El mamut blanco de Santa Lucía

*El acceso alrededor del aeropuerto podría quedar listo para el 21 de marzo, pero carecerá de las vías prometidas para agilizar y dinamizar el tráfico.

Raymundo Riva Palacio

Estrictamente Personal

El 21 de marzo se inaugurará el nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, la megaobra con la cual el presidente Andrés Manuel López Obrador sepultará el sueño de Texcoco. La obra militar está terminada en un 85 por ciento, por lo que la primera fase de la construcción podrá ser entregada en tiempo y forma. Pero será lo único, porque Santa Lucía, el asiento de la base aérea que le sirvió de placenta, carece de vías de acceso funcionales para que pueda operar con la normalidad que requiere un aeropuerto de esa escala.

A finales del año pasado, la conectividad terrestre de ese aeropuerto apenas rebasaba 40 por ciento, y sólo se refería a la modernización y ampliación de carriles en la autopista México-Pachuca, el acceso principal al aeropuerto por Tonatitla, cerca de Ojo de Agua, donde se encuentra la caseta de cobro, un viaducto elevado y el entronque con la carretera. Del resto de las obras no se sabe nada.

Sin embargo, aun la obra tangible, al ojo de quien no es experto en construcción, se ve difícil de concluir en 71 días. El acceso principal por Tonatitla no tiene demora, dicen personas con información de primera mano. Pero el viaducto elevado, que se puede ver cuando cruza por Tecámac, un municipio a un costado del aeropuerto, que está casi concluido, no tiene nuevas vías de acceso y conecta con una vieja avenida de dos carriles.

Es decir, el acceso alrededor del aeropuerto podría quedar listo para el 21 de marzo, pero, por lo que se puede apreciar in situ, carecerá de las vías prometidas para agilizar y dinamizar el tráfico. Lo mismo se ve con los entronques, cuya construcción avanza, aunque en algunos tramos de manera más lenta y sin conectar varios de ellos con la autopista.

La obra en la autopista comienza al pasar la caseta de cobro de Ojo de Agua, a 24 kilómetros del nuevo aeropuerto, y así como hay tramos que parecen estar sólo en espera del asfalto, en otros apenas se está excavando la ruta. Dentro del Ejército hay ansiedad por el atraso de la conectividad terrestre, y quisieran que el Presidente les pidiera un bomberazo para construir esas vías. Pero aun si así fuera, no resuelve el problema de fondo.

Si hipotéticamente hablando todas las obras de acceso al Felipe Ángeles estuvieran a tiempo, el aeropuerto quedaría como un oasis en medio del desierto, lejano en tiempo de la Ciudad de México, donde está su principal mercado. Volaris y Viva Aerobús, las dos únicas aerolíneas nacionales que comenzarán a operar vuelos desde su inauguración, anclan en los viajeros de Pachuca y sus alrededores su modelo de negocios. Pero un aeropuerto como el Felipe Ángeles sólo para ellos, sería la muerte de la primera megaobra de López Obrador.

No es la intención, aunque hay señales de que se quiere que sea un aeropuerto de vuelos de bajo costo, como el cambio de la tarifa de uso de aeropuerto (TUA), que de ser la más cara en el Benito Juárez de la Ciudad de México (570 pesos), pasará a ser la más barata del país (120 pesos). La TUA tiene un impacto en el costo de los boletos, ciertamente, pero también reduce los ingresos para autofinanciar el aeropuerto.

En cualquier caso, la conectividad terrestre es el dolor de cabeza. La autopista México-Pachuca, por lo que se ve de las obras, será una gran vía que comenzará a 30 kilómetros de, pongamos como referencia, el Monumento a la Revolución. Cualquier persona que en un día normal, a cualquier hora, haya tomado esa autopista por la salida de Indios Verdes, a 8.5 kilómetros del mismo monumento, sabe lo congestionada que siempre está. Un mediodía cualquiera entre semana, sin ser hora pico, la distancia de poco más de 31 kilómetros entre Indios Verdes y la caseta de cobro en Ojo de Agua se recorre en unos 40 minutos.

El sábado 1 de enero de este año, sin nada de tráfico, el recorrido entre el Monumento a la Revolución y el Felipe Ángeles, que están en una casi línea recta, se hizo en 48 minutos. A la misma hora, del jueves 6 de enero, que tampoco choca con el muy pesado tráfico de los viernes, el mismo recorrido se hizo en una hora con 20 minutos. Pero para una persona, digamos, en la alcaldía Benito Juárez, el mismo recorrido subía a una hora con 34 minutos, una hora y ocho minutos más que al aeropuerto de la Ciudad de México.

La falta de conectividad hoy en día crea un embudo que se abre cuando se pasa la caseta de cobro. Hay rutas alternas como el Circuito Mexiquense, que se puede tomar cerca de Santa Lucía y pasa por detrás del Benito Juárez, pero son unos 20 kilómetros adicionales (y combustible) para recortar escasos 10 minutos de tiempo. Otra ruta es por la carretera que conecta Ecatepec con Naucalpan para poder utilizar el segundo piso del Periférico, que toma, según el tráfico en Ecatepec, al menos otra hora.

El gobierno está construyendo un ramal de 23 kilómetros del Tren Suburbano Buenavista-Cuautitlán desde la estación de Lechería, donde se podrá acceder al nuevo aeropuerto en 40 minutos. Sin embargo, no estará listo hasta el próximo año. Sobre la ruta directa entre el Benito Juárez y el Felipe Ángeles, hasta donde se sabe, ni siquiera ha comenzado a realizarse. El viaducto elevado desde la Ciudad de México, anunciado hace 10 meses, igual. Las obras de conexión con el Circuito Mexiquense, tampoco.

Para la inauguración del Felipe Ángeles el 21 de marzo, se ven pocas probabilidades de un cambio significativo en la conectividad. El Presidente dará el banderazo a un mamut blanco. El desafío que tiene por delante es que antes de que termine su sexenio tenga un aeropuerto eficiente, viable y funcional para todos, que realmente haga la diferencia con el liquidado Texcoco, y no se convierta en el espejo de su desagracia.

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