Por Alan Gómez Mayén
Baja California.- Los símbolos vivientes que representan a México están en peligro. Con motivo del Día de la Bandera, que se celebra cada 24 de febrero en México, Horacio de la Cueva Salcedo, profesor investigador del Departamento de Biología de la Conservación del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), habló con la Agencia Informativa Conacyt sobre las amenazas que se presentan para dichas especies, así como su relación con la cultura nacional.
Históricamente las comunidades humanas han utilizado representaciones de la biodiversidad como símbolo cultural. En el caso de México, el símbolo del escudo nacional nos acompaña desde tiempos prehispánicos y, al igual que nuestra nación, las características del escudo se han transformado con el tiempo. “Finalmente es un mito fundacional. Es un símbolo que habla de la visión de los seres humanos para con estas especies”, explicó el investigador, quien imparte la maestría en administración integral del ambiente (MAIA) en El Colegio de la Frontera Norte (Colef), programa interdisciplinario que une las ciencias naturales y sociales.
Las posibilidades de lo aéreo, la fauna celeste, así como la tierra, el agua y la flora que representan la nación mexicana se remiten a la evidencia arqueológica más antigua del mito fundacional mexica: la escultura conocida como Teocalli, donde fue esculpida un águila (sin serpiente) posada sobre un nopal.
La antigua región ocupada por diversos pueblos mexicas era rica en cactáceas, donde destacaba el nopal, planta que guarda una relación primordial con el origen y nombre de la gran ciudad Tenochtitlan. En la leyenda mexica se habla de las tunas rojas que representan los corazones de los guerreros vencidos, por lo que el nopal de México-Tenochtitlan corresponde a la especie Opuntia streptacantha, que presenta frutos rojos y que tiene una amplia distribución en la Cuenca del Valle de México, según se lee en “La flora del escudo nacional mexicano”, publicado por el Instituto Politécnico Nacional.
“Aunque actualmente no existen problemas de conservación para estas especies de flora, Eric Mellink, investigador del CICESE, trabaja en programas de conservación en las huertas de nopal”, explicó De la Cueva, añadiendo que estas zonas agrícolas también resguardan fauna que necesita ser conservada.
Junto a Mónica Riojas, de la Universidad de Guadalajara, Mellink participó en la publicación Jalisco en el mundo contemporáneo, donde se explica que existió un paisaje mexicano que prácticamente ha desaparecido por el desarrollo de México durante los últimos siglos. Se trata de la subprovincia de los llanos de Ojuelos, 11 mil kilómetros cuadrados repartidos entre Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí, la altiplanicie mexicana.
Riojas, quien recientemente impartió un seminario en CICESE sobre su trabajo estudiando la diversidad de las huertas de nopal, explicó que hace años esta zona del país solía resguardar hábitats con grandes matorrales de nopaleras arbóreas (Opuntia ficus-indica). Desde el siglo XVI, la presión para la fauna y la flora regional se ha estado incrementando de manera constante, debido al crecimiento de la ganadería y la agricultura. Se calcula incluso que cerca de 80 por ciento de la cobertura vegetal original se ha modificado.
Es precisamente en este territorio donde puede encontrarse laCrotalus scutulatus y la Crotalus molossus, conocidas genéricamente como víboras de cascabel, sujetas a protección especial (la categoría de menor riesgo) de la Norma Oficial Mexicana NOM-059 de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), ley diseñada como herramienta de protección ambiental.
“No son especies que se conocen como ‘carismáticas’, como el jaguar o en este caso el águila real; son lo contrario, son especies que mucha gente considera, incluso, naturalmente malas y cuando se encuentran una, lo primero que se les ocurre es que deben matarla”, explica el investigador del CICESE.
Y aunque el diseño que aparece en el escudo no permite identificar la serpiente con alguna de estas especies del género Crotalus, las interpretaciones del mito original apuntan a la idea de una especie que ahora ya se encontraría extinta, una “culebra de agua”, como se lee en “La gestación mítica de México-Tenochtitlan”, artículo publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Aunque los datos son escasos para asegurar si dicha especie desapareció durante o después de la época prehispánica, lo cierto es que el crecimiento de la actividad humana en la zona lacustre del Valle de México, que comenzó con la fundación de Tenochtitlan, continúa hasta la fecha provocando que especies de reptiles y anfibios emblemáticos para esta zona —ahora Ciudad de México— se acrecen cada vez más a la desaparición. El ajolote(Ambystoma mexicanum), por ejemplo, ya se encuentra catalogado como en peligro de extinción y en años recientes, instituciones como la UNAM, se han dado a la tarea de crear nuevos espacios para su conservación, ante el deterioro de lo que alguna vez fue su hábitat en el Valle de México, un gran cuerpo acuífero. “Siempre pensamos en el águila parada en el nopal pero se nos olvida el lago, hay un lago completo en el escudo”, explica De la Cueva Salcedo.
En busca del águila mexicana
El peligro también se cierne sobre el elemento central del escudo. La norma mexicana considera el águila real (Aquila chrysaetos) como amenazada en nuestro territorio, categoría reservada para aquellas especies, o poblaciones de las mismas, que podrían llegar a encontrarse en peligro de desaparecer a corto o mediano plazo.
“El águila real es una especie carismática, entonces hay mucho interés en tenerlas como trofeo. Pasa algo similar con el águila de cabeza blanca en Estados Unidos, que allá también es símbolo nacional, pero si te vas a Canadá, la especie es abundante porque no las capturan, no les interesa. Entonces ser una especie emblema es como un arma de doble filo”, añadió el investigador.
El pasado 13 de febrero, en el Día Nacional del Águila Real, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) anunció el hallazgo de nuevos registros de parejas reproductivas en los estados de Guanajuato y Sonora.
Para prevenir amenazas y promover la recuperación de la especie, la Conanp impulsa el Programa de Acción para la Conservación de la Especie (PACE): Águila Real, desde el 2007. Las acciones del proyecto incluyen el censo de poblaciones, el monitoreo de su reproducción, el manejo y la protección de los hábitats naturales, así como la difusión de la importancia cultural del ave.
El trabajo de censo comprende más de 20 áreas naturales protegidas de México que están bajo la supervisión de la Conanp. Sin embargo, en palabras de Horacio de la Cueva: “Aún hace falta un censo nacional en forma y estandarizado. Hay muchos lugares que apenas están comenzando a ser explorados, como San Pedro Mártir, en Baja California”.
Voluntarios como Ernesto Abel Salmerón, de la UMA Contacto Salvaje, en Ensenada, participan en los monitoreos de águila real que comenzaron hace dos años en San Pedro Mártir y en el Parque Nacional Constitución de 1857, en Baja California, como parte de los esfuerzos de la Conanp. Salmerón coincide en la necesidad de estudiar más a fondo la región, donde los números de águila real se especulaban más bajos de lo encontrado. “Aún falta estudiar mucho más el águila e implementar métodos de telemetría para monitorearlas de forma más eficiente, vía satélite, como se hace con el cóndor de California”, explicó Ernesto Salmerón, quien también forma parte del club de observación de aves Correcaminos de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).
Precisamente el cóndor californiano (Gymnogyps californianus), que fue llevado al borde de la extinción en vida silvestre a finales del siglo XX, hoy es ejemplo de una gran ave rapaz que depende de un programa de conservación para volver a surcar los cielos. Horacio de la Cueva —como investigador del CICESE— participa en un proyecto binacional entre México y Estados Unidos para reintroducir ejemplares criados en cautiverio en áreas protegidas de Baja California, California y Arizona.
En fechas recientes, ya se ha detectado la reproducción exitosa en vida silvestre del cóndor californiano en México. “Una de las cosas que hacemos con esta especie es no revelar su ubicación exacta. Lo mismo se tiene que hacer con los programas de conservación para el águila real. No conocemos bien la población de águila pero sí conocemos bien sus amenazas, si encuentras un nido de águila, es importante no reportar la localización exacta. Parte de la protección también tiene que ver con que mucha información no salga a la luz porque, desafortunadamente, si la gente tiene la información, buscará los nidos para saquearlos”, explicó De la Cueva.
Además de la captura de ejemplares y el saqueo de sus nidos para la venta ilegal, las principales amenazas que enfrenta el águila real son la destrucción y fragmentación de su hábitat, dadas principalmente por el incremento de las actividades agrícolas y ganaderas, así como el desarrollo urbano, actividades humanas que ocasionan la disminución de presas para la especie. Además, el águila real corre peligro al colisionar con el cableado eléctrico y las estructuras como las turbinas de los parques eólicos.
Simbología del escudo nacional
Acorde con la publicación Las aves nacionales: El valor del uso de la imagen, editado por el Instituto de Biología de la UNAM, el biólogo Enrique Beltrán propuso en 1968 que la mitológica imagen del escudo nacional, según la biología y distribución de la especie, en realidad representaba un halcón carroñero conocido comúnmente como quebrantahuesos mexicano (Caracara cheriway), que posee una distribución mucho más amplia que el águila real en el territorio nacional.
Aunque actualmente la norma mexicana no contempla el quebrantahuesos, este aparece como de “preocupación menor” en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Con la llegada de los europeos y la conquista española, la estampa del águila real se empalmaría con la del quebrantahuesos en el imaginario novohispano. Como es evidente en los códices, a este nuevo símbolo se añadiría el duelo con una serpiente, básicamente, porque estos elementos se ajustaban mejor a la idea que los europeos tenían sobre la majestuosidad y la mitología —cristiana— de la eterna lucha del bien contra el mal.
El símbolo —al igual que el propio México, un producto de la mezcla cultural— ha sido representado de diversas formas a lo largo de la historia mexicana. El primer antecedente como emblema formal data de 1784, cuando Carlos III de Borbón ordenó la creación de un emblema para la fundación de la Academia de San Carlos en la Nueva España, mismo que tendría gran influencia para el futuro escudo nacional mexicano. La parte inferior del emblema muestra un águila parada sobre un nopal y devorando una serpiente, adornada —por primera vez— con una rama de encino (Quercus robur L.) y laurel (Laurus nobilis L.), especies de gran importancia en la tradición europea, símbolos de fuerza y victoria.
Al consumarse las guerras de independencia, el águila del escudo portaría también una corona, representando el primer Imperio Mexicano, cuyo único monarca fue Agustín de Iturbide. Los cambios continuaron y destaca el águila juarista, de alas desplegadas, a punto de emprender el vuelo, imagen que dominó prácticamente todo el siglo XIX.
Finalmente, en 1934, el presidente Abelardo Rodríguez expidió un decreto para unificar el diseño de los escudos oficiales, retomando un grabado del artista de la época Jorge Enciso, contemporáneo de grandes figuras del arte mexicano como Gerardo Murillo Cornado —Doctor Atl—, Diego Rivera y Frida Kahlo.
Es así que la versión última del escudo nacional es una mezcla de elementos mitológicos y bioculturales que representan al mismo tiempo la búsqueda de valores e identidad de nuestra nación pero, desafortunadamente, también recuerdan los efectos del desequilibrio ecológico.
Escudo nacional: biodiversidad y símbolo cultural
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