Partir por casa /Macarena Kolubakin

Partir por casa

Macarena Kolubakin

(La foto que adjunto es de una obra del artista Doug Aitken: la casa espejo. Para que saque usted sus propias conclusiones y se ponga, si quiere, manos a la masa.)

A comienzos de este año decidí aceptar una invitación que había en un grupo masivo de whatsapp que se llama “Cultivando la compasión”. El grupo, no la invitación. Proponía, la invitación –y el grupo también- probar una forma de vivir distinta a la habitual. La propuesta era hacerlo por un mes. Llevo haciéndolo dos meses y pretendo seguir por un año. ¿Por qué? Porque me hace bien y hace bien. Por compasión, precisa-mente. Porque alivia y previene sufrimiento, mío y de otros. ¿Puede haber razón mayor que esa? Me parece que no. Me doy cuenta ahora, que me parece cada vez más difícil resistirme a invitaciones compasivas.

 

Las vacaciones me permiten detenerme c/alma en lecturas que alimentan e inspiran mi plan de recorrido para el año que viene. Una de esas lecturas, la mayoría en realidad vengo a reconocer, atiende a una de las cuestiones que me inquietan desde que tengo conciencia: la naturaleza humana. ¿Cómo es que somos? ¿Y cómo es que somos lo que somos? Sucede que esas formas de ser que tenemos los humanos pueden hacernos bien, generar bienestar o pueden hacernos mal, generar sufrimiento, en nosotros mismos y en quienes nos rodean –que viene a ser un poco lo mismo (pero, bueno, eso es harina de otro costal)

 

La ciencia tiene sus propias respuestas frente a esa inquietud mía, que no deja de insistir, sobre la naturaleza nuestra. A veces me llenan. A veces no. La religión también ofrece su cuota de respuestas. Mismo resultado. Insaciable y voraz que la han de ver a una.

El terreno que hoy, con estas arrugas y canas que porto, privilegio para recorrer los caminos que me invita a visitar esa cuestión es la experiencia. Probar. En eso ando. Me recuerda ese espíritu curioso que uno ostenta en la infancia. Esa que a algunos parece acabársenos a los cuarenta. Solo parece.

Ese espíritu en que puedes probar uno y dos y tres y cinco mil juegos y no te cansas. Porque pruebas diferentes juegos, conoces sus reglas, inventas algunas, curioseas, te equivocas, ganas, pierdes, disfrutas, te aburres en ocasiones, ves cómo juegan otros y sigues con tu vida. Que es lo más importante de lo importante en la infancia: jugar. Vivir, luego, no es un juego. Sin duda. Sin embargo, creo que se le parece. O, al menos, que vivir con ese espíritu en particular, conservarlo, marca una tremenda diferencia en la experiencia que obtienes. Tú y los que te rodean.

Entonces, sé que muchos ya se han decidido a probar nuevas reglas para el juego de sus vidas este año. Lo sé porque se trata de personas que quiero hasta el fondo de mi alma y que se animan también a recorrer senderos a los que invita la compasión. Lo sé también por conversaciones que estas vacaciones tuve con un par de adolescentes a mi lado, que acogieron la invitación que yo te quiero dejar a ti ahora.

Si la esperanza es una trampa (sí, vaya que sí) y lo mejor que podemos hacer es soltar la ilusión de que el juego sea mejor para decidirnos, en cambio, a SER MEJORES aquí y ahora; dejo esta columna como una cadena de continuidad de esa invitación que acogí en enero y te invito a permitirte probar reglas nuevas para el juego de tu vida este año. Como pequeña y humilde sugerencia, propongo que te inspires en algo de aquello que deseas que cambie, que esperas que cambie, que abrazas esperanzadamente para que cambie en nuestro país y lo SEAS tú. Por ejemplo: que SEA costumbre en tu vida la dignidad. No “que se haga”, que sea. Que no se trata de lo que será, sino de lo que es. Y lo que es, parte por casa.

Estoy segura que sabremos cultivar esas semillas de intención compasiva en nuestras vidas (al menos antes de extinguirnos) y nos deseo a todos los que nos embarcamos en esos exigentes caminos, sinceramente, toda la fuerza y conciencia para comprometernos en ello ahora y siempre.

Macarena Kolubakin

Rapel, febrero 2020

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