José Luis Martínez
Multimillonario gracias a su habilidad acomodaticia con cada gobernador desde que su padre fue secretario de Heladio Ramírez López, hoy Héctor Pablo Ramírez Puga Leyva (así de pretencioso y rimbombante quiere que lo llamen) cuestiona los métodos de su partido y chantajea. Sabe que quien no chilla no mama. Y vaya que ha mamado a lo largo de muchos años, pero una cosa es chillar y otra darle de patadas a las ubres.
HP se la jugó con Miguel Ángel Osorio Chong. Y éste, muy a güevo incluido en el equipo de Pepe Meade, torpedea al candidato presidencial del PRI usando al oaxaqueño que durante el gobierno de Ulises Ruiz Ortiz fue uno de los principales beneficiarios de las corruptelas de El Chacal.
HP también se adelanta a una posible auditoría a Liconsa, porque sabe que su gestión no aguanta la más mínima revisión por desvíos y pagos triangulados a través de empresas lavadoras operadas.
Tampoco aguanta el despilfarro de dinero en la legión de oaxaqueños rapaces a los que les pagó sueldos insultantes. Nada más hay que revisar cuánto ganaba toda la parentela de la desprestigiada Carolina Aparicio.
Cuatro o cinco gatos gerentes renunciaron a Liconsa para apoyar las aspiraciones de HP. Le hicieron un bien a los mexicanos, porque todos se han distinguido por su voracidad para vivir del presupuesto sin tener la mínima capacidad como servidores públicos. De ese tamaño es la estulticia, rodearse de un equipo cuya única virtud es mamar del presupuesto.
La carrera de HP tiene de todo, pero poca dignidad. Sabe bien que ha hecho de todo por mamar en todos los puestos que ocupó desde Diódoro y Murat, y que llegó a su máximo con el Carnicero, a quien también le jugó las contras cuando le convino.
Sumado al equipo de Chong fue sorprendido por el destape de Meade cuando se sacaba fotos con los damnificados del terremoto del Istmo de Tehuantepec. A partir de ahí su buena estrella empezó a opacarse.
Dice que es leal al presidente Peña Nieto, pero no dice absolutamente nada de Meade, así que viendo su causa pérdida empezó su chantaje y rompió lo que en el sistema priista es lo más valioso para un político, la disciplina.
Al estilo del Chacal, quien amenazó torpedear la elección interna del candidato presidencial para lograr la Sedesol para su “tiburón” chimuelo, HP piensa que dándole de patadas a la vaca va a lograr la candidatura al Senado.
Todos saben cuánto cuesta llenar de acarreados un acto proselitista, ¿cuánto gastó su acto de “rebeldía”?, ¿de dónde salió el dinero? ¿de su bolsa o de Liconsa? ¿de dónde salió el dinero para pagar las primeras planas de Noticias y el Imparcial, o se la regalaron porque es muy importante HP? ¡Organizaciones civiles le entregan reconocimiento por su labor social!
¿Se siente tan importante para cambiar el sistema? ¿se siente con la suficiente fuerza para imponerse a quienes mandan en el PRI y en el proyecto de Meade?
Con su logotipo en color fucsia dice “Estoy listo”, pero su historia demuestra que siempre ha estado listo para acomodarse. En la cúpula priista cayó muy mal su actitud de pendenciero de renunciar públicamente quitándose el saco y la corbata y arremangándose las mangas, engallado, sintiendo que él las puede todas. Con esa actitud le deja muy poco margen de maniobra para la negociación al PRI y al equipo de Meade, así que solito se está cerrando las puertas en el partido que le permitió hacerse multimillonario.
Sobre todo porque él sabe cómo funciona el sistema, sabe que la candidatura al senado para Raúl Bolaños Cacho Cué tiene el respaldo y el consenso de los exgobernadores de Oaxaca, del equipo del candidato presidencial y que además cuenta con las cartas credenciales como un joven muy bien preparado y no un simple título patito de comunicador.
Mala decisión la de HP. Tampoco a los exgobernadores les cayó nada bien su declaración de que no les debe obediencia. En política las mejores decisiones son las que se toman con el consenso de los grupos y no con berrinches ridículos de pendenciero y mártir “democrático”. Sobre todo cuando la riqueza no es un producto del trabajo y del esfuerzo, sino el abuso permitido a costa de servir a los poderosos en turno.