Enrique Rodríguez Balam*
Elegir es excluir. Sí, cada vez que tomamos una opción, desechamos las demás. Gran paradoja en una sociedad en la que discursos como el de la inclusión social, forman parte indisoluble de programas y campañas políticas. Y el hecho de asumir que como tal entraña complejidades, no significa negar responsabilidades. Debe conducir al mejor entendimiento del problema; implica tomar acciones en búsqueda de la resolución del mismo. A menos que hayan vivido debajo de una piedra los últimos sexenios, los ciudadanos saben bien que los interesados en puestos públicos –políticos pues-, deben incluir en sus planes de trabajo temas como: medio ambiente, diversidad –incluye tolerancia- violencia, justicia, equidad y, para el caso que nos ocupa, inclusión social. Poco importa qué, cómo y cuándo se lleven a cabo. Aquí lo relevante es que dichos temas deben figurar en las agendas políticas. Vamos, es un requisito que no se debe dejar de lado, pues quien incurra en tal omisión, perderá en un santiamén la simpatía de muchos ciudadanos. Provocará marchas, pancartas y cien formas de manifestar inconformidad. Podrá ser suficiente para confinar al político en cuestión al más obscuro de los olvidos.
En México, todos sabemos que existe un gran número de población en contextos de desventaja social: pobreza extrema y marginación figuran como grandes rubros. A partir de ello se deriva el rezago educativo –analfabetismo-, y falta de acceso a programas de salud pública, entre otros. Problemáticas que a su vez, suelen vincularse con determinados grupos sociales. Y mejor ni hablemos de calidad de vida, pues en los contextos mencionados, tal cosa sería referirse a un lujo. Suficiente con que la gente sobreviva. En los escenarios con desigualdad social, los pueblos originarios han sido referencia de todas las carencias mencionadas. Después, deberán sumarse los sectores marginados dentro de las urbes y los así llamados “grupos vulnerables”. Y aquí la lista es inmensa: mujeres que padecen violencia física, psicológica o simbólica, ancianos, niños de la calle o en condición de calle, migrantes y muchos otros. Como si lo anterior no fuese suficiente, llama la atención que siempre, al final de la lista, se encuentre la población con algún tipo de discapacidad. Y al decir “algún tipo de discapacidad”, me refiero a que además del penoso lugar que ocupan en la lista de los excluidos sociales, poco sabemos – porque no interesan casi a nadie- sobre los tipos de padecimientos “discapacitantes” que existen. Y claro, no faltará quien salte y diga “pero no soy médico, saber eso no es responsabilidad mía”. En efecto, tampoco soy médico, pero es un hecho que al igual que todos los grupos excluidos de la sociedad que he señalado anteriormente, merecen tener un espacio en igualdad de circunstancias dentro de las agendas de gobierno y políticas públicas. Y no hay vuelta de hoja: de todas las situaciones en las que una persona puede padecer la exclusión social, quien presenta algún tipo de discapacidad, sin duda debe ser prioridad por encima de otros. El asunto es que se le trata más como un tema “humanitario” o “caridad” y no como algo de importancia político-social, sobre todo en lo que concierne a los derechos humanos.
Pero vayamos por partes. Al decir “personas con discapacidad”, de inmediato asociamos tal condición con dibujos de sillas de ruedas –abundan en los estacionamientos de centros comerciales y oxxos- u otros vinculados a padecimientos físicos o motrices. Sin embargo, dentro de este grupo existe otro tipo de discapacidades: débiles visuales, sordos, sordomudos… A ello deberán añadirse todas aquellas enfermedades o distrofias físicas que por nacimiento, accidente o aspectos degenerativos, se manifiestan a través del tiempo. Dentro del sector que conforman las personas con discapacidad, se encuentran aquellas que presentan padecimientos cognitivos. El desconocimiento es tal, que no será extraño que la gente se refiera a ellos como: “retrasados mentales”, “mongolitos” –en referencia al Síndrome de Down- “malitos” “loquitos” “enfermitos”… Algunos síndromes comunes son: Síndrome de Down, Síndrome de Asperger, trastornos de bipolaridad, y otros más asociados a problemas de lenguaje. Incluso, es posible aventurarse a decir que cierto tipo de enfermedades ni siquiera han sido catalogados médicamente. Y de nuevo insisto, no se trata de saber de medicina, sino de entender que en la vida existen prioridades; que así como estamos informados con datos sobre otros grupos excluidos para luchar por sus derechos, precisa reconocer que las personas con discapacidades deben ir en el primer lugar de las agendas sociales y políticas. La defensa de sus derechos debería ser igual de tumultuosa o más, que las que vemos a diario en las noticias. Sin embargo, no veo a la sociedad volcada en las calles con afán de modificar la condición de las personas con discapacidad. Asombra la incapacidad ciudadana para entender que además de tratarse de un problema de salud pública, es de facto una problemática con profunda raíz social. Es claro que se debe buscar la igualdad para todos –sin privilegios particulares-, pero resulta escandaloso que dentro de los grupos excluidos, quienes padecen discapacidades físicas o cognitivas, sean los más olvidados por la sociedad. Observar con detenimiento la condición de estos grupos, sería suficiente para descarnar las contradicciones ideológicas de una sociedad que no distingue entro lo mínimo y lo máximo. Nos muestra una sociedad que se construye sobre intereses de grupos y no a partir de la búsqueda de bienestar de la totalidad de la población. Parece ser que hasta para asuntos tan delicados, entendemos la democracia como un tema de mayoriteo. Desvela una sociedad que convierte a las personas con discapacidad, en ciudadanos apolíticos, excluidos e invisibles.
*Sobre el autor:
Dr. Enrique Rodríguez Balam
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.