Salvador Flores Durán
Ha muerto Cristina Pacheco, una de las grandes periodistas mexicanas que hizo del ejercicio de la crónica y la entrevista ejemplos de un trabajo inconmensurable.
Su capacidad de asombro y talento, la empatía con los entrevistados, personajes de la vida común que demostraban el humanismo del periodismo, fluían con sus preguntas, alejadas de las pretensiones y las falsas poses que pululan en el gremio reporteril.
Cristina nunca estaba por encima de sus entrevistados, era más bien, una cómplice que buscaba entender las historias de vida de sus interlocutores. Desmenuzaba con paciencia los hechos de la cotidianidad de los personajes comunes de la gran urbe de concreto, de sus campos aledaños y de las oleadas de personas en tránsito.
Taqueros, músicos, boleros, organilleros, amas de casa, estudiantes, campesinos, así como destacados personajes de la cultura, el cine, la literatura, el teatro o el arte eran la materia prima para sus preguntas.
Cristina hizo del preguntar un arte. Su prosa fluía precisa, emotiva, empática, certera en su mar de historias. En sus crónicas y entrevistas el periodismo alcanzaba estatus de arte, porque mostraba la vida humana de la gran ciudad en la que le tocó vivir.
Su muerte es una gran pérdida para el periodismo mexicano.
Sobre todo, en estos días aciagos para el periodismo, donde la entrevista y la crónica son géneros en desuso, abandonados por las nuevas generaciones lanzadas al mundanal y feroz combate de la talacha donde lo mejor se cuantifica por clics efímeros, por imágenes en movimiento que hacen “superfluo” e “innecesario” el arte de escribir.
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En estos días en los que como nunca el periodismo sufre, no sin razón, una grave crisis de credibilidad, en los que perdemos la batalla ante la increíble inmediatez de las redes sociales y nos avasalla el reino de la desinformación y la manipulación informativa, harán falta muchas cristinas Pacheco.
Hacen mucha falta periodistas que tengan la paciencia para escuchar, para empatizar y dar la voz a quienes siguen sin existir, perdidos en el anonimato, en la nada de la pobreza y la marginación, a las víctimas de todo tipo de violencias que hoy avasallan enormes regiones del país.
El ejercicio y legado de Pacheco debe ser nuestra guía en la práctica diaria del periodismo. Siempre queda mucho por contar, siempre queda mucho por conocer y entender al mundo desde nuestra aldea.
Estas palabras solo quieren ser un mínimo homenaje al enorme trabajo de una de las mejores periodistas que ha dado este país, un mar de historias que todavía debe contarse.