Exiliado desde niño de su pueblo, triunfa en el extranjero y regala a Oaxaca el Museo Belber Jiménez

  • Corrido de su natal Tututepec a los 7 años, Federico Jiménez Caballero huyó a Estados Unidos, logró triunfar y hoy apoya con educación a niñas y niños hispanos de escasos recursos

Ernestina Gaitán Cruz

Oaxaca de Juárez, Oax., agosto de 2023.- A los 14 años, Federico Jiménez Caballero huyó de Tututepec, condenado por las ancianas y despreciado por su comunidad, a consecuencia de una travesura infantil motivada por su curiosidad. Siete décadas después, recuerda cómo logró el perdón y cómo la vida le sonrió con éxitos que repartió entre la niñez hispana en Estados Unidos, donde vive hace más de 50 años.

 

Confía mucho en la fortaleza y preparación académica de la niñez, por eso ha buscado impulsarla desde la educación, con becas. Sabe que, como él, aunque sean desfavorecidos por sus orígenes, sus escasos recursos económicos y discriminación en general, pueden sobreponerse y triunfar en ese país.

 

A muy corta edad vivió el exilio y con ello, ese adolescente cambió el rumbo de su vida. Aprovechó las oportunidades y a costa de soledad, enfermedades lejos de su familia, el vivir en un lugar extraño y sin conocer el idioma, se adaptó, sobrevivió y triunfó como diseñador de joyería, apreciado en especial por artistas y directores de Hollywood.

El descendiente de la cultura mixteca, distinguida por sus trabajos artesanales y adornos con piedras y metales preciosos, con orgullo y empeño aprendió todo el proceso, desde las materias primas hasta el producto final. Así del recuerdo de sus ancestros, de su imaginación y de sus manos, salieron collares, aretes, anillos, brazaletes, pulseras.

 

Cuando empezó a obtener recursos económicos, sabía que al ser el mayor de los hermanos y por tradición, tenía que ayudar a su familia. Así mandó a su natal Tututepec, recursos para la manutención de su familia y para dar educación a sus cinco hermanos y una hermana. Ahora, “todos tienen carreras y están bien, no necesitan nada”, comentó en entrevista.

 

La vida le llevó a conocer a la antropóloga Ellen Belber, con quien viajó por el mundo y con quien vivió hasta su muerte. Por eso está tranquilo con ella. Aún conserva sus cenizas en un altar y platica con quien fuera su esposa por 53 años. Su intención es llevarla al mar, a las Lagunas de Chacahua, en Oaxaca, donde también quisiera descansar cuando le llegue el tiempo, comentó.

 

Actualmente sostiene la educación de niñez hispana en Estados Unidos. Va en la tercera generación de 42 estudiantes en cada una. Regaló el Museo Belber Jiménez a Oaxaca, su estado natal y, sin embargo, ante los logros materiales, sobresale el amor por su familia y comunidad. Eso no ha cambiado. A sus 82 años aún se le humedecen los ojos ante los recuerdos de sus ancestros.

EL REPUDIO PÚBLICO AL NIÑO FEDERICO

 

En entrevista recordó los acontecimientos provocados por su curiosidad y que le hicieron irse de su comunidad. El primer hecho fue cuando en una misa, en la fila de niños mestizos vio que el cura les daba hostias. Quiso saber qué eran y a qué sabían, así se formó y la recibió, pero los niños horrorizados le dijeron que era pecado porque no se había confesado.

 

Asustado, no supo qué hacer y solo atinó a escupir el cuerpo de Cristo. Los niños gritaron y lo acusaron; las personas adultas se unieron al repudio público. Entonces los mayores de la comunidad y en especial el cura, lo condenaron “por pecador”.

La segunda desgracia que le acarreó su curiosidad y lo desterró, fue el incendio. El causado por las luces de bengala, las que le asombraron porque no quemaban y por querer sentirlas, quiso quitarlas al niño que representaba al ángel, pero la chispa prendió el pasto de aserrín, el fuego se extendió cada vez más y quemó varias casas.

 

Ese acontecimiento motivó el desprecio de las personas adultas, la discriminación de niños y niñas y la excomulgación de las ancianas del pueblo, quienes sentenciaron que su pecado, el haber atentado contra el ángel que representaba al Niño Jesús, sería por cinco generaciones.

 

El niño Federico no comprendió hasta que su madre, Hilda Caballero le explicó y dijo que se podría liberar de esas cargas cuando hiciera el Camino de la Dolorosa y un papa lo bendijera, lo cual nunca pensó realizar. Ni siquiera imaginó obtener el perdón.

 

En la entrevista realizada en la ciudad de Oaxaca a la que llegó cuando lo echaron de su pueblo y en la que realizó todo tipo de trabajos antes de irse a Estados Unidos, refirió un documental que le realizará una cadena de televisión de ese país. Por ello, viajó a su pueblo después de 30 años y vio que había desapareció.

No solo como lo concebía en su mente de adolescente, sino literalmente ha sido destruido, dijo. No está la división de casas que reflejó la marcada separación entre indios y mestizos y el cacicazgo de los principales como su abuelo. La Iglesia en la que ocurrió la segunda desgracia que lo desterró, tampoco se salvó.

 

Y entonces platicó que tiempo después, sin darse cuenta, “pagó esos pecados” que cargó desde su niñez. A los 50 años y en un viaje con su amada Ellen Belber caminó dos veces la Vía Dolorosa en Jerusalén (la que marca el camino que siguió Jesucristo desde su condena hasta su crucifixión y el Santo Sepulcro) y cuando fue a Roma, el Papa bendijo al grupo en el que se encontraba.

LA FUERTE PRESENCIA DE LA ABUELA INDÍGENA

 

En la entrevista también recordó el sincretismo vivido entre su familia paterna indígena y su familia materna, mestiza. Sus abuelos maternos nunca aceptaron a su padre y sin embargo, Federico tuvo mucha cercanía con su abuela indígena, la paterna, a quien vio rezarle a sus pequeños ídolos prehispánicos que guardaba en una manta bordada por ella.

 

Ese balancearse hacia adelante y hacia atrás para pedirle a sus santos, aún lo conmueven. Quiso a su abuela paterna, apreció su compañía y otra vez los recuerdos lo llevan a los días de su niñez, cuando por necesidad económica fue a vender un enredo bordado por ella.

Lo envolvió en un periódico y después de mucho meditarlo por el camino, pidió por esa prenda, 300 pesos, una cantidad muy grande que le asombró porque le pagaron sin regatear y ello les permitió sobrevivir un buen tiempo.

 

Cuando ya tenía suficientes recursos económicos para pagar lo que seguramente valía la prenda, quiso recuperarla, pero no la encontró; la perdió para siempre, se dijo. Más adelante, integrante del consejo del museo MUMA, el más importante de Estados Unidos, fue a una exposición de textiles y la sorpresa fue mayúscula cuando vio el enredo, exhibido como pieza de arte.

 

No se pudo contener y corrió a abrazar la prenda, a abrazarse con ella y a platicarle, como si su antecesora lo pudiera escuchar. No le importó que lo vieran con extrañeza. Así, tiempo después volvió para mostrarle el coche recién comprado, pero la prenda de su abuela, ya no estaba. Ya no estaba la representación de esa figura materna que tanto lo quiso.

 

Quizá por eso el interés en los museos, como sitios en que se puede contar la historia y resguardar la memoria. Y ese sentimiento más el ánimo de su esposa, los llevaron a fundar el Museo Belber Jiménez para exhibir textiles, joyería, orfebrería y obra de arte reunidas por el matrimonio después de muchos años de viajar por el mundo.

 

El museo dedicado al arte popular y expresiones contemporáneas lo entregaron al pueblo de Oaxaca hace 16 años, pero siguió manteniéndolo. Lo ofreció al gobierno del estado cuando Francisco Martínez Neri (hoy presidente municipal de Oaxaca de Juárez) fue Secretario de las Culturas. El funcionario dio un discurso de agradecimiento y manifestó su interés, pero no pasó nada.

También lo platicó con políticos y personajes de la ciudad de Oaxaca, patrimonio cultural de la Humanidad, pero nadie se ha interesado. Sin embargo, mantiene su sueño de que la niñez del estado se acerque al arte y encuentre en el disfrute de las piezas, motivación para buscar superarse y que no importa la situación en que se encuentren, que, si él pudo sobresalir, también ellos podrán hacerlo.

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