Nistela Villaseñor
México, DF.- Los ojos de Josefina Zoraida Vázquez y Vera son capaces de expresar cualquier emoción. A través de su mirada sentimos el dolor que le produjo el recuerdo del movimiento estudiantil del 68, lo mismo que la poliomielitis de su hermano. Pero también percibimos la alegría que le producen sus alumnos; sus ojos se hicieron grandes aunque ella dice que son chiquitos.
Así es Josefina, doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores (SNI); una mujer que se considera tímida e insegura, y quien advierte que su inseguridad se la debe a México, país que siente que todavía debe cuidar.
No obstante, esa mujer insegura, siendo una niña de corta edad, fue a inscribirse sola a la escuela primaria porque su madre se estaba haciendo cargo de su hermano menor. Era tan bajita que ni siquiera alcanzó a colocar los papeles en el mostrador, hasta que una señora la auxilió. “Eso me forjó”, asegura Josefina: el hecho de ser la mayor de ocho hermanos (cinco mujeres y tres hombres), y tener que hacerse cargo de ellos y de sí misma.
Y durante la plática se asomó otro dolor: la reciente muerte de su hermana, con quien tenía mucha cercanía. “Comíamos juntas tres veces a la semana”, recuerda.
Pero no todo es tristeza en la charla de la doctora. También ríe a carcajadas al rememorar que siendo niña, una mañana vio a una mujer saliendo de un cabaret y observó con atención que sus ojos estaban manchados de negro, por el rímel corrido; le pareció tan grotesca la imagen que desde entonces decidió que jamás se pintaría los ojos para evitar verse así.
Además, Vázquez y Vera es capaz de reírse de sí misma. Nos comparte que ha sorprendido a sus alumnos imitándola en el salón de clase, y en lugar de enojarse se ríe cuando descubre en esa imitación que se trata de ella.
La historiadora se considera poco femenina, por aquello de no maquillarse y no usar aretes, pues su padre –de origen español– no permitió que le perforaran los lóbulos de las orejas porque le parecía “salvaje”. Sin embargo, la doctora nos recibe vestida impecablemente de rosa, un tono suave que acentúa el también rosado de sus mejillas; blusa, suéter y hasta un vasito rosa en donde toma agua.
La historia de una historiadora
Según la doctora, su interés en la historia surgió desde que era muy joven, gracias a la revista argentina Billiken, “una revista bien hecha para niños; tenía historia, naturaleza, cuentos, cosas de la vida argentina, como eran los niños en las escuelas. Me familiaricé tanto que me estaba convirtiendo en argentina; conocía más a los héroes argentinos que a los mexicanos porque no había una revista semejante (en México)”, cuenta.
Esa misma colección tenía libros de personajes de la historia del mundo, y ciudades importantes: Atenas y Babilonia. Además, otra colección de obras clásicas para niños: El Quijote, La odisea, asegura Josefina Vázquez: “Así que mi padre, que era librero, me los empezó a dar muy temprano; entonces me volví apasionada de la historia”.
“Pero mi vocación era más bien científica. Todo el tiempo pensé en ser científica. La historia era como la música, como el arte, como todas las cosas que me gustaban; como ir a los museos. Para mí la historia era como un complemento de la vida natural de las personas: tenía que saber sobre su pasado, pero no como profesión”, aclara.
Entre empujones y tropiezos
Desde que ingresó a la preparatoria, se le planteó el tema de elección de carrera profesional. “Creo que mi papá me dio empujoncitos para que escogiera la historia y no la física, química o biología. La biología todavía me sigue fascinando, pero me gustan mucho las cosas de la ciencia; me llama la atención la astronomía”, narra.
La doctora recuerda que cuando niña fue muy inquieta y quería hacer todo. “Si leía un libro sobre arqueología, quería ser arqueóloga; si leía uno sobre astronomía, quería ser astrónoma; así cambiaba yo”, comenta.
“Mi papá, tal vez pensando en que era más fácil para una mujer ser historiadora, o porque le gustaba a él también mucho la historia, o no sé porqué, me dio un empujoncito, y yo me quedé con ese gusanito de la ciencia hasta que entré a la Facultad de Filosofía de la UNAM y me tropecé con el doctor Edmundo O’Gorman”, rememora.
La historia entonces era una “muy antipática”, asegura la investigadora. “Era: Cuauhtémoc, bueno; Cortés, malo. Mi padre era español, entonces a mí no me convencía mucho esa cosa de que los españoles eran espantosos, horribles; yo veía a mi papá y decía: ‘no, no me parece espantoso’”, relata.
“Por ahí me gustó esa cosa de ir contra corriente”, expresa. Y es que según Vázquez y Vera, ingresó a la facultad y no quiso saber nada de historia de México, así que se decidió por historia universal, lo cual consideró afortunado por tener un marco más amplio para su carrera. “Pero tenía yo esa cosa de que había que corregir la historia”, abunda.
Al tomar la clase de O’Gorman, se dio cuenta de que él estaba planteando una postura que ella nunca había analizado: “Don Edmundo hablaba de la búsqueda de la verdad, de la imposibilidad de alcanzarla, pero de acercarse a ella; del oficio de historiar y de lo que debían hacer los historiadores. Ahí sí me aseguré de que quería ser historiadora”.
Entonces quiso salir de México para aprender otra historia, pero no se ofrecían las oportunidades de hoy en día. “Ahora yo veo a mis alumnos: pueden viajar por todo el mundo, irse a donde quieran. Pero entonces eran pocas (las oportunidades)”, menciona.
Había becas para estudiar en Francia, pero Vázquez y Vera no dominaba el francés; aunado a ello, casi no había oportunidades para ir a Inglaterra, “que es excepcional para científicos, y para Estados Unidos había pocas (becas); me salió una para España y me fui en pleno franquismo”, platica.
La especialista asegura que aprendió más afuera que en la universidad. Las vivencias la sensibilizaron ante las diferencias de su misma familia. “Nunca me sentí ligada a nada de España, a pesar de mi abuela y de todos; me sentía mexicana porque era diferente a ellos. Para un historiador, eso es una experiencia muy importante porque es darse cuenta de que hay pequeñas cosas que separan tanto, que hacen difícil la cosa”, abunda.
Vázquez y Vera concluyó el doctorado aunque dudaba que fuera importante, pero fue demostrarse que tenía disciplina y que cumplió consigo misma. “La mayoría se fueron a pasear. Los que estuvieron en Francia, también. Todos los politólogos famosísimos no tenían disciplina. Eso sí tuve yo”, destaca.
Machismo sin fronteras
“He conocido machismos de otros países, como el de los alemanes o los texanos. Estuve casada con un alemán, que no fue tan espantoso, pero sí le da a uno la medida. Luego, cuando enseñé en Frankfurt, híjole, ¡qué cosa! Vi a uno de mis amigos poniéndole la pata para que la mujer le sacara la bota. ¡Hasta me enojé con él!”, relata.
Para Josefina fue “chistoso” descubrir que México no tiene el peor machismo a pesar de lo que nos quejamos. Advierte las diferencias: “Los maestros en la prepa, por ejemplo, decían: ‘bueno, a ver, usted. Al fin y al cabo nada más vienen aquí para estorbar y mientras se casan’, cosa que oíamos todos los días. Eso también lo vi en Estados Unidos, en Harvard; a muchos maestros no les gustaba que hubiera mujeres”.
Sin embargo, Josefina aclara: “Creo que sí tuve que vivir la discriminación hacia las mujeres al principio de mi carrera, pero no sufrí tanto, pues estaba tan ocupada en seguir adelante que me sirvió de estímulo para mejorarme y superarlo. En prepa éramos pocas las mujeres, y los maestros todavía no se acostumbraban, pero la experiencia en general fue muy grata. Es una de las etapas más felices de mi trayectoria, igual que la experiencia en Madrid y la de Harvard”.
La especialista en Historia Universal expresa que fueron sus padres –ella con su entusiasmo, y él con palabras de aliento y recordándole constantemente lo mucho que había logrado– quienes la animaron siempre a seguir a pesar de la adversidad y de ese machismo que prevalecía en aquella época.
Actualmente, Josefina Vázquez y Vera tiene una pareja sentimental, pero dice no saber si está enamorada; solo vive una relación y no se cuestiona esos aspectos. Menuda, de cabello corto, cano y con un azul asomándose por ahí, así como con esos ojos expresivos, nos despide después de habernos regalado un poco de su historia personal y profesional.