*Dr. Enrique Rodríguez Balam
Twitter: @javoe
Foto tomada de internet
La madrugada del pasado lunes 16 de enero, varios disparos detonaron dentro de la discoteca Blue Parrot, en el marco de la clausura del festival de música electrónica BPM en Playa del Carmen. Al parecer -en este país siempre todo parece y no es-, unos hombres armados entraron al lugar y abrieron fuego. El saldo: Cinco personas muertas y otras más lesionadas de gravedad. Un video grabado por alguno de los presentes se volvió viral y tendencia en las redes en menos de lo que canta un gallo. Las alertas de Facebook sobre el estado de contactos cercanos al lugar no se hicieron esperar, pero también, las especulaciones sobre lo sucedido. Y sí, las hipótesis cada vez que ocurre un incidente similar, ya suenan a rosario de doce misterios recién memorizado. Que si fue un ajuste de cuentas, que si crimen pasional, que si pleito entre cárteles, que si un loco solitario que abrió fuego “así nomas, porque sí”, y los etcéteras que se les ocurran.
Doce horas después, Miguel Ángel Pech Cen, Fiscal General de Quintana Roo por fin dio la cara y lanzó un comunicado con insuficiente información. Lo que sí debe quedar claro, es que lo ocurrido es una tragedia de magnitudes devastadoras para las personas que sufrieron el ataque, pero también para el país. No, no estoy jugando el papel de plañidera ni de chantajista emocional. Esto no es cosa de hacer mitotes. Es muy grave por lo que los hechos encierran.
¿Y por qué? Bueno, porque son muestra de algo que desde hace tiempo se sabe pero se oculta: La península no está fuera del aro de violencia del resto del país -como se pretende vender-, sino que de manera contenida, están a nada de aparecer brotes violentos que ningún pacto político podrá sostener. Para entender mejor el contexto social sobre el cual se escriben los hechos, tal vez sea bueno repasar algunos datos importantes.
Playa del Carmen es un municipio enclavado en el así llamado “corazón de la Riviera Maya”. Uno de los puntos turísticos que más dinero genera y que junto con Cancún y Tulum, son hoy en día la región del país que aporta el 50% de ingresos que el turismo nacional genera. De acuerdo con algunas mediciones económicas, es también uno de los centros turísticos más importante de Latinoamérica.
Pero esto no siempre fue así. En la década de los setenta y la primera mitad de los ochenta, Playa -como se le llama comúnmente- era un pueblo pesquero y de pequeños comerciantes. Venir desde Cozumel era una posibilidad para apreciar al llegar, kilómetros de blanca arena rodeada por palmeras en las playas y pedazos de selva hacia los límites de sus horizontes geográficos. Docenas de pequeñas embarcaciones bajaban peces para después trasladarlos a congeladores o para su venta a particulares. Un lugar cuya belleza residía no solo en sus playas de agua azul turquesa que caracterizan al Caribe mexicano, sino también por su vegetación y tranquilidad habitual en un poblado pesquero con baja densidad poblacional. Tanto fue así, que el fallecido y aclamado guitarrista flamenco, Paco de Lucía, le compuso una canción a semejante paraíso en la tierra. Pero el amor no basta con canciones, el amor se vive desde adentro. Paco de Lucía, también habría de construir una casa en Playa del Carmen, la cual habitaba de vez en vez.
Hoy, Playa del Carmen cuenta con una oferta turística que hace irreconocible los paisajes descritos anteriormente. La venta de tierras sin escrúpulos, la devastación del ambiente para construir proyectos hoteleros de gran escala, el desplazamiento de la pesca como actividad primaria de los locales por el turismo de consumo a nivel global y las docenas de festivales de música más importantes del país, terminaron por borrar la historia de este pedazo del Caribe.
A contra parte, también, construyeron uno de los puntos de dispendio, glamur y consumo mas importante del país. Bajo tal esquema de consumo, Playa del Carmen encubre con sus tiendas de marca y cientos de ofertas para el divertimento frenético, realidades contrapuestas como la exclusión social, marginación y pobreza. Lugar receptor de migrantes de toda la República, del extranjero, pero en particular, de la zona maya. En efecto, como sucede en toda la Riviera, la mayoría de los habitantes son migrantes. Y ello lo demuestra el hecho de que el municipio de Solidaridad, es uno de los que presenta mayor crecimiento demográfico actualmente, en proporción con otros municipios del país.
Además de los problemas ya mencionados, existe otro, del que se sabe, pero no se dice. Playa del Carmen como destino turístico con diversidad de opciones, incluye de manera encubierta la oferta de un paraíso de drogas. Sí, difícil apoyarse en datos o cifras para demostrar lo dicho, pero desde hace por lo menos una década, Playa es un lugar donde las metanfetaminas, cocaína, ácidos, tachas y gran cantidad de narcóticos circulan de manera cínica. Basta con haber ido alguna vez a cualquier festival o aunque sea por simple paseo, para darse cuenta de lo que ahí ocurre.
En los baños de bares, antros o discotecas, se acercan personas a ofrecer drogas, sin recato aparente. Como si de vender chicles se tratase. No digo que todo mundo haya tenido alguna experiencia similar, pero son cosas que en ciertos contextos suceden con más frecuencia de la que pudiésemos imaginar. Lo anterior vale para decir que no sabemos si el tiroteo en el Blue Parrot fue por ajuste de cuentas por drogas, o si se debió a un asunto personal, o si es un “hecho aislado”, versión que las autoridades saborean al decir.
Lo que sí sabemos, es que playa es un destino turístico y paraíso de drogas; que existen problemas sociales tapados por el bloqueador con sabor a coco. Que la marginación social, la desigualdad social, pobreza y migración desmedida, hacen de este paraíso un caldo de cultivo para situaciones límite en diversos sentidos. Mantener la imagen de la Riviera Maya como sitio de descanso donde “no pasa nada” y no querer ver la realidad, es algo que debe poner en alerta a toda la península.
Lo ocurrido en el Blue Parrot, es una tragedia nacional, que posiblemente se acentúe mientras la corrupción e impunidad no nos permitan aclarar lo sucedido. Lo peor como afectación inmediata, será que la derrama económica y el turismo se verán afectados, que se destaparán problemas de violencia organizada con mayor frecuencia y que el país terminará por irse al traste en todos y cada uno de sus frentes.
Es una tragedia, primero por la gente fallecida y el sufrimiento de sus familiares, que no se olvide, pero también, insisto, por lo que desde antes encubría a nivel social y por lo que el futuro dejará plagado de interrogantes e inseguridad. Dirán que suena exagerado, que suena fatalista, pero ¿qué cosa en este país no ha superado la ficción y el peor de los desencantos? Ya nada. Y esto, con independencia de lo que los resultados periciales arrojen.
Violencia que ahora sí, va de punta a punta del país, un estado sin capacidad de gobernar, instituciones corrompidas hasta los huesos y una sociedad que ha dejado el temor atrás, para volverse incrédula, profundamente dolida y con rencores tan hondos que difícilmente busquen las respuestas por vías pacíficas o electorales.
Una sociedad a la que ni el nacionalismo más rancio ni el patriotismo mejor pagado le sirven. Es posible que lo sucedido -y que a nivel internacional nos deja muy mal parados- nos haga despertar a una realidad que no queríamos anticipar. Una resaca postergada que después de una noche en el paraíso, nos lleve a despertar en el infierno.
Se nos muere México ¡cabrones!
*Sobre el autor:
Dr. Enrique Rodríguez Balam
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.
gracias por tu escrito. en lo particular me ayuda a entender esos brotes de violencia que parecen el preludio de lo que hasta ahora solo se veia en acapulcoi. quienes controlan los grupos delincuenciales van por todo en forma descarada y al amparo complice de las autoridades de todos los niveles. coincido tambien en tu percepcion de que la sociedad civil dificilmente creera en soluciones pacificas y electorales. lastima que los politicos en turno solo vean el camino de apoderarse electoralmente de las instituciones y no vean la urgencia humanitaria de sumarse a la exigencia de paz y honestidad que tendria que brincarse la via electoral y empoderar a las ciudadanias en sus localidades. afectuosos saludos y nuevamente gracias.