Enrique Rodríguez Balam
Durante mis años escolares, la escuela siempre me resultó una absoluta pesadilla. Me parecía algo peor que una cárcel. Por supuesto eso era algo que de manera intuitiva, sabía que tenía que guardar para mí. De algún modo asumía que decir algo iría en contra de lo que el resto de mis compañeros pensaba. Estaba convencido que pensar algo así sobre la escuela, podría sonar poco más que herético para una sociedad que en aquel entonces, veneraba a las instituciones educativas así como sus modelos, procesos y procedimientos. Nunca fui un buen estudiante, más bien uno de regular a malo, que en un par de ocasiones tuvo que reprobar un grado en secundaria y otro en preparatoria, así como aprobar exámenes en extraordinarios. Para la gente que me rodeaba, por ejemplo, eso era un escándalo indigno para una familia plagada de primos que cual película de Harry Potter, parecía que vivían adentro de sus cuadros de honor.
En la universidad las cosas fueron diferentes; en primer lugar, y cual hazaña titánica, pude llegar hasta ese punto. En segundo, estaba donde yo quería: estudiando algo que yo había elegido y que nadie me había impuesto. Mi promedio mejoró notablemente al grado que con el impulso de un par de grandes profesores, opté por continuar con mis estudios de posgrado.
Toda esta experiencia de vida académica, me condujo a cuestionarme qué sucede con la educación en México. Después de muchos años, me di cuenta que el descontento con la escuela y sus formas, también lo compartían conmigo ex compañeros, padres de familia y hasta algunos profesores. Al llegar a la universidad, de pronto la educación junto con sus instituciones, se volvieron tema de debate y centro de inconformidades hasta el grado de forjar un descontento social, más o menos generalizado.
Que si México tiene profesores poco preparados, que si la educación y sus contenidos son de mala calidad, que si el debate de la educación pública contra la privada, y cientos y cientos de argumentos contra el sistema educativo. Sin embargo, después de comparar diversas instituciones, y programas de estudio con otros países como Estados Unidos, los de América Latina y Europa, me di cuenta que por ejemplo, los contenidos desde educación primaria hasta preparatoria, son básicamente los mismos. Estados Unidos ha mostrado incluso, carencias lamentables en su educación básica, misma que no se logra subsanar hasta llegar a la Universidad.
Pese a todo, me di cuenta también que México siempre ha tenido a grandes profesionistas. Lo que es más, por lo menos entre las décadas de los setenta y ochenta, buena parte de los estudiantes que lograron terminar estudios universitarios tuvieron oportunidad de conseguir empleos más o menos bien remunerados, a diferencia de los otros países. Entonces, ¿cuál ha sido el problema con la educación en México y una gran parte del continente?
En primer lugar, hay que dejar en claro que el acceso a la educación gratuita y de calidad, es un derecho. Que la obligación para generar las condiciones es del Estado, no de los ciudadanos. En segundo lugar, es necesario entender que el problema no está en los contenidos, pues un alumno de quinto de primaria, más o menos tiene los mismos conocimientos que cualquier niño de otro país.
El problema, me parece, radica en las formas de enseñanza bajo los esquemas institucionales actuales. En la falta de incentivos para que los profesores promuevan otras fórmulas de transmitir conocimiento y enseñar a aprender. En la falta de elementos capaces de propiciar iniciativas autodidactas en los alumnos. Por ello, considero que -entre otras cosas- precisa dejar de darle peso a la memoria como método, para entender que ésta es un recurso solamente. Que se requiere estimular el análisis, la reflexión y el pensamiento crítico de los contenidos; que éstos guían a la creatividad y la pasión por el conocimiento. Habría que dejar de darle tanto peso a los números -promedio- como garantía de que ellos son indicador de inteligencia y, sobre todo, de aprendizaje. Que evaluar deje de contener tintes punitivos a nivel social. Que se garantice un aprendizaje integral, que contenga elementos que promuevan habilidades diversas y no la acumulación por memoria de cierto número de materias estancas. Que se promuevan formas de crear conocimiento en los alumnos, para que en el futuro puedan ser ellos los que generen sus propios recursos e ingresos. Que se modifiquen esquemas educativos desde las bases, aquellos que se quedaron anclados en la década de los setenta y que se amolden a las demandas actuales.
Hoy en día, los avances tecnológicos, el internet y el creciente número de opciones de educación en línea parecen estar ganando terreno y con buenos frutos. Tendremos que darle tiempo al tiempo, para ver si nuestras instituciones educativas logran amoldarse a los nuevos requerimientos de la sociedad contemporánea. La era de la economía, de la información y del conocimiento, son una realidad. Ojalá podamos como sociedad saber ir a la par de los cambios y exigir que las circunstancias actuales se modifiquen para propiciar el cambio. Para que la escuela deje de ser una cárcel de tortura que atemorice a los estudiantes. Que se vuelvan espacios de creación para llegar a así, a la revolución del conocimiento en nuestras sociedades.
Las trampas de la educación en México
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