El día que confié en mí

Introducción al relato de Lighya Silva

Alicia Alarcón

El día que confié en mí, se intitula este relato de Lighya Silva surgido en el taller Tarde de papel, el cual presento en esta nueva entrega.

¿Cuál es el camino que debemos seguir? Se pregunta Lighya, quien nos lleva por un viaje espiritual, en busca de una identidad en cuya narrativa quiere exponer sus emociones desde una voz masculina, a partir de una escritura introspectiva, íntima, confiable y de libertad: Desde muy pequeño tuve inclinación por conocer lugares que me mostraran un sentido a mi existencia, afirma. Por supuesto, la respuesta es infinita, pero ella ofrece un acercamiento también expresado a través de las artes plásticas con estas tres obras de su autoría, y que aprovecha para apoyar el relato.

El camino compartido (Pastel sobre tela /2020); Abriendo caminos (Óleo sobre madera/2018); La mirada de mi propio mundo (Acrílico sobre tela/2008)*

————————————————————————————-

El día que confié en mí

LIGHYA Silva

Imponente, libre, solitaria y de mirada majestuosa fue como pude describirla cuando por primera vez, vi a aquella águila.

A pesar de que ya pasó una década, la percibo de la misma forma. Cuando el recuerdo llega a mi mente, pienso en la sensación que me causó tenerla en mis manos: suave y terza. Pero fuerte, con espíritu, y así la nombré: Espíritu. Desde entonces nunca me he respondido si esa águila, ese Espíritu somos mi abuelo y yo.

Me llamo  Coahtli, que significa Águila, en náhuatl, dueño de las inmensidades, de las alturas y de la libertad. Desde muy pequeño tuve inclinación por conocer lugares que me mostraran un sentido a mi existencia; imagino que te estarás preguntando ¿como un sentido? y te puedo decir que mi mayor inquietud era encontrar un camino, porque yo estaba seguro que había una razón para cada persona al nacer. Por ello recorrí junto con mi abuelo Ehécatl, que en náhuatl es el Dios del viento que barre los campos antes de las lluvias, quien era un gran sabio con el que vivi sus últimos años, y el que me acompañó gran parte de mi infancia y juventud. Ehécatl, me dijo que continuara el camino de la vida sabiendo siempre que no era una línea recta, confieso que intentaba entender en esos momentos sus palabras; pero sólo me causaban una gran confusión pero aun así seguí sus enseñanzas, y cada vez le decía que me mostrara más de su sabiduría, Es ahora cuando entiendo lo que él me quería decir… creo que la mejor manera de transmitirlo es pidiéndote que observes el vuelo de un águila y trates de conocer su origen, sus alcances, y su significado.

Así esta historia. Mi abuelo y yo habíamos caminado por largas horas rumbo a la sierra desde el puerto de San Blas, del lado del Pacifico. Ese día salimos muy temprano. Ehékatl me instruyó la noche anterior sobre la caminata que haríamos, lo primero que me dijo fue que él sería mi guía, y recuerdo haberle preguntado el por qué escogió esa tarea. Porque yo soy más sabio que tú, y si tú deseas aprender, lo único que tienes que hacer es observar, y no razones nada de lo que yo te diga, tan sólo sígueme en silencio ¿Confías en ti?, me preguntó.

Debo confesar que me sorprendieron las palabras de mi abuelo, me quedé en silencio y desde ese momento decidí dormir para estar listo y descansado ya que saldríamos al amanecer. Antes de dormir recordé que mi abuelo días atrás, me explicó que algunas veces cuando llega el tiempo de trascender es mejor aislarse a un lugar solitario y esperar el momento. Antes de apagar la luz, mi abuelo desde lejos me dijo, “Estoy satisfecho de mi vuelo, mañana trascenderé”.

Desperté, era un domingo lo recuerdo muy bien, me colgué el morral, y entusiasmado salí al patio y grité: ¡Ehécatl,  ya estoy listo!

Y ahí venía mi sabio abuelo, con su sonrisa que lo caracterizaba, tenía una figura encorvada por los años, que no le impedía verse como si fuera un joven lleno de músculos dispuesto a la aventura.

Seguimos el camino hacia la sierra, a pesar de tomar la pendiente que nos llevaría hasta la parte más alta, puedo decirte que sólo porque sabía que estábamos subiendo, pero en realidad jamás sentí la altura. Atravesar por esas tierras fue lo más emocionante que me pudo pasar; los árboles de diferentes tonos de verde, el olor a la hierba, y uno que otro ruido de algún ave me hizo sentir que no existía nada más que ese lugar. Me olvidé de todo. Al caminar yo tenía que pisar en el mismo lugar donde lo había hecho mi abuelo, sí sobre su huella yo también tenía que poner la mía. Así había sido la instrucción porque si yo ponía mis pies en otra parte diferente de la pisada de mi abuelo, podía tener el riesgo de caer en un área movediza o profunda, y eso, sí que hubiera sido grave. Llevábamos unos bastones de madera como apoyo a ese largo caminar donde sabíamos la hora del inicio del viaje, pero desconociamos si regresaríamos con la luz del sol, o quizá nos llevaría varias lunas antes de estar de regreso. Esa parte era la que provocaba mi emoción.

Como a la mitad del camino, según mi abuelo, decidimos parar a beber agua de un manantial, el agua tan fresca y cristalina hizo que tomara energía para continuar, cuando de pronto escuche un sonido, al voltear justo detrás de mí estaba Espíritu. En ese momento no sabía que la nombraría así, ahí estaba; sus ojos me miraron, me sentí hipnotizado, entre lo sorprendido que estaba su majestuosidad y tamaño frente a mi de mi boca no podía salir ningún sonido. Percibí como el silencio se apoderó de mi, entonces lo único que pude hacer fue observarlo, y a la vez escuchar sus chillidos que  parecían  comunicarse conmigo. Tuve la sensación de que algo me quería decir, como si sus sonidos fueran claves o mensajes. Me fue difícil al principio porque lo que yo deseaba era correr, escapar predominaba en mí el miedo la desconfianza, y en ese momento recordé la pregunta de Ehékatl ¿confías en ti?; y lo que hice fue contestar que sí de forma inmediata porque sabía que no lograría nada si me dejaba llevar por la perturbación.

Entonces todo cobró sentido estaba frente a un ave tan bella su plumaje parecía perfecto porque sin tocarlo podía sentir su suavidad sus capas tupidas, cada minuto que pasaba comprendía que por esa razón podía volar tan alto, pero lo que jamás pensé fue sentir que en realidad me hablara, no como tú lo piensas ni como yo lo imaginaba.

Me habló con chillidos cimbrando mi cuerpo. Parecía como un mar ruidoso, una melodía tan penetrante que, parecía un arpa desgastando cada nota. Después creí que alguien tocaba una flauta quizá eso fue cuando el viento sopló más fuerte. Ese sonido cambió, y se convirtió en un violín que a la fecha lo sigo escuchando. Esa poderosa ave estaba en mi mano, no supe cuánto tiempo llevaba conmigo. Yo sólo entendí o a´si lo quise entender, sobre la evolución de su vida; Espíritu me explicó que si yo deseaba trascender siempre tenía que pasar por un trayecto, un momento, una situación. Cuando abrió sus alas entendí que si haces una pausa para tomar fuerza puedes abrirte a la vida y seguir de nuevo, así como su vuelo, si se detiene cae, y la caída puede ser dramática. Pero al haber tomado un tiempo logró recuperar el vuelo y volar más alto.

De pronto empecé a buscar a mi abuelo, no lo veía, empecé a caminar en círculos mientras Espíritu continuaba en mi mano pero ya no le tenía miedo. Entonces empecé a gritar ¡abuelo, abuelo, Ehékatl!. Cansado de dar vueltas me senté, esperé, y llegó la noche. Algo pasaba en mí, ya que por primera vez me sentía protegido. Así pasaron tres soles de fuertes lluvias y dos largas lunas. Sin embargo,  ese fue el último día que vi a mi abuelo.

Y desde aquel entonces hasta ahora tengo la sensación que Espíritu, mi abuelo Ehécatl y yo hemos sido uno mismo.

(Ahí empezó el viaje conmigo mismo, aprendí a volar a mi propio ritmo, a dejarme llevar por el viento, y mi búsqueda terminó. Ya no deseaba hacerme más preguntas esos huecos vacíos los llené con el tiempo al saber que jamás se irían de mi las vivencias y enseñanzas que él me dio. Entiendi con los años que él quería que llegara el momento que yo confiara en mí).

*

*

Top