*Alicia del Rocío Torres Alarcón
Han sido breves, sublimes e inolvidables las miradas que he intercambiado a lo largo de mi vida; se acumulan como una colección de piezas pulidas y talladas delicadamente para deleitar gozo de los mensajes que no dije en voz alta, pero logré transmitir con una mirada pausada e infinita. Entre sueños recuerdo verla sentada frente a un escritorio, con una libreta diminuta que llamaba “el diario”, escribiendo esta reflexión, la noche en que nos conocimos.
La primera vez que Alicia vio mi foto, yo era un cachorro tan parecido a un oso panda: blanco con manchas negras y pachoncito. Fui el sexto de seis hermanos, el más curioso de todos quizá, porque los demás fueron más apegados a la manada, sólo sobreviví yo. En el lugar donde nací había caballos, vacas y hasta gallinas. Un día, escuché decir del cuidador que nos separarían a todos los cachorros, y pronto conoceríamos a nuestros humanos. Mis hermanos lloraban y se refugiaban en mi mamá, por el contrario, yo no entendía, sólo jugaba por toda la granja.
Veía cómo mi papá correteaba caballos, y mi mamá, gallinas, ninguno de los dos permitía que se nos acercaran y viceversa, pero si no obedecíamos mi mamá nos regañaba muy fuerte. Mi nariz me ayudó a conocer aquel lugar; el aroma de la paja era más potente cuando estaba mojada, y el olor a gallina me hacía estornudar. Había tierra en cada rincón y ésta se elevaba cada vez que mi papá corría detrás de los caballos. En cambio yo inventaba mis juegos, e imaginaba que era quién controlaba a los caballos con la frontalera, y que me escondía entre los corrales de las gallinas, o corría de un lado queriendo atrapar mariposas, moscas y mosquitos.
Un día, un extraño olor a caño llegó a mi nariz, provenía de una de las caballerizas, me hizo estornudar mucho. Entonces vi a un animal gigante, casi del tamaño de una gallina, era una rata. Me asusté. Tan pronto me vio fue detrás de mí, corrí al otro lado de la caballeriza, donde se encontraban mis hermanos. Mis patas no pudieron más y me cansé, éste me alcanzó y me tomó entre sus garras delgadas pero fuertes, abrió su hocico y mordió mi lomo. Por fortuna, mi mamá la vio, y de inmediato la embistió furiosa, nunca la había visto así mostrar sus filosos dientes cual lobo en cacería; la prensó del cuello y la aventó lejos de mí. Yo caí desmayado por la herida y el golpe, cuando desperté, me di cuenta de que estaba separado de nuestra manada.
Me sentí triste, no quise comer más, mientras mis hermanos pasaban tiempo juntos con mi mamá, yo estaba aislado en un rincón porque el animal me había contagiado de alguna enfermedad. Mis patas me dolían mucho para salir a correr, y mi diminuto cuerpo estaba cada vez más débil. De pronto sentí que me envolvieron en una cobija, no podía abrir mis ojos, pero escuchaba muchas voces, sentí un movimiento turbulento. Cuando logré despertar fue porque una extraña luz me deslumbró. Una señora con guantes me colocó sobre una mesa fría y me obligó a comer algo extraño, amargo y sin olor. Cerré mis ojos, mi nariz era lo único que me ayudó a entender qué estaba pasando. Había olores que no reconocí por más que movía la nariz, y sin mi mamá me sentí solo.
Otra vez nos movimos de lugar. Tenía frío. Alguien se apiadó de mí y me cobijó. La calle por la que íbamos olía a carne caliente y huesos, había personas con olores desagradables, reconocí el olor de más animales como el de la rata que me había atacado, pero nadie se percató de su presencia. Parecía un sendero infinito, o quizá sólo era la noche y mi angustia. De pronto paramos, de inmediato un olor diferente llegó a mi nariz, me recordó a las mariposas; me gustó tanto, que pude abrir mis ojos sólo por sentirlo cada vez más cerca. Provenía de una mujer preocupada que estaba parada al final de aquella calle, lo supe porque cuando los humanos tienen emociones cambian de olor; a pesar de ello, sonrió cuando me vio.
Tuve suerte que entró. Subió al automóvil que nos transportaba. Fue mi oportunidad, me salí del trapo en el que me tenían envuelto, escalé por algunos lugares, hasta que sentí sus frías manos en mi cuerpo. Continué caminando y me senté en sus piernas. Bajó su mirada, siguió cada uno de mis movimientos y levanté la cara para presentarme. Sus ojos y los míos conversaron. Pude verme a través de sus ojos y sentí como una llamarada de energía que comenzó en mi nariz y provocó un movimiento incontrolable de mi colita. Levanté mis patas, hasta rodear con ambas su cuello, sólo quise decirle que nos fuéramos de ese lugar, y me entendió; nada la detuvo a colocar sus manos en mi lomo y de inmediato darme un beso en la cabeza. Ya no tuve miedo, tampoco sueño, sólo quería jugar con ella.
Llegamos a un lugar especial, esa no era nuestra casa, pero ahí dormimos. Hacía mucho frío y no había polvo como en la caballeriza, en cambio el suelo era liso y duro. Parecía que mi humana, Alicia, se había preparado para salvar mi vida, todo lo que hizo por mí aquella noche mejoró mi salud, me dio una comida de un sabor extraño y amargo con tal delicadeza que no dudé de ella y la mastiqué. Colocó dos platos adecuados para mi tamaño, en uno puso carne y en el otro, agua. No paró de platicarme todo lo que estaba haciendo, y aunque no entendí, ella estaba muy bien entrenada para cuidarme. Quise seguir escuchando, pero no pude más, cerré mis ojos y dormí en sus piernas. Ella me abrigó y con mucho cuidado me recostó en una caja. A lo lejos escuché cuando comenzó a escribir en “el diario”, hasta que finalmente también durmió.
Ahora era mi turno, yo cuidé de ella, olí su tranquilidad y la paz de su sueño profundo; decidí dormir debajo de su cama para que ningún extraño nos molestara. Al salir el sol, la escuché gritar: ¡Pi! ¿Dónde estás? me llegó otra vez ese olor a preocupación. ¿Pi? ¿Qué será eso?, pensé. Me encogí, quizá ella no estaba tan bien entrenada y había enloquecido. Vi sus pies rodear la cama, y seguido de eso ella asomó su cabeza: ¡Ahí estás Pi! Me espantaste, ¿por qué no dormiste en la cama que te hice? –corrí hacia ella y sonrió, Alicia no me puede engañar, cuando llegué a sus brazos su corazón latía con mucha rapidez, estaba asustada. Corrí de un lado para otro y descubrí que eso mejoraba el ritmo de sus latidos.
Me nombró Pi, ¡qué bonito nombre! Imaginé nuestras aventuras por el mundo, y ella llamándome ¡Pi!. Nos mudamos a un sitio que llamamos hogar y poco a poco conocí a los miembros de nuestra manada, que me gusta visitar y cuidarlos. A diferencia de otras, nosotros no vivimos juntos, unos están por aquí y otros por allá. Pero compartimos algo en común: tenemos un lunar a lado de la nariz. Eso dice la mamá de Alicia, yo también lo tengo. Además, nos dijo que nos parecemos porque somos bien inquietitos, y yo digo que sí con la cabeza y me río.
Así pasaban nuestros días. Por las mañanas despierto a Alicia y la llevo a correr para cuidar su corazón. De vez en cuando ella sale, a veces la acompaño, y, antes que el sol se meta, regresamos a nuestro hogar. Una madrugada mientras dormíamos, algo se salió de mi control. Alicia tuvo una pesadilla, no pudo dormir más, escuché que su corazón se aceleró bastante, me acerqué a su cuarto y olí su miedo, estuve cerca de ella como su sombra.
Jugar con mi pelota haría que Alicia se olvidara de su miedo, corrí a buscarla por toda la casa, en el jardín no estaba, tampoco detrás del sillón, “se habrá perdido”, pensé. Desde fuera del cuarto de Alicia, la escuché hablar por teléfono mientras empacaba su ropa. Debí apresurarme, pero no recordaba en dónde la dejé. Entonces bajó a guardar su maleta, y mientras se distrajo, subí a su auto, no se percató que estuve detrás de ella.
Llegamos a un lugar con un jardín enorme y más perros. Listo Pi, debes esperarme aquí, estaré bien –me dijo. Me sorprendió que sí notó mi presencia y para que no me regañarala abracé, ella me dio un beso y se marchó. Había fracasado, perdí mi pelota y no pude curar el miedo de Alicia. Pasaron varios amaneceres y una tarde, antes de ponerse el sol escuché su voz cerca, cada vez más. “¡Qué emoción! ¡Por fin llega, ahora sí jugaremos de nuevo!” – pero emanaba un extraño olor, nunca había olido así. ¿Qué le pasará? –me acerqué a la puerta y esperé a su llegada.
Ella entró al lugar donde me había dejado, sus ojos se dirigieron a mí, soltó su bolso, se puso de rodillas y comenzó a llorar, subí mis patas a sus hombros y sólo la envolví entre mis patas. Su corazón latía aún más rápido que la última vez. Limpié de su rostro cada una de sus lágrimas, eso la tranquilizó. Subimos al auto y al llegar a casa Alicia no quiso comer, sólo subió a su habitación y durmió. Empujé la puerta con mi nariz y entré, ahí estaba echada, tenía una herida en el alma y yo tenía que cuidarla, pero tomaría tiempo. Dormía noche y día.
Pasaron otros atardeceres más, nada era suficiente. Alicia sólo tomaba agua y comía muy poco. “¿Qué pasará?” – no encontraba explicación y tampoco mi pelota. Antes de que se fuera salíamos con normalidad al bosque, me lanzaba ramas y a veces la dejaba ganar, jugábamos a las correteadas, nos mojábamos en el río y a antes de caer la noche ella se escondía detrás de un árbol para asustarme, le causaba mucha diversión hacerme bromas. Cuando regresó, no estaba enferma, sólo tenía tristeza, ¡qué difícil es curarla!
Una mañana al despertar, escuché su voz: ¡Pi! ¿Dónde estás? –fui a buscarla. Oye, no me dejes sola, pensé que ya no querías cuidarme, ¿nos vamos a correr –mi colita otra vez comenzó a moverse como la primera vez que intercambiamos una mirada, sus ojos seguían tristes y era por la ausencia de un miembro de la manada que no pude reemplazar, pero supe que jamás debo separarme de ella. Me trepé al auto, y nos dirigimos al bosque. El latido de su corazón era suave. Fingí caer al río. Ella soltó una carcajada que me llenó de energía. Le enseñé un nuevo juego y lo aprendió muy bien.
Regresamos a casa, mientras Alicia preparaba sus brebajes para dormir, yo comía en el jardín, de pronto, recordé que mi pelota estaba en la rama de un árbol. La tomé y corrí a dársela. ¡Habías perdido tu pelota Pi! Yo también extravío las cosas a veces, sí que nos parecemos, con razón estabas tan angustiado, me dijo. Jugamos por un corto tiempo. Antes de ir a dormir, volví a mirar sus ojos, pude verme otra vez a través de ellos, le puse un pedacito de mi corazón en el suyo, y ella hizo lo mismo, así jamás nos separaremos, su tristeza fue cada vez menos al pasar el tiempo. ¿Te acuerdas la primera vez que nos vimos Pi?– moví mi colita y continué viéndola fijamente . Yo no lo olvido ni un instante –confesó. La abracé y ella me besó.
Soy Pi. Mi nombre en realidad, narra esta breve historia, la nuestra, plena de amor y ternura. Describe el día que nos encontramos, el tiempo compartido en nuestras caminatas, nuestros juegos, incluso el momento que nos separemos. Todo comienza con el encuentro de dos almas en un corazón y termina con una mirada infinita.
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Pi en las matemáticas es un número irracional, esto quiere decir que no es exacto ni periódico. Sin embargo, Pi, en este relato, es el nombre del protagonista, un lindo cachorro que no actúa irracional; al contrario, es inteligente y a la vez juguetón, y que es quien nos cuenta su historia de cómo ha sido su vida al lado de Alicia, el tiempo compartido entre ambos, e incluso el momento que tuvieron que separarse. Todo comienza con el encuentro de dos almas en un corazón y termina con una mirada infinita.
La pluma de Alicia Rocío Torres Alarcón, es de una joven escritora, juguetona y descriptiva. Despierta en el lector ese aire de libertad y búsqueda constante a lo nuevo, a entender el valor de la vida, y el respeto a los animales. Espero disfruten esta nueva entrega surgida del Taller Tarde de Papel. Esperamos sus comentarios, un “Me gusta”, y compartirlo. Con afecto, Alicia Alarcón.
Te amo inmensamente es sorprendente y siempre estado orgullosa de ese inmenso ser que desde que te vi definí como la mujer más chingona del mundo… Amiga mía me dejaste sin palabras 🙂
Me enchinó la piel en varias ocasiones. Una historia que deja ver lo sensibles y perceptivos que podemos ser los seres vivos (animales y humanos). Debo confesar que lloré porque evocó en mí la memoria de un perrito compañero de viaje en esta vida que estuvo conmigo hace tiempo. Muchas gracias por la historia,
Muy buen relato, te envuelve en la historia y por lo menos para mí me hace seguí leyendo hasta llegar al final.
Hermosa historia inspira y te conecta con la naturaleza y la sensibilidad