Enrique Rodríguez Balam*
Desde el siglo pasado, sabemos gracias a teóricos de las ciencias sociales que acciones tan individuales como decidir privarse de la vida, son influidos por el contexto social. El sociólogo francés Émile Durkheim, cuando redactó su obra sobre el suicidio llamó la atención sobre ciertos patrones de comportamiento. Los índices de suicidio aumentaban considerablemente en invierno, por ejemplo, y las causas se atribuían a fracasos financieros o decepciones amorosas, entre otras. También hizo una catalogación de los “tipos de suicidas”, aunque no me detendré en ello. Más allá de ese trabajo clásico de las ciencias sociales, llaman la atención ciertas particularidades sobre el suicidio en México. Destaca por ejemplo, el hecho que según estimaciones del INEGI, en el 2009 entidades como Estado de México, Distrito Federal (posibles de considerarse en proporción a la cantidad de habitantes) Veracruz, Jalisco, Nuevo León, Guanajuato, Chihuahua y Yucatán, ocupan los primeros lugares en cuanto a éste rubro. La tendencia se ha mantenido más o menos similar desde el año mencionado, hasta la fecha.
Cabe destacar que el caso yucateco es relevante, pues los datos históricos, tanto en número como en proporción de población, lo sitúan como la entidad que mayor número de casos presenta en una visión histórica de largo aliento. Además de ello, también es importante decir que la mayoría de suicidios (intentos de suicidio incluidos) entre la población indígena y sectores urbanos marginales es mayor. Bajo tales números no resulta complicado comenzar a observar la recurrencia de ciertos patrones.
Los datos que existen sobre el suicidio, nos muestran incluso que la mayoría de ellos se producen entre los meses de abril y agosto, contrario a la propuesta del teórico francés referido al inicio. Si sabemos que decidir privarse de la vida – aun cuando sea una decisión individual-, está marcada por el peso de lo social, las preguntas obvias se disparan para todos lados. La primera: ¿Qué factores intervienen para que una persona decida suicidarse? ¿Es la temporada? ¿El calor? Si la causa es la depresión por condiciones de vida como pobreza, marginación, alcoholismo, violencia familiar, decepciones amorosas o problemas laborales-financieros, ¿el entorno es la causa primaria? Difícil de responder, pese a las teorías sociales y los datos estadísticos. La complejidad radica en que, a pesar de la información cuantitativa, no existe modo de saber con certeza qué factores conducen en su raíz, al suicidio.
Ni siquiera resulta posible aun cuando los suicidas dejen manuscritos sobre las razones para privarse la vida pues, en el último instante, es probable que el testimonio sea falso. No obstante, sí resulta interesante la percepción que la gente cercana a personas y contextos de suicidios dan tiene al respecto. En una reciente publicación, la Doctora Laura Hernández*, recabó información minuciosa sobre una localidad cercana a la ciudad de Mérida, Yucatán –sitio con los índices más altos en el estado-, en la que describe lo que la gente dice sobre el suicidio.
En algunos casos se atribuye a problemas mentales, en otros a brujería, alcoholismo o por injerencia de fuerzas diabólicas. Sí, algunos cuentan, y dado que el suicidio por ahorcamiento es una de las “técnicas” más empleadas en Yucatán, que cuando intentan hacerlo utilizando las cuerdas con las que amarran las hamacas, no es la persona quien tira de ella, “es el Diablo el que agarra a la persona y se sienta sobre ella para que se muera”.
Si leemos con detenimiento, podremos darnos cuenta que en todos los casos se exime de responsabilidad al suicida. Dado que la causa que los conduce a fatal desenlace se suele atribuir a alguna de las razones ya mencionadas, no existe ejercicio de la voluntad por parte del suicida. Una de las causas más recurrentes y que más llama la atención, es la que se atribuye a una especie de “contagio social”. El hecho que las emociones se contagian, no es algo que esté puesto en duda hoy en día. Así lo apuntan antropólogos, sociólogos y psicólogos sociales. Muchas investigaciones han demostrado que decisiones de vida tales como elección de pareja, bajar de peso o los divorcios, son el resultante de la influencia que se produce dentro de los grupos y redes que circundan a las personas. No obstante, ninguno de los argumentos parece apoyar de manera contundente la respuesta sobre las causas del suicidio. Al menos, ninguno que parezca ser contundente más allá de la especulación. Lo que sí es revelador son las estadísticas. Pese a ello, quedan todavía preguntas por resolver en espectros de discusión más amplios.
Si las causas son sociales, lo que se debe corregir es precisamente eso, el contexto que lo provoca. Aun así el problema queda irresuelto. Si como vemos, se trata de una decisión personal – con independencia de aquello que conlleve a tomar tal decisión-, ¿Se debe intervenir? ¿Le corresponde a las instituciones? ¿Se debe considerar un problema de salud o de desarrollo social? Son preguntas arrojadas cual botella al mar.
Sin embargo, es un hecho que las instituciones y las autoridades, sí tienen la obligación de generar entornos donde los problemas y malestares sociales, dejen de figurar como elementos a considerar dentro de las causas que provocan que la gente opte por quitarse la vida, que de ello no quede duda. Más allá de falsas posturas moralistas o progresistas –que en ocasiones son lo mismo- conviene reflexionar sobre el derecho que puede o no tener una persona a decidir morir, como en los casos de muerte asistida, o de vivir, pero hacerlo cualquiera que sea el caso, de manera digna. Humana.
*Sobre el autor:
Dr. Enrique Rodríguez Balam
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.