*Enrique Rodríguez Balam/Salvador Tovar Mendoza
Llegar a una ciudad inevitablemente conlleva el encuentro y el enfrentamiento con una aglomeración de percepciones singulares. Unos minutos antes de abordar el avión, comentábamos una imagen de Cuba que uno de nosotros vio alguna vez en un video: varios adolescentes con caretas entrenan en un cuadrilátero de box al aire libre. Esa escena nos hizo pensar en la manera irrepetible con la que cada ciudad golpea; el impacto de un adversario nunca es idéntico al del otro: la fuerza, el tamaño del puño y el tipo de golpe son particulares. Esta característica de lo único, hace quelas ciudades sean como las personas, o más bien, como dice la frase, “las ciudades son las personas”.
El primer enfrentamiento, por supuesto, ocurre en el control migratorio, pero este espacio no pertenece a la ciudad, se trata de un “no lugar”; está creado con el fin de intimidar y no forma parte de una identidad; quizá sólo sirva para recordar que debemos estar alerta, hace aflorar el instinto básico de supervivencia que nos permite no ser devorados.
Habana. Hablar sobre ella siempre aparenta ideología política. Y no, La Habana se vive, con o sin ideología; al menos así se siente. Al aterrizar es inevitable percibir cierto aire de libertad, libertad sin ideología. Fumar un cigarro en espacios cerrados, beber alcohol en espacios públicos, son tan solo un atisbo de ella.
El contacto con la ciudad comienza al salir del aeropuerto. Esta acción puede significar una aventura, pero… ¿no vivimos eso de cierto modo en Latinoamérica? Acordamos con un amigo cubano que nos recogieran, pero también una familia fue por nosotros. Esto último ocurrió porque llevábamos algunos objetos de un mexicano que radica desde hace varios años en La Habana. Esta persona ha logrado combinar los aspectos no tan favorables de la cultura mexicana con los aspectos no tan favorables de la cultura cubana.
Nunca nos quedó claro de qué manera íbamos a entregar sus pertenencias, en parte porque la comunicación con la isla aún es compleja y en parte porque él la hizo compleja. La familia (el esposo, la esposa y la hija) insistían en llevarnos a una casa donde nos habían conseguido hospedaje (petición que jamás hicimos); al negarnos, pidieron que entregáramos los objetos, el inconveniente era que venían revueltos con nuestras pertenencias. Después de una discusión ni breve ni larga, convenimos que lo más sensato era dirigirnos hacia dónde sí nos íbamos a hospedar y allí abrir las maletas y entregar los objetos del mexicano.
Dividimos el grupo, dos nos subimos al auto que consiguió nuestro amigo cubano y otro de nosotros se fue con la familia. Éste era el menos enterado de toda la situación, visitaba Cuba por primera vez y no comprendía con claridad los porqués del jaloneo, cuestión que no tenía mucha importancia porque la familia lo puso al tanto.
Nos dirigimos del aeropuerto hacia Miramar y después de algunas preguntas la familia cuestionó y juzgó los desaciertos de nuestra decisión: nos estábamos alojando en un lugar lejano, oscuro, inseguro y que no tenía relación alguna con La Habana. La situación era hostil y lo mejor fue guardar silencio, si había que abrir la boca sería cuando estuviéramos todos reunidos. En algún punto se detuvieron para comprar pan y le ofrecieron un pedazo, él se negó rotundamente a aceptarlo y ellos insistieron en que el pan de ese lugar era muy bueno y debía probarlo, pero él volvió a negarse. Aceptarlo implicaba comenzar a tener un pacto pero sobre todo deberles algo.
Más desconcertante que enfrentarse a una situación hostil en un país que se visita por primera vez, es verse quebrado por los estereotipos falsos.
Si tuviéramos que describir La Habana por esa visita tendríamos que decir que es un lugar frío (17 grados y el factor humedad), lluviosa, turbia, sin aparente movilidad y cuyo malecón no se puede transitar porque siempre está cerrado. Y es que uno puede llegar con mirada de turista o de extranjero. La del primero tiene fecha de caducidad, la otra intenta apropiarse de lo ajeno aunque sepa de antemano que probablemente no lo logre.
Pero La Habana siempre vive y vibra: “Habana de pie”.
*Dr. Enrique Rodríguez Balam
@javoe
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.