José Luis Pérez Cruz/Santa Cultura
Oaxaca.- Siempre vivaz, con esos ojos que se abren para guardar en su memoria a cada visitante que llega y se sienta frente a su escritorio, la legendaria periodista Arcelia Yañiz Rosas (1918-2014) sonríe y escucha con la mirada, entre comentarios analíticos y chuscos; hablar con ella se vuelve un intenso placer y una gran coincidencia de vida.
La última vez que platicamos, siempre con la promesa de volvernos a ver, fue en la entrevista que me concedió en diciembre de 2013. En esta charla la maestra Arcelia Yañiz definió así a uno de sus grandes amores:
“El periodismo es un oficio apasionante, excesivamente peligroso, que se debe ejercer con justicia, para darle voz a quienes no la tienen. Se debe priorizar la veracidad al dar conocer los hechos y nunca comprometerse con intereses ajenos al bienestar colectivo”.
Conocer la vida y el andar profesional de Arcelia Yañiz, no sólo es adentrarse a la historia del periodismo en Oaxaca o analizar a una mujer generosa e influyente en la gestión cultural, es recrear a una generación de oaxaqueños, que ella misma me dijo, ya se han extinguido:
“Ahora se perdió el ‘oaxaqueñismo’. Antes, la gente era más leal y solidaria, en las manifestaciones, salían las personas de las casas y marchaban por las calles, callados, eran gente que manifestaba al gobierno su descontento, pero de manera correcta”.
En lo personal, mi encuentro con Arcelia Yañiz se dio en la Biblioteca Pública Central. De lejos la veía entrar a su oficina o caminar por los pasillos, cuando era directora de este espacio que se ubica en las calles de Alcalá y Morelos, justo cuando este lugar vivió su época de oro, gracias a la inexistencia del internet. Hablo por supuesto del siglo pasado.
Ya en el presente siglo, me encontré con la maestra Yañiz en periódico El Imparcial, donde yo era editor y ella colaboradora. Cuando tomé la sección Arte y Cultura, entonces, finalmente nos tocó trabajar juntos.
Hace poco releí algunos de sus trabajos que me mandaba religiosamente a la redacción, y sin duda nuestro punto de coincidencia es la cobertura, análisis y crítica de los acontecimientos ligados a la tradición y la costumbre.
En mi búsqueda por conectarme con mi querida Arcelia, fui a la casa donde habitó antes de morir, me recibió su hija Itandehui, me enseñó fotos, sus cuadros, sus fotografías, algunas de las ediciones de periódicos donde trabajó, y entre su legado salieron unos empastados de la revista mensual ‘Síntesis Gráfica’, una seductora publicación que ella dirigía y donde la cultura tenía un papel primordial.
En una rápida hojeada, apareció una portada del mes de diciembre del año de 1966, donde destacaba la imagen de la Virgen de la Soledad, el título dice: “Una leyenda consagró la imagen de la virgen de la Soledad, considerada por los católicos como la patrona de Oaxaca”.
En la última plática que tuve con la maestra, al preguntarle sobre el símbolo de identidad que ejerce la Virgen de la Soledad, sin dudarlo comentó: “yo como periodista, cuando acudía a la Basílica oía a muchos indígenas hablarle a la virgen en sus lenguas, llegaban a pedirle, es una virgen adorada por diferentes generaciones de oaxaqueños, da identidad a muchos oaxaqueños, es su símbolo mayor”.
Ella siempre dijo que la Virgen de la Soledad era su madrina porque fue quien la lanzó al periodismo, ya que uno de sus primeros trabajos fue la cobertura de la feria que se asienta alrededor de su fiesta patronal.
Al igual que doña Arcelia, la tradición como fuente y la crónica como género, ha sido mi camino a recorrer, al igual que para muchos periodistas en Oaxaca, pero quizás, hay cuestiones personales y apasionantes que te hacen permanecer y disfrutar estas coberturas.
Considero que uno de estos puntos es capitalizar en cuestión informativa, la cultura donde naces, la tradición oral que te nutre de conocimientos básicos, y donde la tradición es una forma de vida e identidad. Pero no como el cliché contemporáneo de ver a Oaxaca como el colorido pueblo sonriente que te abre sus brazos en el sur del país, lleno de gente morena y gordita que producen mezcal y bailan la Guelaguetza.
En mi caso, mis primeros años transcurrieron en el mercado Benito Juárez vendiendo fruta al lado de mi abuela, quien me colocó en un camino que más tarde reconocería y me serviría para entender y disfrutar el periodismo cultural que hoy realizo.
Para la tradición, el periodismo en Oaxaca ha tenido siempre espacio, esta información viste a un medio, sin embargo le queda a deber en el polo de la investigación. En los últimos años los periodistas jóvenes poco investigan, y toman cualquier declaración como una verdad absoluta, y con ello alteran la raíz de nuestra identidad.
Cierto es hoy, que las instancias oficiales toman a la tradición como un producto que se puede prostituir sin guardar respeto a la cultura a la que pertenece. Lo grave es ver a los periodistas ser comparsa de estos fines, que van en detrimento de nuestra identidad.