Nadie es culpable de nada

Óscar De la Borbolla

En el fondo, nadie sabe nada, y es la casualidad la que nos conduce a un destino u otro.

Como vivir es un oficio que no termina de aprenderse, regularmente vamos dando tumbos a través de los días. El meter la pata o no saber qué hacer es algo que va alternándose con nuestros aciertos. Sabemos reglas generales, tenemos lo que se llama una idea, pero este conocimiento por fuerza general no nos previene ante la casuística que da forma a cada una de las posibilidades que se nos presentan.

Cada ocasión es tan distinta de las otras pese a que se parezcan tanto que, la verdad, no somos completamente los autores ni de nuestras fallas ni de nuestros éxitos. Nadie jamás abarca todos los factores, ni tiene en mente todas las consecuencias; los más experimentados poseen un banco de experiencias del que echan mano, pero la diferencia entre lo que saben y lo nuevo no los pone a salvo de errores y, en el caso de que tengan suerte, el mérito tampoco es suyo completamente.

Para saber qué hacer en cada caso tendríamos que vivir no solo por segunda vez nuestra vida, sino contar con la memoria exhaustiva de lo que nos ocurrió en la primera. Ante oficio tan difícil como vivir, sólo nos queda la improvisación y desear con ojos implorantes que nos favorezca la suerte.

Desde este ángulo es pura vanagloria la actitud de quienes se sienten orgullosos de lo mucho que han logrado, y es necia la congoja de quienes se mortifican por no haber sido más sagaces. Unos y otros iban por la vida igual de ciegos eligiendo apariencias y formulándose prospectivas parciales. En el fondo, nadie sabe nada, y es la casualidad la que nos conduce a un destino u otro.

Nos gusta creer que somos, como dijo el poeta, los arquitectos de nuestra vida, que podemos agenciarnos un modelo matemático o psicoanalítico para hacer nuestros cálculos y nuestros vaticinios, pero la realidad -por mucho que necesitemos agarrarnos de un dogma para sentirnos seguros- es una maraña de accidentes que con harta frecuencia se va por donde menos lo esperábamos.

Entiendo que uno debe esforzarse, que más nos vale ser reflexivos y cuidadosos; pero ante la cantidad enorme de sorpresas con las que uno se ha topado a ciertas alturas de la vida, como es mi caso, creo que ya es oportuno levantar un canto irresponsable a la absoluta impenetrabilidad del futuro. El futuro es la prueba irrefutable de la insignificancia inútil de nuestra capacidad de previsión. Algo positivo asoma en medio de este nihilismo, pese a todo: el alivio de que uno no es el culpable de la tragicomedia en la que se encuentra, pues, es muy probable que habiendo hecho exactamente lo contrario uno hubiera llegado a lo mismo; y también es posible que no habiendo hecho nada los saldos habrían podido ser mucho más favorables.

Óscar De la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: “Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo… Los locos somos otro cosmos.”

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