Alrededor del año 1440, un emprendedor de las tierras vinícolas del río Rhín perfeccionó un novedoso sistema de impresión que combinaba el antiguo sistema chino de tipos móviles y la tecnología usada en las prensas de uvas que se utilizaban en la elaboración del vino. Para 1455, este hábil inventor alemán de nombre Jonahnes Gutenberg, había terminado de imprimir sus famosas Biblias de 42 líneas, las primeras que se elaboraron sin intervención de los monjes copistas que, por siglos, habían mantenido el saber de su época bajo el control de la Iglesia Católica.
La invención de Gutenberg permitía que cualquiera que tuviera los medios suficientes pudiera realizar un número significativo de reproducciones de un libro, a un costo moderado y en un tiempo asombrosamente breve —recordemos que, durante la Edad Media, el copiado de un libro podía tomar hasta diez años; y nosotros que nos quejamos por las filas en los centros de copiado—, de modo que esto abría una puerta a la producción masiva y la libre distribución de libros —y, desde luego, de las ideas que éstos contenían.
Por ello, desde el siglo XV tanto los gobiernos como la Iglesia Católica buscaron caminos legales de controlar la naciente industria de la edición y la impresión, para evitar la diseminación de críticas del sistema político, así como la propagación de textos heréticos. Se emitieron leyes y códigos, se expidieron licencias para imprimir y vender libros —los llamados imprimatur, expresión latina que significa “que se imprima”—, se cometieron actos de censura, se publicaron edictos —como el de Châteaubriant, en 1551— y listas de libros que todo buen cristiano tenía prohibido leer, reproducir y distribuir, so pena de excomunión, tortura o muerte. Una de estas listas, quizá la más famosa, es la que nos ocupa hoy: el IndexLibrorumProhibitorum —o índice de libros prohibidos—,una lista de los libros declarados heréticos, anticlericales o lascivos y, por lo tanto, prohibidos por el Vaticano.
Uno de los muchos antecedentes del Index fue el Index Paulino, promulgado por el papa Paulo IV en 1559 y que prohibía la obra de más de quinientos autores y una nutrida lista de obras independientes. Cinco años más tarde, en 1564, se promulgó el Index Tridentino, llamado así por haber sido aprobado durante el Concilio de Trento y que es el antecedente directo del IndexLibrorumProhibitorum. Su propósito: “proteger la fe y la moral cristianas de las herejías y los libros inmorales”.
El Index no es una sola lista en sí, sino que durante el tiempo de su vigencia, los autores y las obras señalados como heréticos o inmorales entraban —y, a veces, salían— de la lista si la Congregación del Index así lo disponía. Entre los autores cuya obra completa —opera omnia— estuvo prohibida están: desde luego, Martín Lutero, el reformista alemán; el monje dominico Giordano Bruno, que terminó en la hoguera en 1600; el astrónomo Nicolás Copérnico, que en 1543 publicó De revolutionibusorbiumcoelestium, donde expuso su modelo heliocéntrico del universo, con el Sol y no la Tierra en el centro de todo; el padre el método científico, el inglés Francis Bacon —el pensador, no el pintor—; el filósofo y matemático francés René Descartes, el de “pienso; luego, existo”; el librepensador francés Voltaire y el enciclopedista Denis Diderot; el escandaloso escritor galo Émile Zola y, ya en pleno siglo XX, el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre.
En cuanto a las obras particulares, la lista es variopinta: desde el medieval LibriCarolini, supuestamente de la autoría de Carlomagno hasta El libro de los espíritus, del padre del espiritismo Allan Kardec, pasando por los Ensayos de Montaigne, los cuentos y las fábulas de Jean de La Fontaine, El contrato social de Jean-Jacques Rousseau —el cual sentó las bases ideológicas de la Revolución Francesa—, las escandalosas Memorias de Giacomo Casanova, las inmorales Justine y Juliette del Marqués de Sade, Los Miserables de Víctor Hugo —que fue “exonerado” en 1959—, algunas obras de Simone de Beauvoir y el
Grand DictionnaireUniversel de Pierre Larousse.
Como podrá usted darse cuenta, muchos de los filósofos y científicos más importantes de la historia de la culltura occidental pasaron alguna vez por las oprobiosas páginas del Index. Fue hasta un dichoso día de 1966, que el cardenal Ottavani declaró que existía “demasiada literatura contemporánea” y que la Congregación del Index no podía darse abasto para revisarla toda, corregirla, censurarla o, en su caso, prohibirla. Ese mismo año, el IndexLibrorumProhibitorum fue abolido por el papa Paulo VI, luego de más de cuatro siglos de vigilancia y protección de las buenas conciencias de los fieles católicos, “apelando a la conciencia individual de cada cristiano para que evite todos los escritos peligrosos para su fe y moral”.
Un acto de prudencia y tolerancia, o quizá, fue que simplemente se dieron cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos por constreñir la información.
Pero, como siempre digo, eso ya es otro cantar…
FRANCISCO MASSE
@fcomasse