*Enrique Rodríguez Balam
@javoe
Son las 11:00 horas, en un fin de mañana extrañamente fresca para estas latitudes. Después de 50 minutos de camino, tras serpentear entre baches causados por las lluvias, se llega a una localidad ubicada cerca del litoral norte del estado de Yucatán.
Fuimos invitados a la fiesta del pueblo, misma que entre otras cosas, se celebra con grandes comidas familiares en las que se preparan alimentos obtenidos la madrugada anterior, durante la cacería. Por su ubicación cercana a la costa norte y dadas las características del medio, los productos de mar y tierra son propicios para actividades como la pesca menor y la cacería.
Durante todo el camino se transita flanqueado por monte bajo subtropical, típico del estado, y por flora que dada su cercanía a la costa anuncia brisa de mar en sus proximidades. Todo fue rápido, después de estacionar los vehículos, nos dirigimos sin demora al terreno donde se llevaría a cabo la comida.
Una vez que llegamos al lugar, la familia que nos recibió se dispuso a preparar los alimentos: pescado, cerdo y venado pasaban frente a nosotros, a veces cocinados, otras en trozos enormes a medio cocinar, incluso algunos entre sangre. De pronto, todo parecía un destazadero familiar. Piernas de venado por un lado, jabalí, pescado dentro de platos con caldo por el otro, cazón, langosta, costillas de cerdo recién asado.
Del otro lado del terreno de la casa, un hombre experimentado prepara agujeros para preparar el pib de venado, es decir, venado cocinado al carbón bajo tierra.
Y las piernas de venado seguían pasando frente a nosotros rumbo a la cocina, colgaban de hilos en los que los amarraban.
Alguien interrumpió el andar de la carne, casi a rojo de sangre y pidió una pata de venado “para la suerte” o usarla de “llavero”. En ese momento bajaron la pierna y de un tajo arrancaron la pata, “tenga, para su llavero. Le pone sal y la deja secar al sol, después la perfora con un taladro y listo, tendrá su llavero”.
No muy lejos, a unas dos cuadras, nos dirigimos al lugar donde estaban todos los cazadores, quienes habían participado en la batida, como suele llamarse a la técnica de ir en grupo para cazar el venado, jabalíes y otros animales. Cerca de veintidós hombres reunidos para beber alcohol, como celebración por una cacería exitosa. Cervezas, risas, anécdotas y reparto de experiencias. Muchos de ellos estaban sentados sobre piedras bañadas en sangre tras el sacrificio de los animales, también la tierra, sus manos y algunos restos óseos que aparecían ante nuestros ojos asombrados. Astas de venados, mandíbulas, colmillos de jabalí y otros más.
Era una comida y bebida familiar a gran escala, en torno a la cacería. Animales de diverso entorno, carne, huesos, sangre. Para nosotros, mucha sangre y mucho de todo.
Más allá de las visiones culturales y académicas, a las cuales se les achaca justificar todo aquello lejano a las costumbres propias dentro de nuestra vida cotidiana, es un hecho que presenciar tal celebración lo coloca a uno en situación límite. De muchas cosas. No es la intención de estas letras sugerir una toma de postura respecto a costumbres tradicionales como las fiestas, celebraciones, matanza de animales capturados o, más precisamente, la cacería.
Sí apunto, sin duda, a volver de nuevo la mirada a nuestros pasos como sociedad, para entender que el mundo no piensa del mismo modo y que en una sociedad lo correcto es disentir: ejercer el derecho a pensar y actuar diferente. Y cuidado, porque en un mundo donde prácticas milenarias siguen construyendo cultura, la condena moral de nuevos estilos de vida como el veganismo o la visión malentendida respecto a la cacería y el consumo de carne podrían necesitar de argumentos por comprobar. Y no me refiero a una batalla ideológica por descubrir quién tiene la razón, sino a evitar precisamente argumentos que, por defender una visión particular, se monten sobre el juicio moral de quienes piensan diferente desde hace siglos.
enrique.rodbal@gmail.com
*Sobre el autor:
Dr. Enrique Rodríguez Balam
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.