Perros: amigos del hombre, enemigos en la conservación del jaguar y el puma

Ciudad de México. 15 de noviembre de 2017.- El perro llegó a América hace casi 12 mil años. Llegó por el estrecho de Bering, acompañando a quien hoy lo considera su mejor amigo. La relación entre las dos especies había comenzado cuando el homo sapiens domesticó algunos individuos de lobo gris que habitaban en Eurasia y el Medio Oriente, unos dos mil años atrás, según los vestigios arqueológicos, o unos 10 mil años antes, según los análisis de ADN.

Una vez domesticado el perro, resultó ser una especie generalista —que puede vivir casi donde sea y comer casi lo que sea— y no tuvo problemas para adaptarse al nuevo continente. Entró con el humano y se convirtió en una especie exótica que fue capaz de establecerse y reproducirse fuera de su lugar de origen, en un hábitat que no era propiamente el suyo.

Los invasores

Para llegar a las islas Revillagigedo hay que navegar más de 25 horas y atravesar 800 kilómetros del océano Pacífico, si se parte de Manzanillo, o 400 kilómetros, si se parte de Cabo San Lucas. Incluso allí hay perros.

Desde Quintana Roo hasta Baja California, donde haya mexicanos seguramente habrá perros. El problema viene cuando hay perros pero no hay mexicanos o cuando hay perros donde se pretende conservar la vida silvestre. Pues no deja de ser un animal carnívoro, que puede devorar casi todo y transmitir enfermedades.

Es en estos casos cuando lo que era una especie exótica se convierte en una especie invasora.

Un riesgo real

Durante una invasión no se pide permiso para entrar, el intruso llega y ocupa el lugar a la fuerza. El invasor puede ser una planta, un animal, un hongo o un microorganismo, pero todos tienen algo en común, logran multiplicarse y se apoderan del nuevo territorio a costa de las especies nativas, de la salud pública o de la economía humana.

En México, la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) debe lidiar con 350 especies invasoras, de las cuales 170 pueden poner en riesgo muy alto los ecosistemas, la economía y la salud de los habitantes del país. De este grupo de 170 especies, 11 son mamíferos y uno de ellos es el perro.

Para saber qué tan peligrosa es la invasión de una especie, se debe evaluar cuál es el riesgo real de que se distribuya y se reproduzca en el territorio nacional; qué tanto puede dañar a las especies nativas, depredándolas o compitiendo con ellas; qué tanto daño puede ocasionar al paisaje, alterando el ciclo del agua o erosionando el suelo; qué enfermedades puede transmitir y cuánto daño puede causar a la economía.

Y cuando Yolanda Barrios Caballero, especialista de la Dirección General de Análisis y Prioridades de la Conabio, analiza estas variables, no le queda duda de que el perro como invasor pone en riesgo la biodiversidad en el país. Y no solo es ella quien lo dice, el 7 de diciembre de 2016 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la Lista de Especies Invasoras de “Muy alto” riesgo para México, en la cual se incluye al perro.

Los perros de México

Ignacio March Mifsut, director de Evaluación y Seguimiento de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), levantó el teléfono para comenzar con su investigación. Diez llamadas después sabía que, en total, 30 áreas naturales protegidas en el país tenían perros; que cazaban solos o en jaurías, y mataban roedores, aves, peces, reptiles, incluso venados; que ya habían atacado a algunas personas y que todos estaban allí por descuido humano.

Algunos habían sido abandonados, como en el caso del área de Flora y Fauna de la Primavera, Jalisco, situación que “es terrible tanto para el animal como para el área de conservación”. Otros eran perros callejeros que se alimentaban de basureros a cielo abierto cercanos y que eventualmente entraban al área natural protegida. Y también había algunos que se habían extraviado.

“A las personas les gusta mucho ir con sus mascotas a las áreas naturales protegidas. No sobra decir que está prohibido entrar con perros a estas zonas; sin embargo, las personas llevan a sus mascotas. ¡Caray!, por lo menos sería bueno que las llevaran amarradas. Los perros se van al monte, nunca los encuentran y allí se quedan”.

Al final, el perro tratará de sobrevivir y comenzará a cazar lo que pueda para alimentarse, y si se encuentra con más perros en el lugar, se unirá a ellos para protegerse con la jauría.

Pero el problema va más allá de que cacen animales que pueden estar en peligro de extinción. Los perros también afectan a otros depredadores como el jaguar, el puma y el lobo mexicano.

La mala fama del jaguar

En México, al jaguar no lo cazan por su piel o por conseguir un trofeo, lo cazan porque se come al ganado y deja a las familias sin sustento. Heliot Zarza Villanueva lo entiende. El investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Lerma, ha trabajado más de 20 años en la conservación del jaguar y sabe que no se puede culpar sin miramientos a los ganaderos, pues muchas veces son personas que tienen muy pocos recursos económicos y si no se defienden del depredador, pueden quedarse sin nada.

Pero también sabe que no todos los ataques al ganado son culpa del jaguar o del puma. A gran parte de las cabras, los borregos e incluso los becerros en las zonas rurales los matan los perros, y al jaguar y al puma se les culpa. Esta mala fama predispone a los pobladores a defenderse de los supuestos asesinos.

Los perros, además, afectan directamente a estos grandes felinos, pues son una feroz competencia para cualquier carnívoro. Son animales que se disputan el alimento y el territorio mediante estrategias provocadoras, moviéndose en grupo, acosando con ladridos y marcando el territorio.

Al fin y al cabo, lobos

Una de las características de los individuos de una misma especie es que tienen la capacidad de reproducirse entre sí. Y lo último que la Conanp desea es que Canis lupus baileyi hibride con Canis lupus familiaris. Al fin y al cabo, al ser de la misma especie, el lobo mexicano puede cruzarse con el perro doméstico.

Ignacio March sabe que esto ya ha pasado en Estados Unidos y que el resultado, el perro-lobo, es un animal violento que ha matado a seres humanos. Y lo que menos quiere la Conanp es que alguno de los 20 ejemplares de lobo mexicano que ahora viven en libertad, gracias a su programa de reintroducción, se apareen con los perros que encuentren en las áreas de conservación. Esto ocasionaría una pérdida genética importante; además, está la cuestión de las enfermedades.

El distemper canino

El 5 de enero de 2013, en los alrededores de Ortona dei Marsi, un municipio en la región central de Italia, un grupo de veterinarios encontró a dos cachorros de lobo italiano muertos. En los pulmones de los animales se detectó la presencia de distemper canino, el virus causante del moquillo en perros domésticos.

Veinticinco días después, a 19 kilómetros de Ortona dei Marsi, el equipo veterinario del Parque Nacional de los Abruzos, Lacio y Molise, encontró dos lobos con signos de haber enfermado de moquillo. Y a las dos semanas rescataron a otro cachorro enfermo. Los siguientes quince días localizaron a tres infectados más, pero los animales murieron antes de poder ser hospitalizados.

Ese fue el inicio de una epidemia que provocó fiebre, flujo nasal, vómito, diarrea y convulsiones a los lobos de la región. Para el 17 de abril del mismo año, se habían detectado 30 cadáveres, en 20 de ellos se encontró el virus del moquillo.

Durante la epidemia, varios perros domésticos no vacunados, perros pastores y perros ferales enfermaron. Un grupo de científicos tomó muestras del patógeno que los infectó y encontró que el virus de lobos y perros compartía una proteína que se encontraba solo en virus que infecta a perros de Italia, Hungría y Norteamérica.

Con este hallazgo, los investigadores concluyeron que había gran probabilidad de que los perros hubieran contagiado a los lobos en las afueras de los poblados; conclusión que plasmaron en un artículo publicado en la revista PLoS ONE.

El contagio a otras especies

“La introducción de un solo agente patógeno puede provocar mortalidad masiva y alterar por completo un ecosistema”, explican Jorge Álvarez Romero y sus colaboradores en el libro Animales exóticos en México: una amenaza para la biodiversidad. Y el virus del moquillo canino ya ha dado otros ejemplos de esta aseveración.

El virus tiene algunas variantes que atacan a carnívoros terrestres como hienas, hurones, zorrillos, mapaches y comadrejas; pero también hay variantes que infectan a un grupo muy distinto de animales, los mamíferos marinos.

Se cree que este patógeno fue uno de los factores determinantes para la extinción del hurón de patas negras en Norteamérica, y en 2000 fue el causante de la muerte de más de 11 mil focas en el mar Caspio.

Los perros también pueden transmitir enfermedades al ser humano, sin contar que sus mordidas “son responsables de decenas de millones de lesiones cada año” en el mundo, según la OMS. Muchas de estas lesiones requerirán reconstrucción quirúrgica y algunas serán letales, si no por la agresión, sí al transmitir la rabia. Factores a considerar si se toma en cuenta que muchos de los perros que entran a las áreas naturales protegidas y pierden el contacto con el humano pueden volverse ferales.

Los perros feroces

El término feral significa cruel o sangriento y tiene su raíz en el latín ferālis, de fiera. Cuando se utiliza para designar a un animal hace referencia a que el espécimen alguna vez fue doméstico, pero que ha regresado a su estado salvaje y sus descendientes nacerán asilvestrados.

Este proceso de feralización puede sucederle a cualquier animal que haya sido domesticado, ha pasado con el cerdo, ha pasado con el gato y ha pasado con el perro.

Durante su investigación, Ignacio March no solo se enteró de que en 30 áreas naturales protegidas había perros, también descubrió que en dos de ellas —el Parque Nacional Huatulco y en Isla Cedros— los perros eran ferales.

En el Parque Nacional Huatulco, dos turistas habían sido atacados por estos perros en dos ocasiones diferentes. Y se habían detectado tres jaurías de ferales que, además de la reserva, también rondaban el basurero municipal. En Isla Cedros, los perros estaban atacando a elefantes, lobos marinos y al venado bura, una especie en peligro de extinción.

Afortunadamente, pensó Ignacio March, ya existía un caso en el que se había podido controlar el problema de los perros ferales en un área natural protegida.

Los ferales en el Cañón del Sumidero

Los perros ferales del Cañón del Sumidero atacaban a todo tipo de animales, desde aves y ratones hasta al venado cola blanca. Además, representaban un peligro para los turistas y los habitantes de la zona.

Para abordar el problema, la Conanp y el municipio de Tuxtla Gutiérrez comenzaron campañas de esterilización, captura y reubicación de perros en la zona de conservación. Lo primero era detectar a los animales y determinar, mediante el estudio de su comportamiento, si eran o no ferales. Si eran perros extraviados o callejeros, se entregaron al municipio para colocarlos en albergues.

Pero si eran perros ferales, era imposible darlos en adopción. Son animales peligrosos que no reconocen al ser humano y pueden portar enfermedades. Su comportamiento es más parecido al de un coyote que al de un perro, sería una irresponsabilidad darlo en adopción o mantenerlo en un refugio, comenta Ignacio March. La única solución para proteger todo un ecosistema es el sacrificio humanitario, que evita el sufrimiento animal mediante anestésicos, según los lineamientos de la Norma Oficial Mexicana NOM-033-ZOO-1995.

Además, se realizaron campañas de Tenencia Responsable, acción que Ignacio March considera de lo más importante, pues de nada serviría eliminar a los perros ferales de un lugar si se siguen abandonando mascotas o si se les deja vagar libremente.

Al fin y al cabo, el perro llegó a América y se quedó con el humano como compañero, pero sigue siendo un carnívoro exótico que puede depredar, competir y transmitir enfermedades a otras especies cuando se aleja del ser humano.

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