Jesús Manuel Hernández
*El nuevo gobierno. Diódoro asoma. Que repita, dicen unos. Otros le dan. La postura de Gali.
De un tiempo a la fecha, varios asuntos públicos se han desbocado para evidenciar a la figura pública que ocupa la Secretaría General de Gobierno.
Diódoro Carrasco Altamirano, político oaxaqueño contratado por Rafael Moreno Valle para el último periodo de su gobierno, ha sido objeto de cuestionamientos, ataques, algunos directos y otros producto tal vez de su falta de conocimiento de la sociedad política poblana.
Al fin y al cabo, a Carrasco se le ha visto con cierto distanciamiento de los poblanos. Es obvio que su trabajo no se limita sólo a los asuntos internos de su cargo, intenta ayudar a su jefe en sus pretensiones nacionales, aunque su papel debía ser el de mantener el control aquí, mientras el otro anda buscando reflectores fuera.
Bien sabida es su afición por el mezcal, incluso promueve entre sus amigos un excelente producto llamado Reserva del Chégalo, uno de los mejores aguardientes de Oaxaca, sin duda una labor altruista.
La intensidad de los ataques a Carrasco se ha venido dando en la medida que se acercan los tiempos en que Tony Gali anuncie a quienes serán sus colaboradores, un asunto que preocupa más a los miembros del selecto y cerrado grupo del morenovallismo, que al resto de la población.
El estilo de gobernar de Gali sorprenderá a los poblanos y podría dejar medio huérfanos a algunos que han sido “más papistas que el Papa” en clara alusión a su exacerbado morenovallismo.
El tema financiero será totalmente de confianza para el nuevo gobernador, pero otros asuntos delicados como la seguridad y el gobierno, andan medio sueltos, y los observadores nacionales voltean los ojos a Puebla por los casos de feminicidios, inseguridad, elevación de secuestros, asesinatos, robo de combustible, etcétera.
Tal vez el nombramiento más esperado y más importante para la clase política de Puebla sea el del Secretario General de Gobierno, un cargo que en estos años ha ido de la mano de la confianza del gobernador y no siempre con acierto.
Fernando Manzanilla llevó las cosas en paz, su separación del grupo le ha traído consecuencias, pero la gente lo recuerda con buenos resultados en su administración.
No fueron así los casos de Luis Maldonado y Jorge Benito Cruz, quienes convirtieron las oficinas de Casa Aguayo en un espacio más propio de la farándula que del ejercicio de gobierno. No les importó nunca Puebla, les importaba sólo la aventura de hacer a Rafael presidente de México.
Luego del triunfo de Gali, Javier Lozano Alarcón se apuntó a la Secretaría General, lo había hecho antes a la Presidencia Municipal, todo en vano, por suerte.
Luego surgiría el nombre de Mario Rincón como el bombero especialista en acomodar fichas para que el juego no se descomponga. Por suerte para Puebla tampoco se ve que hay luz en su camino.
Y entonces los ojos de los asesores voltearon a Diódoro Carrasco. Qué tal que repita y todo siga más o menos igual, dijeron, y entonces se desataron los demonios contra el oaxaqueño.
Los hechos van más allá. Hay asuntos pendientes, hilos de madejas que han estado solamente en una mano, desde donde se envían los mensajes, se hacen los acuerdos, se ofrecen dádivas o se cumplen amenazas. Todo desde el mismo sitio, empleando desde personas, equipos y dinero público para obtener información privada de los actores políticos, incluyendo a los del equipo morenovallista. A espaldas o con el consentimiento del aún gobernador.
La envergadura del asunto preocupa al gobernador electo, no puede aparecer como preso del morenovallismo, tampoco romper con él, pero sí marcar la diferencia y tal vez la primera señal es que el poder quede en manos de quien entienda la institucionalidad, más que la marca del morenovallismo.
Diódoro Carrasco no es improvisado, algo sabrá de quién está detrás de todo y es que la transición pudiera dejar hoyos negros, no financieros, no económicos, sino de control sobre el poder de la información.
O por lo menos así me lo parece.
Diódoro Carrasco, en la mira
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