*Este 2018 el flautista mexicano celebra 40 años de trayectoria artística y nos comparte sus afectos por la música europea y la indígena
Con tan sólo 15 años de edad y lo nervios a flor de piel, el flautista Horacio Franco pisó por primera vez, en 1978, el escenario del Palacio de Bellas Artes en un concierto con la orquesta de cámara del Conservatorio, en el cual debutó como solista. 40 años después, volverá a este lugar para celebrar que, desde aquella ocasión, no ha dejado de tocar ni un sólo día.
Horacio recuerda una historia que ha contado en más de una ocasión: cuando iba en la secundaria número 35 Vicente Guerrero, lo cautivaron unas piezas musicales de Mozart y Antonio Vivaldi que tocó una de sus compañeras en el piano del salón de música. Será precisamente con la música del compositor italiano Vivaldi que el flautista festejará sus cuatro décadas con siete conciertos que arrancan el próximo 14 de abril.
Algo que quisiera decirle a aquél joven que fue, cuenta, es que no les hiciera caso a sus papás. “Ellos siempre me decían que estudiar música era para bohemios, que no era cosa seria, tuve mis dudas”, confiesa.
El joven, rebelde, renunció a estudiar la carrera en Derecho, como su familia esperaba y viajó a Holanda, donde inició sus estudios de forma profesional, de ahí ha ofrecido conciertos en escenarios locales como en Iztapalapa y hasta en
Londres, Tokio, Alemania y Nueva York.
La música clásica ha sido clave su formación artística, el músico cuenta que en su adolescencia iba siempre al supermercado a comprar los discos de Vivaldi, Mozart y Johannes Bach, las composiciones sacras de este último, lo han hecho llorar aunque él se considera ateo.
La disciplina que implica ser un flautista con una importante reputación a nivel mundial que ofrece más de 100 conciertos cada año no es menor: ensaya cada día al menos 3 horas, lleva una dieta equilibrada que no incluye nada de azúcar ni alcohol, y dice ser exigente con cada entonación que interpreta. “Siempre he pensado que si dejas de tocar un día el público puede notarlo”.
En 1993 creó la Capella Barroca de México, un ensamble vocal e instrumental dedicado a la interpretación de música barroca, “el primer grupo que hubo con instrumentos originales y con voces que fueran más acordes a la imagen sonora de la música barroca, que no fueran voces de ópera”, según dijo en una ocasión.
Además de la música clásica y barroca, él tiene una fascinación por la música indígena mexicana, “creo que es uno de los géneros más importantes en México, además del mariachi –que ni si quiera es tan mexicano por sus influencias europeas–, son canciones que me gustan por su tradición e identidad”.
En su colección personal tiene alrededor de 65 flautas, el promedio de vida de una flauta de madera es de más o menos 10 años, explica, y “al tocarla mucho se va desgastando, no es como el violín, por ejemplo, flauta dulce se desgasta en dos años, tienes que ir ordenando los instrumentos cada cierto tiempo, las mías vienen de Europa y Canadá”.
Para él, este instrumento, es “el pedazo de madera vivo que lo hace vibrar”. Lo que más le interesa reflejar es, el mensaje del compositor, que sea “emotivo, real, como intérprete, me importa que el espectador tenga una experiencia estética, una vivencia emotiva, como la que yo tengo cuando toco”.
El intérprete también habla sobre un periodo en su carrera en el que lo invitaron a participar en el PRD. ““Me preguntaron que si quería ser externo para ayudar a modificar la Constitución en cuestión de cultura y caí cándidamente. Al haber dicho que sí, resulta que iba a ser constituyente y no consejero externo, y yo no lo sabía”, dice.
De cara a las elecciones de este año, dice que en México se necesita más participación de la iniciativa privada para que apoye al sector cultural, y comentó que contribuyó con sus propuestas en el libro Es la reforma cultural, Presidente! Propuestas para el sexenio, 2018-2024, el cual coordinó Eduardo Cruz Vázquez.