Marcela del Río deja un legado en las letras y la cultura de Morelos

Alicia Alarcón

Foto: La poeta con el actor Manuel Ojeda. (Facebook Fundación Marcela del Río Reyes)

Preámbulo a la entrevista.

La muerte de Marcela del Río Reyes marca un parteaguas en la cultura de Morelos, y deja un legado en el mundo de las letras.  Además de ser poeta y narradora también fue gestora cultural, ya que en su casa de Cuernavaca convocaba constantemente a tertulias y encuentros con artistas, músicos y escritores. De gran talante y gentil, siempre estuvo dispuesta a dar entrevistas y a acercar a la gente a la cultura. Mi encuentro con ella fue ocasional. Sin embargo, tuve la fortuna de entrevistarla hace una década. Asimismo, de presentar su poemario intitulado Música Solar. Homenaje a Remedios Varo. ¡Qué mejor manera de recordarla que leyendo la entrevista realizada precisamente, a propósito de su obra poética!

—————————————————————————————————————-

Marcela del Río: “sangre de Reyes en las venas”

Alicia Alarcón

Marcela del Río me recibe en “La covacha del Río” –así dice el letrero de la entrada de su casa- enfundada en un vestido de manta color arena del que brotan lilis y azucenas. De manera relajada y alegre me da la bienvenida con una sonrisa que nunca pierde a lo largo de la entrevista. Nos sentamos en la sala de su casa ubicada en Cuernavaca. Es un lugar espacioso. Del techo cuelga un gran candil. En las paredes, óleos y fotos. También hay testimonios de su estancia en Checoslovaquia y Bélgica, países donde estuvo como diplomática. El piano y los libros son primordiales. Adorna la sala, de piso a techo, la pintura del general Bernardo Reyes –su bisabuelo- quien pareciera que acomoda su mirada hacia nosotros en señal de vigía.

 

Del otro lado del ventanal hay un espacio dedicado al compañero de su vida: el violinista Hermilo Novelo (Veracruz 1930- CDMX 1983). Ahí tiene resguardados en la vitrina la copia de un violín guarnerius, que el propio Hermilo mandó hacer; un virmel, y otro más con la inscripción de Amati. A un costado está otra covacha, la dedicada a la escritora, poeta, dramaturga. Y, de frente al jardín, la consagrada a la pintura. Varias covachas tiene en su vida.

En pleno auge del régimen socialista, entre 1972 y 1977, Marcela del Río estuvo como agregada cultural de la embajada de México en lo que fuera Checoslovaquia. Es a partir de esa experiencia que configura la trama de La cripta del espejo, donde se narra el desmoronamiento de una familia, de un sistema político y de un México lacerado por la masacre del 2 de octubre del 68. Mientras que el personaje masculino -embajador, padre de familia, estadista diligente- padece los embates de un sistema político rancio, de pleitesías y servilismo, son las voces periféricas y subalternas -la esposa, la empleada doméstica, el hijo rebelde- quienes cuestionan las estructuras hegemónicas y, desde su trinchera particular, intentan derribarlas. Lo personal es político. En palabras de Lola Horner, “La cripta del espejo no es solo la disección de una figura de poder y todos aquellos que la convierten en quien es, sino también la oportunidad de escuchar una época y ciertas voces que recrean años convulsos y apasionantes”.

Marcela del Río nació en Coyoacán, Ciudad de México en 1932, en el seno de una familia de escritores, artistas y generales. Su madre fue María Aurelia Reyes, hija de Bernardo Reyes, hermano mayor del escritor Alfonso Reyes; ambos descendientes de Bernardo Reyes Ochoa, el general legendario que estuvo a punto de suceder a Porfirio Díaz, y a quien el escritor Alfonso Reyes comparaba con el Cid Campeador.

 

 

Marcela del Río tuvo una gran amistad con René Avilés Fabila. Se conocieron en el Centro Mexicano de Escritores en 1965. Ella está sentada en el extremo derecho del sofá y él es el quinto hombre de la izquierda en la fila de atrás.

Como dice Adolfo Castañón, “Marcela del Río trae sangre de Reyes en las venas”. Pero quizá, explica, no es la figura del escritor el astro que mayor ascendiente ha tenido sobre su vida y obra, sino la personalidad de su madre Aurelia Reyes, quien resultó ser como Marcela su hija, una mujer asombrosa e inquietante en las letras y en la vida que formó parte de esas primeras generaciones de mujeres que a principios del siglo XX supieron franquear las puertas de la ciudad literaria con las armas de la belleza.

Cuenta Marcela que en aquella época las familias aristócratas porfiristas educaban a las mujeres para ser una esposa ilustrada que consistía en el dominio del francés y en tocar el piano, actividades que demostraba el orgullo de un esposo protector ante la sociedad conservadora. Así fue educada la mamá de Marcela del Río; internada en el colegio francés donde no se hablaba español. Corrían tiempos difíciles en el país, umbral de la Revolución, cuando el abuelo de Marcela del Río vio amenazada la fortuna de la familia Reyes, principalmente por la muerte del general Bernardo Reyes. “Entonces para salvarse de la catástrofe económica, mi abuelo casa a mi mamá con Gustavo Pacheco (hijo de otro general de nombre Gustavo Pacheco), que le llevaba 30 años”. Así cuenta Marcela del Río parte de la vida de su madre Aurelia Reyes, escritora y periodista en la década de los treinta, siendo una figura importante en la corriente feminista de esa época.

 

Pero el hecho de que Marcela del Río fuera hija de periodista y sobrina nieta de Alfonso Reyes no le garantizó una carrera fácil. De pequeña soñaba en ser piloto aviador. Escuchaba a su madre tocar piano y cantar, así como verla escribir sus artículos periodísticos. Pero la vida no es miel sobre hojuelas, para aplicar un lugar común, porque a los 17 años de edad quedó huérfana. A la muerte de su madre, Marcela del Río emprendería un camino difícil; vendrían muchos años de trabajo autodidacta “siempre con un libro en la mano”. Recuerda que le empezó a pedir libros prestados a su tío Alfonso Reyes, quien apuntaba en una libreta el título del préstamo, del que estaba muy al pendiente; “a los ocho días me decía ¿ya acabaste? Sí tío, ya acabé. No me lo rayes, me advertía.”

 

Posteriormente, trabajó con Diego Rivera en la organización de su archivo. Más adelante empezó a interesarse por el teatro siendo discípula de Héctor Azar y Sergio Magaña; como dramaturga se estrenó con un monólogo que publicó a los 25 años de edad.

Como profesora enseñó diez años en la Escuela de Arte Teatral de Bellas Artes; perteneció al cuerpo docente fundador de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Asimismo, fue catedrática durante 14 años de la Universidad de la Florida Central.

En 1962, a los 30 años de edad escribió el ensayo La crítica teatral. Cinco años después, en 1967, dio a conocer ¿Qué pasa con el teatro en México?. El interés y la preocupación por este género culminó con la publicación de Perfil y muestra del teatro de la Revolución Mexicana.

Esta obra que en opinión de Marcela del Río “salva y ordena el teatro de la Revolución” porque da a conocer a escritores emblemáticos anarquistas como Ricardo Flores Magón, fue premiada en la Universidad de Florida Central, de donde es profesora emérita.

 

En 1976 publicó Proceso a Faubutten, obra escrita como una suerte de diálogo con Ray Bradbury sobre temas de la historia y la humanidad. La autora menciona que Bradbury conoció el texto y sostuvo con Marcela una interesante relación epistolar. Este libro de ciencia ficción es una prueba de cómo la autora siempre busca abrir puertas y ventilar el aire intelectual a través de nuevas formas y temas. Fue discípula de Juan José Arreola y Juan Rulfo, también desarrolló el periodismo escrito en Excélsior y el Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda. Su incursión en el periodismo le permitió la entrada al mundo cultural del país, ya que conocería a quien después fue su amiga entrañable: Remedios Varo.

Los recuerdos de niña regresan nuevamente, Marcela cuenta que jugaba a cantar ópera: “mi mamá, como había sido educada en escuela francesa, celebraba el 14 de julio. Entonces creamos en casa la ópera Catorce de Julio; se trataba de una parodia donde presentábamos Aída, La Traviatta y Fausto, entonces mamá escribía los versos y cantaba. Nos caracterizábamos, hacíamos la escenografía. Mamá siempre tenía una sonrisa en la boca”, recuerda. Tiene razón Adolfo Castañón, dice Marcela, porque el ejemplo de la madre fue lo que la llevó finalmente a la literatura y al periodismo. Más adelante, en la secundaría su interés lo orientó a la ciencia. Menciona que en su recámara tenía un telescopio, matraces, tubos de ensayo entre otros; “tal vez si no hubiera muerto mamá hubiera estudiado Física o Biología. Mi fracaso actual es no haber podido desarrollar una carrera enfocada a la ciencia, y por eso quizá mi primera novela fue en esta dirección”, concluye.

 

El vínculo que esta autora mantiene con la ciencia es poético, inscrito en el libro intitulado Música Solar Homenaje a Remedios Varo. Con esta obra queda claro que a la poeta Marcela del Río y a la pintora Remedios Varo la ciencia jamás les fue ajena. Para ambas, su imaginación artística se valió de procesos muy parecidos a la imaginación científica; ya que la capacidad de observación de la pintura de Remedios Varo y la capacidad metafórica de los poemas de Marcela del Río son sorprendentes. Hay en sus trazos pictóricos de Remedios Varo y de sus escritos de Marcela del Río, un detallismo de minucioso refinamiento donde se apoyaron de la astronomía, la física, las matemáticas, la ingeniería, la biología y el psicoanálisis.

¿Cómo surgió la idea de escribir este poemario? Marcela del Río conoció a Remedios Varo en la década del sesenta cuando siendo periodista de Excélsior le encomendaron realizar una entrevista a la pintora de origen español, ya que Marcela del Río conocía de arte plásticas porque había sido asistente de Diego Rivera. Durante esa entrevista surgió la amistad identificándose en el arte: pintura, música, literatura. La amistad duró hasta la muerte de Remedios Varo, en 1963.

 

En 1983, veinte años después, hubo un parte aguas en la vida de la poeta y escritora, la muerte del violinista Hermilo Novelo, su gran amor. Esta situación orilló a Marcela ausentarse de la escritura por un largo tiempo. Once años más tarde, en 1994 se exhibió en el Museo de Arte Contemporáneo en CDMX, una retrospectiva de Remedios Varo. Al asistir a la exposición, Marcela del Río pidió permiso al viudo de la artista, Walter Gruen, fotografiar los lienzos de la exposición.

 

El proceso creativo para el poemario había comenzado. Llegó a su casa con las fotos de las pinturas que colocó una por una frente a la máquina de escribir con el único deseo de extraer de su alma el dolor convertido en poemas.

Música solar es una obra catártica. El lector no encontrará poemas de júbilo ni gozosos. No, nada de eso; son 40 poemas escritos en un estado de casi sesión psicoanalítica, como dice la autora, en donde se expresa el dolor y la tragedia de su ser amado. Expresan poéticamente un vacío de ira, de negación, de enojo ante un duelo injusto.

En la lectura de estos poemas vamos recorriendo laberintos duales vida-muerte; tristeza-alegría, placer-dolor, luz-sombra, compañía-soledad.

Este libro nos traza un puente, además, de estos dos micro mundos; la poesía y la pintura donde “la imaginación cobra cuerpo, y los cuerpos se vuelven imágenes”, dice Marcela.

Música solar. Homenaje a Remedios Varo fue publicado por el Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos, en 2010. En caso de querer adentrarse más en el tema, la autora comparte un blog en internet donde expone su obra narrativa y poética.

-o0o-

*

*

Top