Es simplemente que me gusta que estés conmigo
(amor con olor a tu cabello, quesadillas y café)
Arturo Fajardo
-¿Qué quieres de cenar?, Me pregunta.
-¿Qué tenemos?
-No mucho, pero voy a la tienda no te preocupes, ¿Se te antojan quesadillas?
-Si claro, te acompaño.
-No, ahí quédate, voy rápido.
La escena se ha repetido ya casi a lo largo de ocho años. Un viaje rápido de ida a la tienda, una espera muy corta, una cena simple y al mismo tiempo deliciosa.
Hace tiempo fuimos muchos, poco a poco todos crecieron y se fueron a vivir sus vidas, hoy solo cenamos ella y yo. Antes el refrigerador se quedaba chico y no podía albergar tanta comida. Hoy casi nunca comemos aquí, el refrigerador casi siempre está vacío. Agua fría si acaso, una cerveza huérfana de cinco hermanas, papaya para desayunar, botes y latas de salsas y chiles, no más…
Nos reencontramos en Elefante, me dijo que esa noche no iba a ir pero que sus amigas la convencieron y acabó yendo. Yo por el contrario, iba todas las noches o casi todas, ahí estaba siempre, mis verbos favoritos eran ver, observar, estudiar, escribir inclusive aunque casi no bebía nada, y bailar hasta la fecha es un verbo que me cuesta conjugarlo.
Sin embargo asistía todas las noches, como preparando un encuentro que algún día se iba a dar, como presintiendo que debía estar ahí. Hasta que ese momento llegó y lo bueno fue que supe identificarlo. Con el tiempo ya no hubo necesidad de seguir yendo, además El Elefante cerró sus puertas.
Un mensaje de texto, mucho tiempo de espera y al fin la respuesta. Precavida, lenta, luego supe por qué. Pasó mucho tiempo antes de volvernos a ver, un día le pregunté ¿Quieres que pasen otros treinta años? Yo no. Ella dijo que tampoco.
Si los principios son complejos, los medios lo son más. Si detener las máquinas para colocar otros engranes es complejo, ni hablar de detener las inercias humanas para insertar nuevos mecanismos y hacer que el conjunto trabaje mejor que antes o por lo menos igual. Sin embargo el tiempo nos ha demostrado que sí es posible, dosis inmensas de paciencia son requeridas para derribar las defensas, guardias y torreones de seis adolescentes con visiones y dinámicas diferentes y salir sin heridas y almas rotas. No hard feelings, como dicen.
Han pasado dos minutos desde que te fuiste a la tienda, y no es cuestión de hambre, pero ya te extraño. Como te he extrañado cada minuto de estos ocho años cuando no has estado conmigo. Y no creas que es una necesidad malsana de no poder vivir sin ti o de dependencias patológicas, nada de eso. Somos perfectamente maduros para poder estar distantes como ha sucedido tantas veces por trabajo o por otras cosas. Es simplemente que me gusta que estés conmigo y eso es todo, creo que se debe a que ya vivimos mucho tiempo separados.
Hoy nos gusta viajar juntos, ir al cine juntos, comer juntos, trabajar juntos. Vaya hasta ir por Beto y Moni al aeropuerto es una acción que hacemos en forma conjunta. Y no me cansa ¿eh?, creo que el principio de esto es que comprendo la forma en como piensas y tu comprendes la forma como veo el mundo. ¿Será que nuestras mutuas manías se reinterpretan en una forma conjunta de pensar? Sí, seguramente algo de eso pasa.
Algo que nunca pensé que sucedería es que abrazaríamos una nueva profesión en este momento de nuestras vidas y que te gustara tanto como a mí el tema de la educación. Me siento orgullosísimo de ti cuando vienen los papás y mamás de tus alumnos a darte las gracias porque cambiaste la vida de sus hijos, o como te dijo una señora hace unos días, por hacer lo que yo como madre no puedo.
Si supiera que por unos momentos te conviertes en la otra mamá de sus hijos y que no eres una maestra más. Que la vida de sus hijos ha cambiado porque intercambias el “¿Cuantoescincoporocho?” por un “muy bien, mi vida”. Y conviertes el asunto de la educación en un tema precisamente de eso: De vida.
He aprendido nomás de escucharte, cuál es la diferencia entre un maestro de verdad y alguien que no tiene la más remota idea. Te escucho y aprendo de ti. Trato de ser tan buen maestro como tú.
Regresas de la tienda, te ríes y me saludas como si hiciera un año no nos viéramos, te encaminas a la cocina de este departamento afortunadamente tan pequeño que me permite seguirte viendo en todo momento y no perderme ni un detalle de ti. Preparas la cena, me cuentas tu viaje a detalle como si hubiese sido una excursión a la Patagonia, y lo mejor: ríes.
Colocas en un plato tres o cuatro quesadillas y me dices que las coma, yo te digo que te espero, insistes, -Se te van a enfriar.
Ya puse en la mesa la colección de botes de salsas y chiles. Por fin te sientas y cenamos.
Flota la música que nos llega de todo el mundo.
Huele a café, y a quesadillas, por supuesto.
Yo nomás quiero acabarme la cena, apagar la luz y llenarme del olor de tu cabello.
Oaxaca Oax.
23 de mayo del 2014.