A los tlatoanis no se les puede reclamar ni mirar a los ojos. Saturno se devoró a sus hijos un 2 de octubre de 1968. Y lo hizo en un lugar sagrado: Tlatelolco. Octavio Paz fue contundente: lo del 2 de octubre fue “un acto de terrorismo puro y simple de Estado”.
Barros Sierra, el rector de la UNAM en ese tiempo, definió así esos momentos: “Iniciado el movimiento estudiantil como una protesta contra los excesos de la fuerza pública, tomaron un cariz totalmente diferente. Se fue canalizando hacia la petición de medidas que tendían a democratizar la vida pública del país”.
El Estado decidió seguir con su monólogo y el presidente dio un primer manotazo con aquella consigna: una mano está tendida, del pueblo de México depende que esa mano se quede en el aire. Los universitarios tomaron las calles, se organizaron, gritaron consignas y empezaron a mancillar la figura presidencial, hasta ese momento intocable. Y le contestaron con volantes, con hojas sueltas impresas en talleres clandestinos en las aulas universitarias: antes de tender esa mano que le hagan la prueba de la parafina.
El Estado movió sus piezas: del bazucazo a la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria a la ocupación de Ciudad Universitaria el 18 de septiembre de 1968 por parte del ejército. Las botas militares en el lugar donde se batalla con argumentos. En contraste, la Marcha del Silencio como defensa universitaria encabezada por el líder de la UNAM. El rector clamaba: la educación requiere de la libertad; la libertad de educación.
Barros Sierra señaló que el optimismo, la euforia y la inexperiencia de los estudiantes se estrellaron contra un muro infranqueable. Agregó, en una conversación con Gastón García Cantú publicada por Siglo XXI, que Díaz Ordaz nunca pensó ceder a las demandas de los estudiantes. Su primera opción siempre fue reprimir. Primero se avergonzó a la Universidad con la presencia del ejército y al final, como dijo Paz, el sacrificio ritual de los estudiantes.
Como lápida final la maquinaria propagandística del Estado. Los estudiantes, según gran parte de la prensa mexicana de 1968, eran manipulados por intereses extranjeros. Todo era parte de una conjura internacional para desestabilizar al país.
El Universal acotó en uno de sus titulares: “Sórdidos intereses, intrigas extranjeras, juventud engañada”. El Heraldo de México publicó al día siguiente de la matanza de los estudiantes: “El prestigio de México por encima de sus enemigos”. Novedades: “Un nuevo eslabón de la conjura que pretende socavar los cimientos institucionales de México”.
El crimen consumado un 2 de octubre. El Leviatán dejó claro quién tiene el poder. Paz, en declaraciones a la prensa internacional luego de su renuncia a la embajada de México en la India, dejó clara la actuación del Estado mexicano: “Se trataba de una reunión pacífica de estudiantes, los sindicatos no estaban en huelga y ningún partido de oposición amenazaba al gobierno. La matanza de los estudiantes fue un sacrificio ritual”.