Alicia Alarcón
En medio del bullicio y la dinámica metropolitana de la Ciudad de México, se encuentra Iztapalapa, una demarcación que, durante décadas, ha enfrentado desafíos socioeconómicos y de seguridad. La mayor alcaldía de la capital del país, aloja a un millón 800 mil personas, de los cuales un 35 por ciento son pobres. Sin embargo, a pesar de estas dificultades ha surgido un movimiento encomiable: la construcción de doce UTOPÍAS: Atzintli, Meyehualco, Ollini, Teotongo, La Cascada, Tezontli, Tecoloxtitlán, Papalotl, Quetzalcóatl, Cuauhtlicalli, Libertad (erigido afuera del Reclusorio Oriente), y Barco Utopía (edificado sobre un camellón). En este sentido, Iztapalapa se ha convertido en un laboratorio de transformación comunitaria, donde diversas iniciativas y proyectos han trabajado incansablemente para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y revitalizar el sentido de comunidad. En este texto exploraremos las transformaciones, y su impacto en la demarcación.
Me acompañó a recorrer Iztapalapa mi amiga María, quien lleva varios años radicando en esa demarcación, a la vez que es integrante de la orquesta comunitaria de la UTOPÍA Meyehualco. Nos quedamos de ver en la estación del Metro Constitución de 1917 para abordar el cablebús Línea 2 que nos llevó hasta Santa Marta. Este recorrido constó de siete estaciones en una longitud de casi once kilómetros, y lo realizamos de ida y vuelta. Siendo un transporte público las personas de la tercera edad no pagan pasaje, cuesta siete pesos el boleto, así que esa fue la primera impresión importante que tuve, la sorpresa fue mayor al enterarme que es el teleférico más largo de América Latina.
En cada cabina entran perfectamente ocho personas; tiene capacidad para trasladar 90 mil pasajeros diarios. La mayoría mujeres: amas de casa, vendedoras, estudiantes y profesionistas. Tuve oportunidad de platicar con la maestra Patricia Ocampo, quien es habitante y docente desde hace dos décadas en escuelas primarias de Iztapalapa. “¿Cómo íbamos a imaginar que tendríamos algo así?” dijo, al mencionar que el cablebús facilita el camino en cuanto a economizar los tiempos de traslado que se han recortado a la mitad. Genera seguridad y evita las aglomeraciones, lo que ofrece más tranquilidad para llegar a sus casas, al trabajo o a la escuela. Si antes se hacía dos horas y media de camino, ahora solo 40 minutos. Ya no usa camión, ni mucho menos “pesero”, pues dijo que es un riesgo al no saber con quién se está viajando, ya que es un transporte muy inseguro donde hay asaltos a cada rato.
La sensación del cablebús es como estar en la rueda de la fortuna, pero con un balanceo constante, si uno sufre de vértigo es poco recomendable, aunque es mejor hacer el intento porque la verdad, es hermoso subir en ese transporte y ver cómo las arterias de esa parte de la ciudad están vivas; llena de acción, tráfico de vehículos y peatones; además de apreciar los cerros que prevalecen en medio de las casas. Parecido a un paisaje onírico es ver en la bruma como se levantan los volcanes de la Sierra de Santa Catarina, casas habitación sin concluir, abigarradas y en pendiente, azoteas con ropa tendida y tinacos de agua, así como cables de luz enroscadas en los árboles como grandes telarañas. En medio de esa estética urbana van apareciendo murales en las azoteas, propuestas artísticas que ofrecen una perspectiva llena de colores a los habitantes de Iztapalapa y de quien la transita. Son alrededor de mil murales en techos y fachadas que abordan temas de violencia de género, migración y medio ambiente, con narrativas disruptivas para que, quienes las vea, las aprecie, o las odie, se pregunte si la idea de la belleza es sólo la perfección, o la imperfección de nuestra realidad que interpela y denuncia para invitar a la reflexión.
De repente ante mí la frase “De Iztapalapa para el mundo”, un mural entre el centenar que se despliegan en las serpenteadas azoteas. En segundos tararee una de las canciones del grupo musical “Los ángeles azules”, que hizo famoso la frase, y que da alegría al mostrar al mundo otra identidad, además de la del charro cantor.
Bajamos del teleférico. Ahí mismo abordamos el trolebús elevado, perteneciente al programa de obras del gobierno de la CDMX. Arribamos a nuestro destino: Utopía Meyehualco, que forma parte de las doce UTOPÍAS, los cuales son complejos comunitarios culturales, artísticos y deportivos distribuidos en puntos estratégicos de la demarcación, construidos en espacios públicos: más de medio millón de metros cuadrados. Es un proyecto innovador del gobierno local para la recuperación del tejido social. UTOPÍAS es un acrónimo que significa: Unidades de Transformación Organización Para la Inclusión y Armonía Social.
En opinión de Carlos F. Santibáñez, de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, mencionó que las UTOPÍAS se asemejan al modelo de Acupuntura Urbana, diseño realizado por arquitecto brasileño Jaime Lerner, quien lo llevó a cabo en la ciudad de Curitiba (Brasil) de donde fue alcalde. Resulta que el urbanista hizo un estudio de la ciudad, y detectó los puntos de conflicto sociales y económicos, a fin de tener un impacto revitalizador en la zona. Explicó que Curitiba, de poco menos de dos millones de habitantes, es considerada como un ejemplo en planificación urbana sostenible. Aquí, en Iztapalapa lo importante es dar continuidad y mantenimiento, involucrar a la ciudadanía local, que trascienda a los proyectos políticos, a fin de que deje de ser el traspatio de la CDMX, señaló.
Llegamos a la UTOPÍA Meyehualco. La palabra utopía me remitió a la frase cliché “¡qué utópico eres!” por decir soñador o fantasioso. Sin embargo, también recordé a Eduardo Galeano cuando le preguntaron si hay espacio para la utopía en el mundo de hoy. Contestó citando a su gran amigo Eduardo Birri, como autor de la siguiente definición: “La utopía está en el horizonte y si está en el horizonte, yo nunca la voy a alcanzar porque si camino diez pasos la utopía se va alejar diez pasos, si camino veinte pasos la utopía se va a colocar veinte pasos más adelante. Yo sé que jamás nunca la alcanzaré, ¿para qué sirve? Para eso: para caminar”.
Así pienso que pasó con Iztapalapa, después de muchos años de estar estática y cansada, estigmatizada por sus condiciones de pobreza y desigualdad, despertó y empezó a caminar, en cuyo proceso ha logrado un proyecto distintivo del resto de las alcaldías de la CDMX (16 en total), ya que se puede ver con claridad la transformación.
Clara Brugada, su alcaldesa que dejó de serlo para postularse como candidata a MORENA para la gubernatura de la CDMX, ha dicho sobre Iztapalapa que los delitos disminuyeron más del 50 por ciento, se lograron bajar los índices de violencia de forma importante en delitos de alto impacto entre 2018 y 2023 de 30 a 11, y una baja en homicidios de 18 a 8 por mil habitantes.
El recorrido a la UTOPÍA Meyehualco nos llevó un par de horas, al llegar ahí admiré esa parte de lo que fue un territorio abandonado, ahora dignificado. Es espacioso y colorido; cuenta con escuela de música, gimnasio equipado, pista de atletismo, campos de futbol, básquet, y un velódromo para carrera de bicicletas. Además, tiene un auditorio con capacidad para 400 personas donde hay conciertos y puestas teatrales. Respecto a los servicios que ofrece hay una lavandería -la carga de ropa cuesta un peso-, un spa y el Centro Colibrí que es un modelo de atención no prohibicionista, de vanguardia para la familia que quiere salir o romper esos momentos que viven las personas en situación de drogas. También tiene el famoso parque “Iztapasauria”, la estrella de la Utopía. Expone dinosaurios en su tamaño real, diseñados en colaboración por expertos del Instituto de Geología de la UNAM. Cada dinosaurio va acompañado de una ficha técnica.
Cuando se está ahí nos podemos imaginar lo difícil que pudo plantearse este proyecto, la inversión de mil 270 millones de pesos para la construcción de las doce UTOPÍAS en un territorio de más de 500 mil metros cuadrados. El origen de las UTOPÍAS es la lucha en defensa del espacio público a favor de las mujeres, con un destino que se previó: “Hacer realidad nuestros sueños”, lograr un cambio significativo y duradero en la comunidad, con participación ciudadana y la inclusión social.
Alice me hiciste recordar cuando llegue a supervisar a compañeras Educadoras que trabajaban en diferentes Jardines de niños en esta Alcaldía, me sentía Maestra Rural caminando y caminando desde donde dejaba el pesero, cómo me hubiera gustado que hace 40 años ya hubiera existido esta infraestructura .