“Este instrumento me han puesto en muchos caminos y al andarlos he aprendido mucho con los pies, recorriendo, cayendo y volviendo todo eso canción”
Jamás en la historia un objeto ha cobrado tantas vidas como el fúsil Kalashnikov, mejor conocido como AK-47. Este modelo goza de gran popularidad entre las guerrillas y narcotraficantes; por lo mismo, cuando en 2002 se dieron los primeros actos de desmovilización en Colombia y cientos de miembros de las FARC, del ELN y las AUC bajaron de las montañas para entregar sus rifles, el músico y activista César López se conmovió ante lo poderoso del gesto.
Que un combatiente de pronto sepa que en vez de guerra quiere paz y una vida al lado de los otros en el pueblo nos muestra que cambiar sí es posible; ello me hizo pensar en lo simbólico de dar forma a un instrumento musical a partir de uno de esos rifles de asalto, explica el compositor colombiano. El resultado es la escopetarra.
Así, con este nombre tan peculiar se bautizó a la invención de César López: una guitarra cuyo mástil y encordado fueron montados sobre la empuñadura y cañón de una AK-47 con la intención de cancelar, de una vez por todas, su vocación de escupir balas y, en vez de ello, darle voz y capacidad para entonar canciones. Hay 20 repartidas alrededor del globo en lugares como la Casa de las Culturas en Berlín, las instalaciones de la UNESCO en París, las oficinas de la ONU en Viena y Nueva York y, en breve, la Ciudad de México tendrá la suya, que se exhibirá en el Museo Memoria y Tolerancia.
¿Pero por qué hacer música con un arma? A decir del cantante, el arte es un bálsamo para los horrores del mundo y, bajo esta convicción, hace 15 años fundó el Batallón de Reacción Artística Inmediata, con la misión de ir, lo más pronto posible, a los lugares donde hubo violencia para dar apoyo y tocar para las víctimas.
“El 7 de febrero de 2003 estalló un carro bomba en las instalaciones del Club Nogal, en Bogotá, y rápido aparecimos ahí. Un militar me cerró el paso y de un culatazo quebró mi guitarra. Lo que más llamó mi atención fue ver que ambos cargábamos nuestras herramientas de trabajo casi igual: él llevaba su metralleta prendida al brazo con una correa como quien se sujeta un instrumento al hombro con un tahalí, y la sostenía como si pulsara un acorde con la mano izquierda, mientras su derecha se cerraba en garra, como si fuera a rasguear”.
Aquel momento terminó por dar forma a los que César López había imaginado al leer en los diarios sobre guerrilleros deponiendo las armas y, con esta imagen en mente acudió al taller del lutier Alberto Paredes para que le construyera la primera escopetarra, según sus especificaciones: el puente, mástil, clavijero y pastillas serían los de una guitarra eléctrica, pero en vez de un cuerpo sólido de madera todo debería ir engastado en el acero de un fusil.
Esta propuesta ha hecho que el activista haya ganado notoriedad y le abierto las puertas a diversos foros interesados en escuchar su experiencia, como en esta ocasión, que viajó a México invitado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM para participar en el Encuentro Académico sobre Prevención de la Violencia Armada y Delitos Relacionados con Armas de Fuego, así como para dejar una de sus escopetarras en custodia del Museo Memoria y Tolerancia.
En su sencillo más reciente, titulado Fin y aparecido en julio de 2017, el compositor escribe estos versos: Hay que callar los fusiles/, mataron cientos de miles./ Nadie dijo que sería fácil,/ nadie sabe con el hambre que otros duermen./ Hoy desperté con los pies en la Tierra,/ para cantarle al fin de la guerra.
Sobre sus temas César López explica: “Este instrumento me han puesto en muchos caminos y al andarlos he aprendido mucho con los pies, recorriendo, cayendo y volviendo todo eso canción”.
Un fúsil que cayó del cielo
En el orbe hay más de 75 millones de fusiles AK-47 y los elegidos por César López para ser transformados por las manos de un laudero pertenecen a uno de los cargamentos más grandes de los que se tenga noticia. Formaban parte de aquellos 10 mil que —en 1999— el peruano Vladimiro Montesinos, entonces asesor del presidente Alberto Fujimori, adquirió en Jordania y dejó caer en paracaídas sobre Barrancomina, en plena selva amazónica colombiana, para ser recogidos más tarde por las FARC. Esta operación criminal aún es recordada por los periódicos como “el día en que llovieron armas”.
Para el músico, conocer estos detalles es crucial y, por lo mismo, sabe que el instrumento que dejará en la Ciudad de México fue arrojado desde un avión Ilushin 76 para luego caer en manos de un combatiente de nombre Oliver, quien en 2006 abandonó su vida paramilitar y entregó su rifle en las desmovilizaciones de Colombia.
“Y eso hago, prestar oído a las historias que se me cruzan y tomarlas como materia prima para mis canciones; con ello busco darle voz a quienes no suelen ser escuchados”, comparte el artista que, por esta labor, ha sido nombrado mensajero de la no violencia para Naciones Unidas y emisario de conciencia por Amnistía Internacional.
Cuando César López fundó en 2003 el Batallón de Reacción Artística Inmediata, sus desplazamientos se limitaban a Bogotá y sus alrededores. La proyección global ganada le permite ir hoy a los muy diversos epicentros de la violencia, como las favelas de Brasil o los barrios pobres de México, país por el que se siente dolido por sus cientos de miles de desaparecidos y muertos en apenas pocos años.
En 2010, el colombiano dio a conocer el disco Toda bala es perdida, que incluye un tema homónimo elaborado con los relatos recogidos en su andar y cuya letra modificó tras los hechos aún no esclarecidos del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. El verso agregado dice así: Hablo por lo que ya no están/, por los muertos vivos./ Hablo sobre la soledad/ de esas madres sin hijos./ 43 que ya no hablarán,/ se los llevó el olvido./ Toda bala es perdida/ y toda víctima, hermana./ Tanta guerra y mentira,/ ¿y qué vendrá mañana?
Actualmente César López impulsa una iniciativa de su autoría llamada 24-0 que tiene por ideal lograr que, por lo menos durante un día, no haya muertes violentas en Latinoamérica y, por lo mismo, se dice preocupado por las altas cifras de asesinados en México.
“Soy un visitante, pero he vivido el conflicto de este país, lo he escuchado y pasado por mi piel y corazón. Por lo mismo sé que esta noche habrá luto en muchas familias mexicanas y eso me inquieta y despierta preguntas ¿qué hace ese chico que morirá hoy?, y también pienso en quien gatillará el arma y lo que siente. Ante eso ¿qué puedo hacer yo? Lo ignoro, desearía tener al menos una respuesta”.
Donde se dan encuentros improbables
La escopetarra viaja en un estuche cuadrado y rígido en cuyo interior la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) ha colocado una pegatina con la leyenda “This is not a weapon, it is a guitar”, la cual, señala César López, resulta útil pues ya ha pisado las prisiones de las ciudades de Buenos Aires y Singapur tras ser acusado por las autoridades de querer introducir en el aeropuerto un arma mediante camuflajes y engaños.
A decir del artista, dicha reacción es comprensible porque ver de cerca un arma siempre resulta agresivo, incluso si ésta es en realidad una inofensiva guitarra. “Este instrumento no fue concebido para agradar, sino para generar una reflexión, interpelar y hacer que la gente se pregunte, ¿cómo un artefacto de muerte pudo transformarse en algo diferente? Desafortunadamente, no todos lo entienden”.
Por ello, cada vez que César López presencia cómo la música induce al cambio siente como si estuviera ante un pequeño milagro. “Si algo me han enseñado los años es que el arte es esa autopista donde los diferentes se encuentran. Caminar esta ruta me ha permitido ser testigo de excepción de un abrazo entre víctima y victimario, de uno que no pasa por discursos de relumbrón o pactos políticos, sino por las emociones que han sanado y que permiten el contacto”.
Todas estas vivencias lo inspiraron a escribir, en 2016, el tema Canción para el perdón, incluido en el álbum Canciones para después de una guerra y que incluye la frase: “Perdonar puede no transformar lo vivido, pero cambia lo que vendrá”.
Y es que, para César López no cabe duda de que al arte cura las heridas, aunque también sabe que reparar lo fracturado toma mucho tiempo y, como John Paul Lederach, calcula que de actuar ahora, pasarán dos o tres generaciones para que la humanidad pueda comenzar a reponerse de tanto daño autoinfligido.
“Todo lo que el humano genera lo hace por amor o por falta de él y el arte devuelve un poco de amor al individuo, así como la convicción de que podemos vivir los unos con los otros y no tan sólo los unos junto a los otros. Al final, la paz es una colcha de retazos que todos hacemos día con día, aportando un pedacito desde nuestra esquina”.