La urbe en tinta negra / Judith Bravo Contreras
Soy una ingenua. En las redes, en las listas, en los portales suelo ser de las personas que se cree a pie juntillas todo lo que le aseguran de palabra o por escrito. Si alguien me dice “Te quiero”, soy capaz de dar las nalgas por ese alguien. Si otro afirma que me brinda su amistad, ya me siento querida. Así pues, si el Facebook asegura que tengo 500 “amigos” me lo creo; pienso que eso me da autoridad para saludar a mis amigos facebookers cada vez que me los topo y estoy creída que me contestarán con entusiasmo, pues siempre da gusto encontrarse a alguien conocido, ¿verdad? Mas no es así. Me ha pasado que cuando les saludo, se sorprenden, me miran como si estuvieran frente a un alienígena, una loca peligrosa de la calle.
Un ejemplo: hace un tiempo, en una obra cabaretera se sentó frente a mí un chavo que es mega fan del cabaretero que hacía su performance (al que yo sí quiero un buen, y me aprecia), nos agregamos hace años al Facebook después de que se sentó a mi lado por muchas horas en un aniversario de mi librería favorita y estuvimos perreando a cuanto ser humano cruzaba el umbral. Total que lo ví y en el intemedio, me acerqué y puse mi manota en su hombro y le dije: “Hola Equis, tú y yo somos amigos.” Equis me miró de pies a cabeza, y dijo: “No lo sé.” “Estamos en Facebook, es más tu eres tal y te dedicas a tal, has hecho tal cosa y nos conocimos en tal parte y ahora que me acuerdo: luego entras a mi muro a trollear sin medida y sin razón” casi me pide perdón por no haberlo recordado en ese momento pero que no se repetiría, me dijo que era un gusto, y que qué amable por saludarlo. Estoy segura de que no pudo continuar viendo la obra…tranquilo.
Me sentí tan mal que tuve la idea de, en cuanto llegara a casa, pedirle una disculpa por haberme presentado cual cobradora de piso de los Zetas. Pero al conectarme al Face, encontré un recadito cariñoso de Equis que decía: “Efectivamente, somos amigos del face. Un abrazo.”
Para mi, corrosiva de la generación X, el mundo online, desde el tiempo de las listas, han sido una estrategia más que sí funciona para crear redes, alianzas y muy buenas amistades que se aterrizan en la vida real. Pero si tengo claro que un ‘amigo’ ha de tener sutiles matices de realidad. A veces comento mis afrentas con Alicia, me observa con su mirada de “aww” y solo me da unas palmaditas en la espalda. Lo cierto es que también, gracias al Facebook, he conocido, en vivo, a gente chida. Por ejemplo, a Ye y Zeta que son guionistas y unos conversadores impecables, a la banda de Monterrey, de Sonora, de Veracruz, Mérida, Tijuana, Zacatecas, Oaxaca, Sinaloa y otros, que han sido mi apoyo y mis ojos en sus espacios cotidianos. Aunque luego parece que el tiempo se detiene cuando una deja de contactar tan cotidianamente hasta a la gente de Facebook, siempre están pendientes los abrazos, y eso lo sé yo, a mí me queda claro que así es conmigo.
Porque soy del tiempo en que las relaciones humanas se daban en cualquier espacio: en el parque, por medio de las cartas (yo también era amiga por correspondencia de mucha gente alrededor del mundo) en la escuela, en el microbús, en los viajes. Quiero quedarme con esta idea de la gente que abrazo al final fuerte, amistosa, con cariño, pues esto me hace pensar que mis amigos del Facebook son realmente mis amigos. Y los saludaré con harto gusto cada vez que los encuentre. Así me den mi afrenta, me hagan jeta, me tuerzan la boca. En una de esas la Fortuna cambia y entonces quien ganará un fuerte abrazo sea yo. Soy una ingenua. Y terca como una mula.