Castración química, la ciencia del castigo

Amapola Nava
Ciudad de México.- Cuando Alan Turing fue acusado de homosexualidad, de nada le valió ser un reconocido científico ni ser miembro de la Royal Society. En 2013, la reina Isabel II le concedió el perdón real y el día de hoy, el matemático inglés es reconocido por ser uno de los padres de la computación y por su trabajo descifrando códigos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1952 fue sentenciado por el delito de gross indecency o indecencia grave y se le dio a elegir entre la cárcel o un nuevo procedimiento médico para tratar las desviaciones sexuales: la castración química.
La castración de Urano. Fresco de Giorgio Vasari y Cristofano Gherardi (c. 1560, Sala di Cosimo I, Palazzo Vecchio Florencia).

Alan Turing se decidió por la castración química y gracias a eso pudo seguir trabajando, pero sufrió los efectos secundarios del procedimiento médico. Comenzó a subir de peso, a desarrollar senos y a mostrar síntomas depresivos. En 1954, Alan Turing murió por envenenamiento con cianuro, algunas hipótesis afirman que se suicidó.

Hasta ahora, la castración, tanto química como quirúrgica, se sigue utilizando como castigo para los criminales. Pero ahora para los criminales sexuales, sobre todo para violadores reincidentes o pedófilos.

Por ejemplo, en Texas, Estados Unidos, entre 1997 y 2005, tres criminales sexuales fueron castrados quirúrgicamente. En la República Checa, entre 1998 y 2008, a 98 criminales sexuales se les extirparon los testículos.

En algunos países, la castración se ofrece como un tratamiento voluntario y se permuta por el encarcelamiento, pero en otros países, dependiendo la falta, la castración química o quirúrgica, aunada a la privación de la libertad, es obligatoria.

Leyes castrantes
En Latinoamérica, solo Argentina ha aprobado la castración química, que se ofrece de manera voluntaria a criminales sexuales como permuta por sentencias menos severas. Pero en los últimos años, en Colombia y Perú se ha discutido el tema formalmente.

En abril de este año, el Senado colombiano aceptó por unanimidad la posibilidad de que las personas que hayan cumplido su condena por abuso sexual o violación a un menor de edad soliciten la castración química; y en mayo, el congreso peruano envió a segunda votación un proyecto de ley en que se acepta la cadena perpetua y la castración química a violadores de menores de 14 años, cuando el juez lo considere conveniente.

En México, algunos legisladores y candidatos a cargos de elección popular, también han propuesto la castración química para criminales sexuales, por lo menos en Chihuahua, Puebla y el Estado de México. Pero la medida sigue siendo controversial, pues no existen estudios científicos suficientes de que la medida en realidad ayude a prevenir delitos sexuales y los tratamientos son costosos para el Estado.

Hay tres motivos que hacen que académicos de diversas disciplinas duden de la efectividad de la pena: la castración química inhibe el deseo sexual, pero no imposibilita la erección; los crímenes sexuales buscan el dominio de sus víctimas más que la satisfacción sexual; y la castración química como castigo impuesto viola diferentes derechos humanos de los individuos, como el derecho a la salud o el derecho a la autodeterminación.

Vivir sin testículos
La castración, química o quirúrgica, tiene como objetivo bloquear la acción de la hormona testosterona en el organismo.

“La testosterona se llama así porque la producen los testículos, y es una molécula que actúa en muchos lugares del organismo, pero que tiene un papel primordial en el tracto genital”, explica José Alonso Fernández-Guasti, investigador del Departamento de Farmacobiología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

A través de su interacción con el sistema nervioso central, la testosterona induce el deseo sexual, algo esencial para la reproducción de la especie. Esta hormona también está relacionada con la conducta agresiva y con la regulación del estado de ánimo.

Entonces, cuando a un hombre se le extirpan los testículos, pierde las glándulas responsables de la producción de testosterona en su cuerpo y como consecuencia su interés sexual disminuye, aunque no su capacidad de sostener relaciones sexuales.

Por otro lado, los fármacos que se utilizan para la castración química funcionan mediante dos mecanismos de acción. Uno, mediante antagonistas androgénicos, que son moléculas que bloquean al receptor de esta hormona para impedir que ejerza su efecto; y dos, mediante los agonistas o antagonistas del receptor LHRH, que son moléculas que actúan en la hipófisis para evitar que esta glándula estimule los testículos para producir testosterona, explica Alonso Fernández-Guasti.

La castración química no es permanente, para mantener su efecto, estos fármacos se deben administrar de manera continua y de por vida. Dependiendo del medicamento, pueden inyectarse desde una vez al mes hasta una vez al año y pueden acompañarse de otros fármacos que se toman por vía oral, en dosis diarias.

Sin la acción de la testosterona, los hombres pueden sufrir bochornos, alteraciones de la capacidad funcional, como fatiga, disminución de la agilidad mental y física, aumento de peso, incluso alteraciones circulatorias que pueden dar lugar a problemas cardiovasculares, la aparición de un probable síndrome metabólico, aumento de la resistencia a la insulina y osteoporosis. De hecho, en algunos pacientes la terapia debe interrumpirse por ciertos periodos para que la persona se recupere de los efectos adversos, comenta Miguel Ángel Jiménez Ríos.

Miguel Ángel Jiménez es urólogo y jefe del Departamento de Urología Oncológica del Instituto Nacional de Cancerología (Incan) y conoce bien los efectos de la castración en humanos, pues cada año el instituto atiende aproximadamente a 300 pacientes con cáncer de próstata y la castración es el tratamiento de elección para los pacientes que tienen cáncer de próstata metastásico —un cáncer que se expande gracias a la testosterona—, que es la principal causa de muerte por cánceres en varones mexicanos y que afecta a casi 14 mil mexicanos, según el Globocan.

Castración para tratar el cáncer
Durante la infancia, los menores del sexo masculino no producen testosterona, es por eso que solo se puede diferenciar el sexo de un niño o un bebé por la vestimenta y otras pistas meramente culturales. Pero en la adolescencia se produce un dramático aumento en la cantidad de testosterona, que ocasiona que surjan los caracteres sexuales secundarios, el engrosamiento de la voz y las características propias del cuerpo masculino, comenta Alonso Fernández-Guasti.

A partir de la adolescencia, el individuo seguirá produciendo testosterona por toda su vida y aunque con la edad la producción va disminuyendo, los hombres nunca dejan de producir testosterona.

Otro de los órganos que requiere de la testosterona para un correcto funcionamiento es la próstata, pues regula la producción del líquido seminal, necesario para que los espermatozoides viajen por el tracto genital y puedan fertilizar el óvulo.

El problema es que después de los 30 años, las células prostáticas se vuelven más sensibles al estímulo de la testosterona y cuando esta sensibilidad se conjunta con algunos otros factores, la próstata crece y puede surgir el cáncer de próstata, explica Miguel Ángel Jiménez.

Al ser un cáncer hormonodependiente, es decir, que crece en la medida que tiene acceso a la testosterona, la castración es el tratamiento de elección cuando el cáncer ya se ha extendido y extirpar la próstata ya no es una solución.

La estrategia inicial para tratar el cáncer prostático fue la castración quirúrgica, y hasta hace unos 20 años era el tratamiento de rutina recomendado; en algunos lugares o en algunas situaciones todavía se utiliza, explica Alonso Fernández-Guasti.

“Pero muchos varones centran parte de su masculinidad en los testículos y la castración les producía un efecto psicológico muy fuerte, así que se pensó que debía haber estrategias menos traumáticas en el sentido psicológico y eso impulsó el desarrollo de lo que se conoce como castración química, para que los individuos conservaran sus testículos”.

De la celda al quirófano
Miguel Ángel Jiménez no se atreve a opinar sobre los aspectos legales de la castración química como método para prevenir la reincidencia en delincuentes sexuales, pero sí aclara que cuando se quita la testosterona a un hombre le disminuyen muchas de sus capacidades, dentro de ellas el deseo sexual, pero no le quita la capacidad de erección o de sentir placer durante la práctica sexual o los actos eróticos.

“Increíblemente, en muchos sujetos la conducta sexual no cae de manera dramática después de la castración, ya sea quirúrgica o química. Alrededor de 60 por ciento de los sujetos mantiene actividad sexual aunque ya no tengan testículos o aunque tengan castración química”, complementa el investigador del Cinvestav.

Esto se debe a que la capacidad sexual depende del deseo sexual o la libido, que es lo que se pierde al bloquear la testosterona, pero también de la capacidad funcional del aparato reproductor, de la capacidad de erección, y eso depende de la integridad neurovascular del pene, explica el investigador del Incan.

“Si a un paciente que le doy castración química le doy un Viagra, puede seguir teniendo relaciones sexuales. Además, el cuerpo no solamente produce testosterona en los testículos, también la produce en las glándulas suprarrenales y ese pequeño porcentaje puede tener todavía efectos en el deseo sexual”.

El investigador además pone el ejemplo de los eunucos, hombres que fueron castrados desde jóvenes pero que podían mantener relaciones sexuales.

La testosterona en la historia
Podría decirse que el conocimiento sobre el papel que tiene la testosterona en la conducta sexual masculina y en las conductas violentas son tan viejos como la humanidad misma, porque hay indicios, anteriores a la historia escrita, de que los humanos castraban a sus animales de labranza para volverlos menos agresivos y más fáciles de domesticar, comenta Alonso Fernández-Guasti.

“Esos fueron los primeros —entre comillas— experimentos; en donde el hombre antiguo entendió que si quitaba esa fuente de andrógenos —aunque no la llamara así— el animal era menos agresivo; claro, con la enorme desventaja de que ya no se iba a reproducir”.

La asociación entre testículos y conducta sexual se volvió tan estrecha que por mucho tiempo se pensó que la conducta sexual residía en los testículos, lo cual es completamente falso; la conducta sexual, como cualquier conducta, reside en el sistema nervioso, explica el investigador.

Fue hasta finales del siglo XIX y a principios del XX, que se empezaron a identificar la testosterona y las otras sustancias que influyen en la conducta sexual en los mamíferos. Ya a lo largo del siglo XX fue cuando se comenzó a descifrar el efecto de las hormonas en el cerebro.

Los derechos de los delincuentes sexuales
Entre los 33 países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupa el primer lugar en violencia física, abuso sexual y homicidios cometidos en contra de menores de 14 años.

“Cuidado con la castración química. ¡Advertencia! Manténgase alejado de los niños. Imagen de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos.
Los actos de violación o de pedofilia, además del severo daño que causan a las víctimas, lesionan el tejido social y surge un sentimiento de venganza y castigo en contra del delincuente. La investigadora de la Universidad Autónoma de Chihuahua, Amalia Patricia Cobos Campos, está de acuerdo con que la violación y la pedofilia son delitos muy sensibles para la sociedad y que se deben sancionar, pero sin apartarse de los derechos humanos.

Para la investigadora, las propuestas que alientan la castración química son sensacionalistas y más que prevenir, buscan soluciones mediáticas para que la sociedad crea que se está actuando duro contra los criminales, pero no están logrando la disuasión del delito.

“Desafortunadamente, como muchas otras sanciones punitivas, tiene más un tinte populista que jurídico. Carece de técnica jurídica y de fines claros para la pena, pues sus defensores dicen que persiguen la prevención, la no reincidencia y la protección de las víctimas, pero muchos organismos internacionales de derechos humanos y algunos estudios psicológicos dicen que lo que busca el delincuente sexual no es realmente la satisfacción sexual en sí, sino el uso del poder y el dominio sobre sus víctimas. Y la castración solamente inhibe la libido, pero no cambia la mentalidad del agresor y se han reportado casos en que agresores impotentes violen a sus víctimas con objetos”.

Para Patricia Cobos, es necesario clarificar qué es lo que se busca con la pena para no caer en una especie de venganza o de pena sobre pena, pues en ocasiones el delincuente cumple su sentencia en la cárcel y además se le va a castrar.

“La corriente moderna del derecho habla de un derecho penal del enemigo. Aplicamos los derechos humanos pero nada más para los que no consideramos delincuentes, y los que pensamos que son delincuentes ya no tienen tan definidos sus derechos”.

Al abordar el derecho desde este ángulo, las posibilidades de rehabilitación y de reinserción social disminuyen.

Para la doctora en derecho y miembro del SNI, un argumento importante en contra de la castración química como pena para criminales sexuales es que las pocas investigaciones científicas sobre el tema no han podido determinar si la medida en realidad ha sido exitosa para prevenir los delitos sexuales, pues la motivación de los criminales no es simplemente la satisfacción del deseo sexual. La investigadora ha encontrado que programas de tratamiento psicológico han demostrado tener mejores resultados evitando la reincidencia del delito.

Además, al obligar a los delincuentes a someterse a la castración química se está vulnerando su derecho a la salud, pues existen efectos secundarios graves derivados de la intervención, y se vulnera la autodeterminación sobre el propio cuerpo. De hecho, por la severidad de los efectos secundarios, hay delincuentes que renuncian al tratamiento y prefieren regresar a prisión.

Castración como castigo medieval. Autor desconocido.
“La castración no es una pena que tiende a la reinserción sino a la incapacitación del sentenciado y, por ende, rebasa los límites de los fines de la pena en el marco de los derechos humanos tutelados por la Constitución; tal vez por ello no ha logrado una carta de naturalización en nuestro Derecho mexicano por más iniciativas que se han presentado en diversas legislaturas a lo largo y ancho del territorio nacional”, escribe la investigadora en un artículo sobre el tema.

Algunos estudios reportan que gracias a la castración química los índices de reincidencia de delitos sexuales han bajado de 50 a siete por ciento, y que puede ser una medida adecuada para prevenir delitos sexuales. Pero otros han encontrado que el porcentaje de reincidencia en los delitos sexuales no es tan alto como parece, que es cercano a nueve por ciento y que los crímenes sexuales, más que por una condición fisiológica, están influenciados por el contexto social que hipersexualiza la imagen de los niños y se estimula en los medios la violencia sexual.

Otros más concluyen que los delincuentes sexuales en realidad no tienen mayores niveles de testosterona que los no delincuentes. También existe el testimonio de un delincuente sexual que pidió la castración química de manera voluntaria y está contento de que su deseo sexual haya disminuido, pero opina que si la medida fuera obligatoria podría generar sentimientos de ira y obstaculizar el tratamiento. Al final, la controversia continúa.

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