Enrique Rodríguez Balam *
Eper es el guión de un monólogo teatral escrito por Tania Hélène Campos Thomas, que fue publicado en octubre del año pasado. En él se cuenta la historia de una mujer extranjera, que llega a México después de una profunda búsqueda de identidad y de un lugar al cual pertenecer. Así lo inaugura el texto desde el inicio: “¿Qué se hace para pertenecer?… Elegir hacerlo… Y correr… Correr lo que no se ha corrido”. Tal decisión trae como consecuencia una serie de sucesos en la historia que nos proponen, sin así pretenderlo, reflexionar sobre el orden de una sociedad en búsqueda de reconstruirse a sí misma: identidad, nacionalismo, ciudadanía, apropiación, pertenencia, territorio y la capacidad de “agencia” de las personas para decidir. Conviene decir, que lo dicho hasta ahora no tendría relevancia si la apuesta fuese por la generalidad anecdótica. Su particularidad radica en el contexto de lo narrado, pues los acontecimientos que pintan las páginas del libro se incrustan en el México del 68, como solemos nombrar ese año fatal. Así, libre de contracciones. 68. Como número de cuartel militar. Allí es donde aquello que pudiese parecer ingenuo, por carecer de tal contexto, se carga de otros significados. Es una historia donde una mujer elije México como su país por decisión, a tiempo que los sucesos le van enseñando, de manera vertiginosa y peligrosa, las formas y maneras de ser, pero sobre todo, de hacerse mexicano. Bajo un régimen coercitivo, que genera confusión en todos los ámbitos de las instituciones, la protagonista de la historia se ve en la necesidad de tener que entender las prácticas y retorcimientos de lenguaje, pero también de un sistema social decadente. Así, la historia deja al descubierto las llagas sobre la piel de una sociedad que no da para más jirones.
Huir de cualquier forma de dominación, pasar desapercibido, escapar incluso del auto engaño, del auto consuelo en espera de algo mejor. Correr, de todo y por todo. Caminar sobre los bordes, andar sobre acantilados, observar de reojo, hablar sin decir, sin mencionar. Esos son los códigos que parecen marcar las formas necesarias para existir en el México del 68, desde la perspectiva de la protagonista de Eper.
Como todo texto literario, la escritura propone múltiples lecturas. Sin embargo, ésta es una que camina de manera paralela -que no alternativa-, junto con una memoria social desgastada gracias a los repetidos discursos que históricamente se han esbozado sobre “El 68”. Se libera por sí sola de las historias ortodoxas: las oficialistas y también las que la sociedad ha construido. No niega lo que todos decimos saber, por el contrario, suma. Eso sí, desde una mirada agazapada, y por ello, valiente. No nos confundamos: en situaciones de riesgo, el gazapo no huye, enfrenta con inteligencia, porque se vuelve estratega. Visión que en el texto pone con frecuencia en situación de umbral. Eper transforma hechos ocurridos en una plaza, para devolverlos una historia que va mucho más allá de dos culturas.
Por lo anterior, lo que aquí presento no es una reseña de un libro, sino la apuesta por situar la mirada sobre los escombros de cuerpos que muestran una visión a partir de la pupila ajena, aquella que en clara alusión a Joan Prat, bien podría catalogarse como la del estigma del extraño. Ver con los ojos del otro, no significa mirar lo contrario. Significa presenciar lo mismo, desde otros ángulos, con diferentes texturas, con diversos colores.
Cultura e identidad.
Eper es un texto que retrata y describe aspectos de vida cotidiana, pero con historia, cual método propio de la etnografía, en el que surgen de manera natural, conceptos y categorías propias de la antropología. Buscarse a sí mismo, asumirse dentro y fuera a un mismo tiempo como punto de partida, como alusión a la metáfora de la huella, puesto que la vida está llena de matices, de periferias, de acotamientos; de presencias a través de ausencias.
Desde el punto de vista etnográfico, la identidad es un tema de auto adscripción. Es decir, responde en primer lugar a quien se asume como tal. Después se delimita a partir de ciertos “marcadores”, que desde mi punto de vista sólo contribuyen a abundar en prejuicios y estereotipos: vestido, creencias, costumbres y sobre todo la lengua. Después de la lengua se suele atribuir a la identidad, la marca antropológica del sentido de pertenencia. ¿A qué? a una “comunidad” ¿a cuál? quién sabe, pues como apela a un sentimiento, puede estar en todos lados y en ninguno a la vez. El último marcador, y no menos importante, es el reclamo de un territorio, o haberse establecido en él.
En Eper, lo que tenemos es una contraposición a los lineamientos antes configurados para la antropología. Es la búsqueda de la identidad, sin negar la diversidad de confluencias culturales que la atraviesan. Sin una lengua propia, ya que a protagonista poseía 3 (húngaro, francés y español), sin un referente de núcleo familiar sólido y carente de un territorio. Lo que queda: elegir… Elegirse a sí mismo como otro. Porque la identidad no es una, sino el entrecruzamiento cultural fragmentado, construido de muchas partes. Porque ser de un país y no de otro, refiere más a asuntos del azar y no a una elección, como en el caso de la protagonista de Eper. Ella decide pertenecer a México y punto. Así es, se puede elegir otro territorio, espacio, lugar, o incluso otra forma de ser. También puede sembrarse, a través del olor a fresas o el sonido de los acordes de los folcloristas. Esos son “los límites de la cultura”; espacios donde uno se transforma para existir.
Poder y política.
Es una obra que versa – ya lo hemos dicho- sobre la historia de una mujer que sin hacer desplegados de teorías feministas, nos deja en claro su visión a partir de lo femenino – el eterno femenino si me permiten evocar a Rosario Castellanos – sin cuestionarlo, sólo asumiendo lo que, como persona debe “ser” y “hacer”, enfrentando dificultades para defender sus elecciones, discurriendo en estrategias de vida, con una visión sobre la maternidad que no se escuda ni en los “accidentes” de la concepción ni en el romanticismo del amor materno elevado a rango de manifestación sagrada. Aquí es acto de valentía, ejercicio de voluntad y amor a la justicia, a la dignidad.
Hacia el final del relato, cuando la pertenencia a un territorio ajeno en el pasado se vuelve propio por elección, las configuraciones, reacomodos y prácticas políticas desde la particularidad cultural, cobran dimensiones donde incluso la gestualidad es relevante: el disimulo y las “buenas maneras” mexicanas como el “hablar quedito” o en “diminutivo”, se convierten en peligrosos acantilados por los cuales precisa caminar, significa descubrirse frente a una tecnología del poder – refiriendo a Foucault – que de manera impune somete, oprime, interviene y con desparpajo juzga la negativa para agradecer favores impuestos. Es precisamente hacia el final cuando en especie de retrospectiva narrativa, la negación del personaje principal a dar las gracias frente a favores no solicitados, cobra todo sentido: no se trata de negarse a dar las gracias por falta de educación, sino como estrategia contra a la manipulación, pues tras él se configuran mecanismos de dominación.
Eper no es una historia alternativa, es una historia sobre la verdad, contada desde los márgenes a fuerza de empujones e injusticias… Pero aún así, se escribe la vida. Hoy más que nunca. En nuestro contexto actual la periferia, contrario a lo que sus connotaciones semánticas sugerirían, se ha vuelto lugar de honestidad, de virtud y de valentía… Sobre todo, de certidumbre y credibilidad. La periferia nos sitúa en guardia política, nos deja espacio para gobernarnos, porque eso es lo que queda a falta de un otro que lo haga… México, también es la periferia… Con una connotación nueva pero cargada de esperanzas. Es la periferia, en un contexto político donde comer fresas puede significar lo otro. Porque eper, significa fresa en húngaro. Porque el placer que le causa a la protagonista comer dicho fruto, debe convertirse en amargura desde la visión del otro. Un otro devuelto sobre sí mismo. De quien elige y no al que se le impone, el que destruye discursos, no el que los consume, el que por derecho decide caminar de puntitas sobre peligrosos barrancos, no el que recibe favores impuestos para andar sobre caminos pavimentados. Es el que nos invita a tomar la palabra, a negarnos al silencio, a movernos aunque no se salga en la foto, a pararnos frente a la pregunta ¿Qué quieres comer? Y responder ¡Eper!
*Sobre el autor:
Dr. Enrique Rodríguez Balam
Mexicano, Licenciado en Ciencias Antropológicas, Maestro en Antropología Social, Doctor en Estudios Mesoamericanos e investigador del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM; autor de los libros “Pan agrio, maná del Cielo: etnografía de los pentecostales en una comunidad de Yucatán”, “Entre santos y montañas: pentecostalismo, religiosidad y cosmovisión en una comunidad guatemalteca”, autor de poco más de una decena de capítulos de libros y artículos entre los que figuran “Religión y religiosidad popular en Oncán, Yucatán” (1998), “Apuntes etnográficos sobre el concepto enfermedad entre los pentecostales de una comunidad maya en Yucatán” (2003), “De diablos demonios y huestes de maldad. Imágenes del Diablo entre los pentecostales de una comunidad maya” (2006), “Religión, diáspora y migración: los ch´oles en Yucatán, los mames en Estados Unidos” (2009), colaborador en un capítulo del libro “La UNAM por México” (2010).
En fechas recientes, fue entrevistado para participar como especialista para National Geographic Latinoamérica en la serie “Profecías”. Ha impartido cursos a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades, así como conferencias, charlas, seminarios y diplomados con temas relativos a discusiones sobre los pueblos contemporáneos del área maya, particularmente de Yucatán y Guatemala.