Adolfo Cortés
Ciudad de México.- Desde 1994, cada cuatro años, el futbol mexicano sufre un nuevo fracaso con una eliminación en el cuarto juego del Mundial de futbol, como la tragedia de Prometeo, cuyo hígado era devorado por un águila cada día y por la noche le crecía de nuevo para ser devorado a la mañana siguiente.
Ésa es la metáfora al comenzar a leer la última obra de Juan Villoro, ‘Balón dividido’: “No es por presumir, pero me llevo bien con la derrota. El mérito no es mío, sino del futbol mexicano. Si nuestra alegría dependiera del marcador, seríamos profesionales de la tristeza. Los resultados adversos y los goles fallados a un metro de la portería nos han acostumbrado a disfrutar del juego sin pedirle demasiado a la diosa Fortuna. El hincha mexicano hace que la pasión no dependa de los récords, sino de la fantasía. Sin llegar al masoquismo de perder adrede, administra los infortunios con la resignación de un filósofo estoico”.
“Una derrota de Brasil hace que los televisores salgan volando. Una derrota mexicana provoca que pidamos más cerveza y nos traslademos al reino de la fantasía para cantar con reivindicativo orgullo ‘pero sigo siendo el rey’…”, escribe el prestigiado ensayista al inicio del libro y nada más cierto para describir nuestra realidad.
Apasionado por el futbol desde niño, Villoro es un periodista habitual en cada Mundial, donde ha tenido la oportunidad de convivir con grandes personalidades y, sobre todo, ha conocido de cerca los alcances y limitaciones del futbol mexicano. En su visión crítica, señala a las televisoras como las culpables del estancamiento del deporte y de usarlo como un gran negocio.
“En el mundo entero, el deporte es una oportunidad para vender zapatos y llenar la programación televisiva. La peculiaridad mexicana es la absoluta subordinación de los clubes a los designios de las televisoras. Televisa y Televisión Azteca fomentaron los torneos cortos, la liguilla y suben los precios de sus anuncios. Una vez que la televisión arruina al futbol como deporte, la televisión lo infla como mercancía. En la pantalla chica, la patria sirve para vender pan blanco o pretender que los problemas se arreglan si elogiamos mucho nuestras raíces. El futbol nacional se resume en una frase: jugar medianamente da mucho dinero. ¿Para qué complicar las cosas buscando calidad?”, explica Villoro.
Como buen aficionado, en su libro hace una revisión minuciosa de los temas importantes del deporte más popular del planeta y escribe de las grandes figuras, como Pelé, Beckenbauer, Hugo Sánchez, Ronaldo, Bobby Charlton, Wolfgang Overath, Johan Cruyff, Michel Platini, Diego Armando Maradona, Zinedine Zidane, Roberto Baggio, Ronaldinho y Didí, todos ellos integrantes de la decena mágica.
Y como buen seguidor del Barcelona, dedica un capítulo a Gerard Piqué y Shakira, así como al entrenador Josep Guardiola y todo el apoyo que dio a un niño llamado Lionel Messi para que se convirtiera en la figura más importante en el mundo del futbol.
Un capítulo en especial es dedicado a Hugo Sánchez, orgullo de los Pumas y el mejor jugador mexicano en la historia. En otro, rinde homenaje al mejor gol de todos los tiempos, logrado por Maradona frente a Inglaterra, en el Mundial de México 86, y emulado por su compatriota Lionel Messi con el Barcelona, ante el Getafe, 21 años después.
Leer ‘Balón dividido’ es como ver una película de Tim Burton porque en los primeros cinco minutos, uno ya está dentro de un mundo imaginario. Villoro tiene también la facultad de trasladarnos a la cancha de la imaginación, donde nos cautiva con sus historias que uno, como aficionado, desea que nunca terminen.
El futbol mexicano como una tragedia griega
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