* Tragedía ocurrida en un colegio de Monterrey no sucedió al azar: asegura psicofisiológica y neuropsicología de la facultad de psicología de la UNAM, Feggy Ostrosky.
Ivonne Jiménez
El muy conocido refrán “después del niño ahogado, quieren tapar el pozo”, queda comprobado, nuevamente con la tragedia que se vivió en el Colegio Americano del Noreste en Monterrey el 18 de enero del año en curso donde un joven de apenas 14 años disparó a quemarropa contra su maestra y sus compañeros.
Este tipo de situaciones no suceden al azar, “ni hay genes del mal”, si no son procesos neuroquímicos que hacen sentir a los jóvenes depresión, culpa, soledad, ansiedad, tristeza y un sinfín de emociones que tendrían que ser detectadas a tiempo, pero desafortunadamente esos síntomas no se reconocen tan fácilmente, señala la coordinadora del laboratorio de Psicofisiológica y Neuropsicología de la Facultad de Psicología de la UNAM, Feggy Ostrosky.
A esto se suma que los neurocientíficos confirman que los adolescentes tienen cerebro, pero están conectados de una forma distinta al de los adultos, por ello los adolescentes buscan emociones, romper las reglas y parecen indiferentes a su propia seguridad.
Los especialistas en el estudio del cerebro han intentado responder en las últimas dos décadas cómo funciona la mente de los adolescentes y han utilizado la imagen de resonancia magnética para ver la actividad cerebral.
Y han encontrado que las conexiones entre la corteza prefrontal y otras áreas del cerebro también están en desarrollo en los adolescentes y una serie de estructuras profundas en el cerebro están influenciadas por los cambios hormonales, que podrían conducir a emociones más exaltadas.
Así la forma en que las regiones del cerebro se comunican entre sí en los adolescentes podría explicar su comportamiento a veces confuso, dicen los científicos.
Y un nuevo estudio publicado en la Revista Nature reveló que los cambios estructurales en el cerebro de los adolescentes corresponden a las fluctuaciones en el coeficiente intelectual a través del tiempo, algunas veces mejorando y otras retrocediendo.
Por otro lado, los científicos normalmente se refieren al “cerebro adolescente” en personas entre 13 y 17 años, pero eso no quiere decir que los estudiantes universitarios ya sean totalmente adultos.
De hecho, una investigación del Instituto Nacional de la Salud mostró que la corteza prefrontal, una región del cerebro asociada con la inhibición del comportamiento de riesgo, no se desarrolla completamente hasta cumplir los 25 años.
“No es que los adolescentes no comprendan el riesgo, lo entienden a la perfección” dice Beatriz Luna, neuróloga de la Universidad de Pittsburgh. Simplemente encuentran más gratificante impresionar a sus compañeros, y cosas por el estilo, que el riesgo que involucra para su supervivencia. Simplemente es lo que valoran en ese punto.
Esto ayudaría a explicar por qué los adolescentes ceden a la presión de compañeros, amigos y sus actitudes a veces parecen que no están de acuerdo con lo racional.
Por su parte, la especialista Ostrosky autora del libro “Mentes Asesinas: violencia en tu cerebro” sugirió modificar los sistemas educativos, que las escuelas impulsen programas de entrenamiento de padres y maestros para detectar conductas de alerta: aislamiento, irritaciones, autoagresiones y pensamientos suicidas.
Además que los padres deben tener acercamiento con sus hijos adolescentes, ya que es una etapa en la que ellos, aunque no parezca, necesitan atención y dirección para tomar decisiones acertadas, pues están en una edad impresionable.
Por último, la doctora Feggy recomendó moderar la exposición de los jóvenes con los video juegos violentos y juguetes con tema bélico o militar, respetar la clasificación de los programas de televisión y de las películas. Para que los adolescentes vivan con salud mental.