Venezolanos encuentran tranquilidad y refugio en Oaxaca

*40 familias se refugian en la capital; extrañan la comida de su país pero se enamoran de la oaxaqueña

* Forman parte de los más de tres millones de personas que desde el 2015 han huido de Venezuela, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas. La mayoría ha ido a Estados Unidos, España, Chile, Argentina, Italia y en menor medida, Ecuador, Panamá, Brasil y México.

Foto principal tomada de : https://www.facebook.com/pages/category/Community/Venezolanos-en-Oaxaca-251080591570018/

Ernestina Gaitán Cruz

Oaxaca, 24 de marzo de 2019.- Aura, Germán y sus hijos César y Germán, conforman una de las más de 40 familias venezolanas refugiadas en la Ciudad de Oaxaca, ante la crisis económica y social que se vive en su país desde hace cinco años.

 

Forman parte de los más de tres millones de personas que desde el 2015 han huido de Venezuela, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas. La mayoría ha ido a Estados Unidos, España, Chile, Argentina, Italia y en menor medida, Ecuador, Panamá, Brasil y México.

 

La familia Gutiérrez Gil nunca imaginó salir de su país como única opción para sobrevivir y menos llegar a Oaxaca, entidad de la que nada sabían y que desde hace más de un año, se ha convertido en su hogar, amparo y salvación porque aquí viven tranquilos, dicen.

 

Con emoción, tristeza, alegría y nostalgia, Germán y Aura cuentan que la ayuda de amigos (sus ángeles, dicen) y las circunstancias, los trajeron a estas tierras en la que si bien se han adaptado día a día, viven un tanto aislados y un poco discriminados.

 

A veces se reúnen o se encuentran por ahí en su andar por esta ciudad, con sus compatriotas que al igual que ellos, buscan sobrevivir lejos de sus familiares y de sus hogares, distantes a casi cinco mil kilómetros.

 

La vez que se unieron y marcharon por el zócalo de Oaxaca, como lo hacen los oaxaqueños con las calendas, fue el pasado 23 de enero, cuando Juan Gerardo Guaidó Márquez se juramentó como “presidente encargado” de Venezuela.

 

En esa ocasión caminaron por los portales del centro de la Ciudad de Oaxaca. Con la bandera de su país al frente del contingente gritaban ¡Viva Venezuela!, ¡libertad!. Recibieron algunos aplausos y más bien, miradas de curiosidad.

 

Esa noche, en plena euforia colectiva de los manifestantes, cuenta Aura, su hijo le preguntó. “Mamá o sea que ya podemos regresar a Venezuela?. Ella casi con lágrimas recuerda que le dijo, “no mi amor. Todavía falta”.

 

Como todo desterrado, su familia vive con el corazón a la mitad. Ahora aunque enfrentan precariedades, están bien juntos y por otra parte, saben que familias y amistades sufren hambre, inseguridad, saqueos en sus casas.  Y los extrañan. “Los niños hacen falta allá, pero saben que aquí estamos mejor…”

 

Hacia el exterior se sabe la crítica vida cotidiana de los venezolanos, pero nada se compara con vivirla al día, la angustia de no tener qué comer, el salir a la calle para hacer enormes filas para comprar algo de pan y otros productos básicos, el no tener dinero en efectivo.

 

El ir muy temprano para comprar alimentos y enfrentarse a miles de personas que buscan en la basura algo para alimentarse, la escasez de transporte, ver los almacenes vacíos y con rejas para evitar los saqueos, dicen Aura y Germán.

 

Desde que vinieron a México, hace un año, “allá las cosas empeoraron muchísimo, todo está carísimo. Para dar una idea, salimos cuando el dólar estaba a un millón y actualmente está en tres millones 300. Un pasaje estaba a un costo de 11 mil pesos y actualmente está en 19 mil pesos”.

 

Y las filas para todo. Ya nada más existe, ni la cultura que pasó a segundo plano. La gente vive para hacer largas colas y comprar sus alimentos, lo poco que se consigue ah! y que se compre económico, porque si vas a revendedores está más caro todavía, o sea incomparable.

 

Cuentan en entrevista que no eran ricos, pero sí vivían bien. De haber iniciado una empresa familiar de comunicaciones en la que empezaban a despegar, llegaron a Oaxaca hace un año a empezar de cero, con escasos recursos económicos, pero con el ánimo de estar juntos como familia.

 

Germán llegó primero (el 26 de noviembre de 2017), contratado por una escuela particular en Oaxaca, quien lo aceptó para instalar un novedoso sistema de software libre para la comunidad estudiantil. Buscó trabajo por internet, le hicieron exámenes a distancia y entre varios aspirantes, fue elegido para trabajar en Oaxaca.

 

Aún recuerda con tristeza, lo mal que pasó los primeros meses en esta ciudad, al saber que su familia estaba viviendo momentos difíciles en Venezuela. Con mirada llorosa mientras contempla a sus hijos caminar cerca de la Iglesia de Santo Domingo, donde fue la entrevista, cuenta las dificultades que libró gracias a los amigos, a esos “ángeles”, agrega su esposa Aura.

 

Cuando fue personalmente por su familia, ya que tenía que autorizar la salida de sus hijos, se encontró con varios obstáculos y con el temor latente de que no los dejaran salir de Venezuela. Tuvieron la suerte de que el oficial que debía sellar sus documentos, se fijara en la imagen de la playera del niño Germán. . .

 

De regreso a México, un amigo les dio asilo en su casa, luego otros amigos y directivos de la escuela particular que le dio trabajo, le ayudaron a instalarse y después a cambiarse otra vez porque se dieron cuenta que donde llegaron a vivir estaba algo alejado del centro de trabajo, ya que gastaban mucho en trasladarse en camión con los hijos todos los días.

 

Se han adaptado. Los niños Germán y César han enfrentado comentarios discriminatorios de compañeritos pero también mucho apoyo de los profesores. Germán padre trabaja muchas horas y también vive ciertas envidias. Aura ha conocido el centro de la ciudad de Oaxaca de tanto recorrerla en espera de que los hijos salgan de la escuela. Ha conocido gente de Oaxaca y ha hecho comunidad con sus compatriotas.

 

Vivían en Maracaibo, capital del estado de Zulia, ciudad próspera, la segunda más poblada de Venezuela y la segunda en términos económicos (Wikipedia).

 

Poco a poco se van acostumbrado al clima, a la comida, a las diversiones, las sombras, el calor, el trato con las personas, las costumbres muy oaxaqueñas y los sitios de la calle que Aura al menos, ha caminado mucho.

 

Viven tranquilos en Oaxaca. Extrañan el tipo de calor de su ciudad, necesitan su dosis de edificios y ciudad grande dice Germán. Y sobre todo extrañan la comida. En especial las arepas que Aura trata de emular en esta ciudad. Pero también les gusta la comida oaxaqueña como el mole, preferido del padre de familia y las golosinas de chile que gusta a los niños.

 

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