El régimen hoy paga el costo de conformar un gobierno de parcelas

*Derrota, efecto de permisividad e impermeabilidad ante corrupción

Adrián Ortiz Romero Cuevas / Al margen

Oaxaca.- Es simple y reduccionista creer que el resultado de los comicios en Oaxaca, es consecuencia de un pleito entre familias, e incluso entre facciones políticas. Aunque es innegable la existencia de esos factores en los saldos electorales, lo que es claro es que el gobierno estatal fue derrotado no sólo por Alejandro Murat y el PRI, sino también por su delirante incapacidad de entender y asumir lo que los oaxaqueños esperaban de él. En ese análisis, más que en el pleito de cacicazgos, se puede encontrar la lógica del voto ciudadano y de la reprimenda social que éste selló en sus boletas electorales.

 

En efecto, a la hora de la comida de ayer era ya posible ver un resultado prácticamente final de la elección de Gobernador: Alejandro Murat terminó aventajando a José Antonio Estefan Garfias por un margen decimalmente superior a siete puntos. Esto no sólo selló la victoria electoral del Abanderado priista sino que también complicaba muchísimo la viabilidad de cualquier recurso legal para impugnar el resultado de la elección. Asumiendo esto último, muchos comenzaron a buscar explicaciones, y por mucho la respuesta fácil apuntó al pleito eterno entre grupos políticos. Hay algo de eso. Aunque en realidad la mayor parte de la derrota se explica en no haber entendido los enojos —vistos como el resultado de la esperanza defraudada— de la ciudadanía.

 

¿De qué hablamos? De que en realidad los oaxaqueños libres —los que no son parte de una estructura electoral, y que deciden su voto en función de su decisión propia— definieron el sentido de su sufragio en función de lo que esperaron y no recibieron, y de lo que exigieron al gobierno que combatiera, pero éste no lo hizo. A partir de eso puede entenderse este resultado, que no sólo habla de un ganador contundente sino también de una sociedad polarizada y dividida que votó en diferentes vertientes al buscar formas alternativas de castigar/premiar según la visión propia con la que analizaron el escenario electoral.

 

En esa lógica, es evidente que al margen de los números, es claro que la mayoría de los ciudadanos castigó al candidato de la coalición PAN-PRD no específicamente por pertenecer a un linaje o jerarquía política, sino más bien por ser el candidato del régimen que no le cumplió las promesas planteadas, y que abusó de la impermeabilidad en la que basó su ejercicio público.

 

Es evidente que a cinco años y medio de gestión, Gabino Cué Monteagudo enfrenta todo tipo de cuestionamientos por la insatisfacción ciudadana sobre su gobierno. Pues no se trata de que, en rubros como la obra o los beneficios sociales, no haya hecho nada, sino que más bien no llenó la expectativa que él mismo generó cuando fue candidato.

 

En otros rubros como la corrupción, la ciudadanía asumió también que el Gobernador quedó mucho a deber no sólo por no haber perseguido y castigado con energía —como lo prometió— a los funcionarios corruptos del anterior régimen, sino porque hoy se considera que también toleró actos de corrupción dentro de su propio gobierno. El aura de impunidad con que, de cara a la ciudadanía, se conducen ex funcionarios como Netzahualcóyotl Salvatierra, Germán Tenorio Vasconcelos o Jorge Castillo Díaz, son ejemplos palmarios de cómo también los electores castigaron no al candidato, sino al gobierno del que emanó.

 

TOMAR NOTA

 

Por esa razón, si alguna tarea debió comenzar desde ayer el virtual Gobernador Electo, es la de enfrentar esos cuestionamientos ciudadanos justamente para no tropezar con la misma piedra. Más allá del pleito entre gens o grupos políticos, lo que es evidente es que el electorado oaxaqueño castigó los excesos cometidos desde el poder, y que esos excesos se reducen a temas muy concretos que ahora deberá enfrentar el nuevo gobierno para ganar la legitimidad que —es necesario decirlo— le fue regateada en las urnas.

 

En ese sentido, Oaxaca vivió una elección, sí, competida, pero con un resultado endeble que ahora deberá ser reforzado con acciones concretas. Ninguno de los candidatos a la Gubernatura obtuvo al menos una votación cercana a la que se obtuvo hace seis años. Gabino Cué ganó la elección de 2010 con más de 700 mil votos. Hoy nadie consiguió esa cifra por haber sido una elección de tercios; pero eso mismo refleja el hecho de que la ciudadanía buscó diversas opciones para tratar de resolver su propio dilema sobre el sentido de su voto, y que finalmente hubo un resultado pero menos sólido que el de hace seis años.

 

Por eso Alejandro Murat debe trabajar a fondo en el combate a la corrupción, y en el establecimiento de medidas de control para quienes integren su gobierno. Él no está en condiciones de simular —como lo hace ahora el gobierno federal, en contubernio con los dos principales partidos de oposición— que atiende el reclamo ciudadano sobre la corrupción y la impunidad; y tampoco estará en condiciones de pretextar sobre la falta de resultados en su gobierno y en los compromisos que asumió de frente con la ciudadanía.

 

APRENDER DEL PASADO

 

Se trata, en buena medida, de eso; pero no sólo de que Murat tome nota, y vaya a resolver los temas que no pudo enfrentar el gobierno saliente. Se trata, más bien, de asumir que Oaxaca sí se puede incendiar —ya ocurrió en 2006— cuando el hartazgo ciudadano llega a ciertos límites. La endeble legitimidad que dejaron las urnas, es el primer indicador de que se debe aprender del pasado; que no debe ganar la soberbia, ni creer que lo difícil era ganar la elección. Lo realmente complejo será gobernar. El reto de verdad, apenas viene.

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