*Dr. Enrique Rodríguez Balam
@javoe
Era el primer día de clases de Rodrigo. Intempestivamente se le acercó un chico y lo miró detenidamente con mucha seriedad, como si tratase de insinuarle algo con la mirada. A la hora de formarse para entrar al salón, los niños hicieron una fila –como era habitual en aquella época- y justo antes que la maestra llegara, comenzaron empujones y patadas. Un golpe duro en la cabeza sacudió a Rodrigo seguido de patadas y golpes.
Al día siguiente, regresó a la escuela temeroso de que algo similar pudiese suceder. Con el cuerpo temblando y los ojos llorosos, hizo fila de nuevo… nadie hizo nada.
Notó que el niño del primer día era quien dirigía a otros para golpearle.
Ya sentados en el salón, cuando creía que todo estaría bien, la maestra hizo una pausa para salir del salón pues la directora había requerido su presencia. El agresor se levantó y se dirigió hasta Rodrigo a tiempo que le advertía “ahora sí, marica, te voy a partir la madre”.
Lleno de miedo y ante la inminente agresión, Rodrigo sacó fuerzas de quién sabe dónde y enfrentó a golpes al chico, se dieron duro –al menos así lo veía como niño- puñetazos en la cara, el cuerpo y la cabeza iban y venían acompañados de patadas y jaloneos de cabello. De pronto, sin saber cómo, la maestra rompió el amarre de golpes y forcejeos y con fuerza insospechada, les propinó un par de cachetadas a ambos para hacerlos entrar en razón, y se los llevó a la dirección “casi arrastrados de las orejas”. Castigo a ambos, llamada de atención a los padres, suspensión de clases por tres días y la promesa que, en caso de reincidir, serían expulsados de la escuela.
20 años después, Rodrigo ya era un profesionista exitoso y padre de familia. Un día, al levantarse para llevar a su hijo al colegio, le llamó la atención la negativa del niño para vestirse y asistir a la escuela. Dijo que le dolía el estómago, que por favor no fuese a decir nada, pero que no lo obligara a asistir porque se sentía muy mal. Rodrigo replicó: “pero te ves bien y no tienes temperatura, vamos, levántate que se hace tarde”. El niño temblaba, palidecía, no quiso desayunar. No tuvo más remedio que ir a la escuela. Más tarde, a la salida, Rodrigo pasó por su hijo y se percató que el niño tenía moretones. Le preguntó qué le había sucedido y él respondió que no quería saber nada, no hablaría, no diría nada a nadie.
Rodrigo le dijo “si alguien de la escuela te está molestando dímelo, ¡defiéndete!”. El niño replicó con molestia y gestos como si su padre fuese incapaz de entender lo difícil de su situación “¡No se puede, los maestros no hacen caso nunca, no regañan a nadie, ya lo hice y todo el salón se burló de mí por soplón y marica!”.
Y tal como si el pasado hubiese vuelto sin pedir permiso, Rodrigo volvió a sentir escalofríos sobre la nuca, pero esta vez mezclados con un profundo sentimiento de impotencia. No era poca cosa, no se trataba de un asunto “de niños”. Fue a la escuela a hablar con la directora sin que su hijo supiese, y le comentó lo sucedido. La directora le dijo que entendía perfectamente la situación, que trataría de hablar con los padres del otro niño, pero que lo mejor era que recomendarle a su hijo defenderse. “¿Cómo se va a defender en una situación donde nada le garantiza la eficacia de sus actos? ¿Cómo defenderse cuando no tiene figura de autoridad a la cual acudir?”. El retorno a casa fue más largo de lo acostumbrado, mientras pensaba cómo enseñar a un niño a sobrevivir, fuera del marco de la institución escolar, sin dar prioridad a la violencia.
Rodrigo recordó sus experiencias escolares; era difícil comprender qué sucedía hoy en día, pues el acoso escolar, maltrato físico o verbal y otras formas de violencia entre estudiantes de las escuelas es algo que siempre ha existido. Pudo poner las cosas en su lugar cuando contrastó lo ocurrido a su hijo con el discurso de la profesora. La diferencia radicaba en que en la época que él estudió, los profesores representaban y ejercían una figura de autoridad frente a los alumnos, legitimada no sólo por la escuela, sino también por la sociedad y los padres.
La cuestión no consistía en discernir si el pasado fue mejor; ahora se trataba de entender que las sociedades cambian y que las personas deben amoldarse a esos cambios; que los tiempos de ahora eran distintos a los suyos.
Hoy en día, la preeminencia del respeto al individuo –sí, individualismo-, y la exacerbación de la exigencia de millares de derechos, hacen que en pos de la justicia individual, se logren resultados adversos: sumir a la persona fuera del alcance de la protección de lo colectivo, en donde tiene que velar a solas por sus derechos, dentro de una guerra de derechos personales, incluidos los del resto de los niños, el de los directores, pero también de los maestros, quienes ante el temor de faltar a su vez a los derechos de quienes les rodean, son capaces de perder cualquier postura de autoridad, para observar a la distancia que un grupo de niños ejerzan violencia y acoso escolar sin que sea su competencia denunciar por lo menos lo que observa.
En este mar en guerra de legalidades dispuestas a la voz de: “sálvese quien pueda mientras no falten mis derechos”, estamos frente a una sociedad con el sentido de colectividad deformado, que no entiende la diferencia entre bullying y actitud criminal; que no sabe que sin propiciar o generar violencia, no enseñamos desde la infancia a defenderse y exigir que las autoridades nos defiendan, estaremos creando una sociedad que nunca podrá ejercer sus propios derechos. Los tiempos pasados no fueron mejores, pero es necesario recuperar el valor de aprender a defendernos frente a los obstáculos que la vida nos pone.
*Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.