DF.- Por mucho tiempo el cáncer de ovario ha sido considerado como un “asesino silencioso”, ya que de todos los tipos de neoplasias de la mujer es el que con mayor facilidad puede conducir a la muerte. Incluso, una paciente pudo morir por esta enfermedad y ser erróneamente diagnosticada con cirrosis o amibiasis, pues los síntomas son similares.
María de los Dolores Gallardo Rincón, investigadora y titular del Programa de Cáncer de Ovario del Instituto Nacional de Cancerología (Incan), comentó que si bien este tipo de neoplasia no es la más frecuente en la mujer, sí es la más mortal; sin embargo, no ha recibido la atención que merece por las autoridades correspondientes, médicos y sociedad.
En lo que va del año, dijo, se han presentado cuatro mil 500 casos nuevos de cáncer de ovario en México, lo que se traduce a 12 diagnósticos diarios y siete muertes cada día. A decir de la especialista, existen diferentes factores que participan en esta problemática: diagnóstico en etapa avanzada de la enfermedad, el poco progreso de las terapias y cirugías, así como la falta de reconocimiento al método de tamizaje. No obstante, asegura, el progreso ha sido alentador, ya que en 1975 la supervivencia global era de 37 por ciento y en 2011 creció a 45 por ciento, en todas las etapas clínicas a nivel mundial.
En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, Dolores Gallardo Rincón señaló que octubre, mes dedicado a la sensibilización del cáncer de mama, es también una extensión a la concienciación del cáncer de ovario (celebrado en septiembre), pues estas enfermedades obedecen a factores de riesgo similares y comparten la misma mutación genética (BRCA1 y BRCA 2) cuando se trata del patrón hereditario.
Uno de los objetivos del Programa de Cáncer de Ovario, establecido en 2011, es generar una política de salud en este tipo de cáncer, implementar un programa de educación continua para los especialistas y personal del primer nivel de atención vinculados con esta patología, generar conocimiento científico mediante el fortalecimiento de la investigación clínica, epidemiológica, genética y de medicina traslacional, por mencionar algunos.
“El cáncer de ovario no es reconocido como un problema de salud pública, a pesar de que afecta a las mujeres menopáusicas entre 40 y 59 años y que en su mayoría forman familias uniparentales. Le quita la oportunidad de vida a la mujer de entre 20 y 30 años y, por si todo fuera poco, no está reconocido dentro del rubro de gastos catastróficos del Seguro Popular, pero vamos para allá”, comentó.
Consejo genético y diagnóstico oportuno
Para la especialista en Medicina Interna y Oncología Médica, uno de los proyectos del programa consiste en establecer, a través de la Secretaría de Salud (SSA), pruebas de tamizaje —exploración de una población clínicamente sana— en mujeres con alto riesgo de desarrollar cáncer de ovario.
El tamizaje en esta patología ha sido menos desarrollado a diferencia del cáncer de mama, debido a que durante la década de los setenta estudios internacionales concluyeron la imposibilidad de diagnosticar el cáncer de ovario en etapas tempranas.
“Podemos hacer prevención a pesar de que los estudios a nivel internacional dicen que las pruebas de tamizaje no son útiles; en estudios previos se trazó realizar ultrasonido trasvaginal cada año y no se lograron diagnosticar las etapas clínicas 1 y 2 (confinada a la pelvis), pero resulta que el cáncer de ovario se puede desarrollar en un tiempo menor a 12 meses. Es una patología multicéntrica, al tiempo que nace en ovario, ya está diseminado en la superficie del peritoneo”, explicó.
Destacó que la comunidad científica no ha prestado atención en el diagnóstico etapa 3, de menor desarrollo tumoral, llamada enfermedad microscópica, es decir, cuando se disemina al peritoneo y el tumor no se aprecia a simple vista.
Por lo anterior, la investigadora aconseja a las mujeres de 40 años con factores de riesgo e historia familiar con cáncer de ovario, mama o colon realizarse un ultrasonido trasvaginal cada seis meses.
“Si diagnosticamos en una etapa clínica 3A, cuando hay poco implante y que no es visible a los ojos, es mejor que diagnosticar un 3B, cuando la enfermedad es más visible y hay implantes que pueden medir hasta 10 centímetros, o hasta un 3C, cuando hay mucha carga tumoral”, añadió.
De acuerdo con datos de la investigadora, nueve de cada 10 pacientes con cáncer de ovario del tipo seroso papilar se diagnostican en etapa 3C con carcinomatosis (que ha invadido uno o más órganos) y derrame pleural, es decir etapa 4.
“Hoy contamos con el programa de prevención y detección oportuna fincado en hacer consejo genético, detectar a las mujeres en riesgo a partir de su historia familiar; asimismo toda mujer que se diagnostica con cáncer de mama se vigila para ovario o viceversa. Practicamos lo que es la mutación de los genes BRCA1 y BRCA2, de esta manera podemos ofrecer una mastectomía profiláctica”, agregó.
La doctora Gallardo Rincón actualmente colabora en la realización de un libro en el que se explica (en un capítulo extenso) en qué circunstancias se puede realizar el tamizaje y la meta de su ejecución. “Si en cáncer de mama el pronóstico es diferente cuando se trata de una etapa 3A, 3B o un 3C, por qué no en cáncer de ovario”, comentó.
El Programa de Cáncer de Ovario, señaló Dolores Gallardo, es también punta de lanza para exhortar la detección temprana de esta enfermedad. “No nos quedemos en las etapas avanzadas. Se piensa que no vale la pena un diagnóstico 3A, B y C, y es que la evolución y el tema de tamizaje no ha sido tan desarrollado en el tema ovario, y por eso no ha sido tan explorado como sucede en el cáncer de mama”, dijo.
Educar y sensibilizar
Entre otras tareas del programa se encuentra fortalecer la formación de recursos humanos en las diferentes subespecialidades relacionadas con el cáncer de ovario. La también integrante de la Sociedad Médica del Instituto Nacional de Cancerología, A. C. dijo que esta iniciativa ha desarrollado material alternativo dirigido a gastroenterólogos y médicos generales, que les permita tener mayor conocimiento de esta patología, la cual suele confundirse con problemas de tipo gastrointestinal o amibiasis.
“La mujer puede morir con un diagnóstico incorrecto, pues se puede decir que falleció de cirrosis hepática en un hospital de segundo grado. Puede incluso haber presencia de cáncer de ovario en la superficie del peritoneo o las trompas uterinas”, comentó.
Dolores Gallardo adelantó que el Incan pondrá en práctica la terapia con olaparib, dirigido a pacientes con las mutaciones genéticas BRCA1 y BRCA2. Este medicamento tiene la enzima PAR, involucrada en un proceso que ayuda a reparar el ADN dañado interior de las células. El olaparib dificulta que las células del tumor con un gen BRCA deteriorado reparen el ADN dañado.
A cuatro años de la instauración del Programa de Cáncer de Ovario —único en su tipo en el país—- la especialista, miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), aseguró que esta iniciativa ha coadyuvado para que el Incan cuente por primera vez con datos epidemiológicos. Además, el programa tiene entre sus planes desarrollar biomarcadores en los que, por medio de una muestra de sangre, se reconozca el riesgo a desarrollar cáncer de ovario y con ello prevenirlo.