José Luis Pérez Cruz / #SantaCultura
Oaxaca.- Convencida que la búsqueda por el bienestar común era parte de sus convicciones de vida, la inolvidable Casilda Flores Morales (1910-1995) rechazó la propuesta de incursionar en la política, no le hizo falta “un hueso” para contribuir a su tierra, y de su trabajo diario en el mercado Benito Juárez se ganaba el sustento.
Tras desdeñar una diputación que le fue ofrecida en la segunda mitad del siglo pasado, doña Casilda dejó claro que su compromiso era con ella y con sus compañeras del mercado, no con el gobierno ni con los reflectores.
Oaxaqueña insuperable, mujer aguerrida y de valores inquebrantables, poseedora de un linaje de oaxaqueños en extinción, de esa gente que habitó un Oaxaca generoso y vibrante de identidad, donde la población se unía para ser solidaria y leal, sin ambiciones de obtener beneficios personales.
Doña Casilda compartió luchas en común que sucumbieron a gobernadores y frenaron en seco medidas que dañaban la colectividad.
Heredó y proyectó sus deliciosas aguas frescas, legado gastronómico que sigue vigente. De manera natural y sin pretensiones se convirtió en una promotora de la cultura oaxaqueña.
Con una gran sonrisa brindó el néctar de frutas y semillas a innumerables visitantes, reyes, mandatarios y artistas, pero principalmente a la gente de su pueblo y sus queridos estudiantes.
Es inevitable decir, que los buenos oaxaqueños no se gestan en cunas de oro ni en petates, germinan en los valores de las familias que los forman, en el trabajo, en el esfuerzo, en la honestidad, y más que nada, en el amor a la tierra.