*En Oaxaca, la naturaleza convive con grandes obras de la arquitectura
Por Alejandro Murat Hinojosa
Publicado en El Heraldo de México
Quienes habitamos un lugar como Oaxaca, en donde la armonía de la naturaleza se expresa en obras de magnitud colosal como los paisajes verdes de la Sierra, ocres de la Mixteca y los Valles Centrales, o esmeraldas de la Costa, tenemos una enorme responsabilidad frente a la belleza que nos rodea y alimenta: conservarla, permitirle respirar y florecer. En el cumplimiento de esta responsabilidad, la arquitectura es una herramienta inmejorable.
La evolución del pensamiento humano nos ha permitido prosperar como especie hasta hacernos capaces de ver nuestra casa, la Tierra, desde fuera de ella. Desde aquella perspectiva espacial, hemos podido registrar cómo nuestras actividades han provocado transformaciones catastróficas en vastos territorios que antes albergaron magníficas construcciones de la naturaleza. Constantemente descubrimos una mancha gris y estática donde antes danzaba un abanico verde y azul.
Pero el ser humano, desde mucho antes de imaginar siquiera los mecanismos que hoy nos permiten viajes al espacio, ya ponía su imaginación e inteligencia al servicio del paisaje, para que su necesidad de protección y abrigo no significara una condena a la belleza de su entorno.
Casa Wabi, Oaxaca, 2016. Fotos: Cortesía Fundación Casa Wabi.
En Oaxaca, los vestigios arqueológicos de San José Mogote dan testimonio de la capacidad de la gente que habitó el Valle de Etla hace casi tres mil años, para construir sus ciudades en armonía con el paisaje y el movimiento de los astros. Los habitantes de otras ciudades posteriores, como las prehispánicas Monte Albán, Yagul, Mitla, o la Villa de Antequera de Guaxaca, como se llamó en la época colonial a nuestra capital, demostraron igual nivel de respeto para con la magnífica disposición natural de los valles, montañas y ríos que los alimentaban.
Casa Wabi, iniciativa del prolífico y multifacético artista Bosco Sodi, es un gran ejemplo de ello. Construida frente al magnífico Pacífico oaxaqueño, esta creación que conjunta la poderosa creatividad de dos premios Pritzker: Tadao Ando y Álvaro Siza, es a la vez un refugio y una conversación; protege a quien se encuentra en su interior al tiempo que abre su corazón y sentidos hacia el paisaje, logrando fortalecer el vínculo de respeto entre el ser humano y el resto de la naturaleza. Sin duda, una visita obligada para quien tiene la oportunidad de recorrer la inigualable costa oaxaqueña.
Crear y construir son verbos intrínsecamente ligados al crecimiento que merece nuestra gente. Pero esta relación, que amasa y da forma al paisaje con las manos de nuestras necesidades y nuestros sueños, debe estar fincada en el reconocimiento de aquella responsabilidad en la que, insisto: permitir a la belleza florecer valiéndonos del poderoso arte de la arquitectura, como lo han hecho todos los habitantes de esta tierra desde tiempos inmemoriales.
Por eso nos entusiasma impulsar más iniciativas como la de Bosco Sodi, que traducen el amor y admiración por Oaxaca en obras que potencian su belleza.
Ejemplo de todo ello son proyectos como el nuevo Centro Cultural, o el Centro Gastronómico, que honrarán con su arquitectura la tradición de nuestros antepasados, aquellos grandes protectores de los maravillosos e inigualables paisajes oaxaqueños.