Nudo gordiano /YURIRIA SIERRA
Moderar el debate presidencial ha sido lo más grande. La imagen mental y emocional más potente que tengo fue la del principio (los cuatro candidatos frente a nosotros, los moderadores y el público), todavía todos de pie, al lado de su atril, segundos antes de que empezara el conteo para ir al aire: Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez, de izquierda a derecha (no fue metáfora, fue el azar), respirando para arrancar su segundo debate presidencial. Así, completamente humanos, seguramente nerviosos. Los vi así y pensé que los cuatro estaban ahí por una muy sencilla razón: porque son los mejores en lo que hacen. Porque cada uno es el más destacado y virtuoso en algún terreno de esos que son deseables en las figuras que aspiran a ocupar una silla presidencial.
A los cuatro candidatos les reconozco su potencial. En este espacio he sido crítica de todos, pero no nos hemos olvidado de sus cualidades. Mismas que me quedaron claras en Tijuana. Andrés Manuel López Obrador es un líder nato. Sus años en la política nacional lo han llevado a recorrer el país y conocerlo como nadie. Pocos entienden a México como él, lo mismo de los empresarios que el de los obreros o campesinos. Por eso sabe perfecto qué es lo que la gente quiere escuchar: sabe que el mexicano promedio es como un niño de ocho años. Por eso mantiene ejercitados sus reflejos; “Ricky Riquín Canallín” no es otra cosa que el resultado de su capacidad de improvisación, de sortear bien sus deficiencias y de hacerlas un arma a su favor. AMLO no debate, pero da nota. AMLO no responde, pero conecta. Saber cómo hablarle a la audiencia, a la que lo apoya y a la que no. Ha tenido frente a él la presión mediática por muchos años, sabe lo que es tener a un país entero siguiéndole (para bien o para mal) todos y cada uno de sus pasos.
José Antonio Meade, por su parte, es el más preparado y experimentado de los cuatro. Conoce los qué y los cómo, además de explicarlos con facilidad. En ejercicios como el del domingo pasado es el que más rápido agrega datos, porque conoce el país desde el interior de sus estructuras de gobierno. No han sido en vano ni sus múltiples grados académicos ni su larga experiencia como servidor público de alto nivel. Tiene una notable rapidez para entender los problemas que se le ponen enfrente, y prueba de ello es la mejora de performance que hizo del primer al segundo debate. Se ha acoplado al ritmo político-electoral sin ser político y sin dejar a un lado las virtudes que lo hicieron candidato. No dudemos que para el tercer debate veamos a un candidato que esté completamente capacitado para knockear a sus adversarios.
Ricardo Anaya es un personaje sumamente disciplinado. Claramente no le gusta dejar nada al azar. Trata de estar preparado para cualquier eventualidad. Sus conferencias, sus chacaleos, sus discursos frente a militantes, su participación en debates. Prepara sus intervenciones casi con precisión quirúrgica y con un cronómetro en la mano. Su uso del lenguaje es particular. Ya sea su lenguaje verbal o el físico, están calculados con lupa. Anaya ha hecho de esto su mejor capital en la contienda. Durante el debate fue el que menos titubeó. Estudió los posibles escenarios. En su corta carrera política, su capacidad para articular y su autocontrol están a kilómetros de muchos viejos lobos de mar.
Jaime Rodríguez Calderón sabe dar show. Está consciente de que su principal aliado para figurar en esta campaña es dar notas con declaraciones incendiarias. Aprovecha su personalidad desenfadada, alejada de cualquier protocolo, para dar qué decir, a pesar de que sus movimientos son, en su mayoría, registrados en redes sociales. La propuesta de mochar manos, incluso la de expropiar Banamex, son resultado de ello. Eso le valió la gubernatura en Nuevo León, a eso le está apostando en la campaña por la Presidencia. Sabrá lo complicado que será llegar siquiera a los dos dígitos, pero se ha encargado de estar presente todos los días. Una ocurrencia tras otra. Ahí su capital.
El domingo me quedó claro que los cuatro están en la contienda porque se construyeron el camino, cada uno a su estilo, para enfrentar lo que una contienda trae consigo. Los cuatro fueron capaces de mirar a los ojos a quienes los cuestionamos, moderadores y ciudadanos. Desde luego que importa el resultado de la contienda, pero tener a esos cuatro aspirantes, tan destacados, con el país entero observándolos (y cada uno de ellos cargando pedacitos de país en su espalda), se entiende mucho mejor la dimensión del cargo por el que compiten.